Una plegaria a Saon •Primeros capítulos•

Aquí podrás leer de forma gratuita los primeros capítulos de Una plegaria a Saon, de Aura V. Noir y Cian A. Patron


1

 

En uno de los patios del majestuoso palacio, a la sombra de un naranjo de intensa fragancia, había una muchacha sola llorando.

Estaba tendida sobre una piel de tigre, en el amplio borde de mármol de la fuente que adornaba el centro de la terraza. Con una mano delicada se aferraba al pelaje. Con fuerza, del puño cerrado sobresalían cuatro nudillos pequeños como avellanas. La otra mano la había sumergido en el estanque y la deslizaba entre los peces rojos y naranjas que, como si jugaran con ella, se acercaban y se alejaban de sus dedos sin permitir nunca que los rozaran.

Era de una belleza arrebatadora la muchacha. Lo era, aunque lloraba amargamente, con los ojos apretados; las lágrimas gordas como semillas de granada le empapaban las gruesas pestañas antes de deslizarse por sus mejillas redondas y sonrojadas. Un pendiente grande, dorado y de forma oval reposaba en su rostro, y las monedas que pendían de él tintineaban con cada sollozo. Llevaba un vestido, con ceñidor también de oro, hecho de sedas amarillas y púrpuras, y caía sobre él su larga melena ondulada y voluminosa, oscura como una noche sin luna, que alcanzaba el final de su espalda.

Era hermosa. El sol de mediodía incidía en su piel de luna, en sus hombros descubiertos, en sus delgadas muñecas, en sus finos tobillos y sus pies descalzos. Los pétalos de azahar caían sobre ella, giraban sobre sí mismos y aterrizaban en los rizos de su pelo.

Su voz era la de un ángel incluso en el llanto.

Había dejado de correr para observarla, despojado del aliento, de la premura, de la urgencia, de la sensación de peligro. Por un momento se olvidó de los soldados que le pisaban los talones, de la joven que aguardaba por él en el barco, fondeado en ese mar turquesa que se veía al fondo, detrás de la aparición etérea y onírica que era esa muchacha que lloraba y lloraba y lloraba a los pies de una fuente.

Se acercó a ella y el sonido de sus botas la alertó. El susurro metálico de su armadura le hizo abrir los ojos, negros y rasgados, pintados con bistre, grandes y coquetos. Ojos de gata enrojecidos de la pena.

—Sois vos —jadeó asustada al verlo, con un hilo de voz quebradiza. Se sentó y su melena siguió el movimiento de su cuerpo como el agua de una cascada—. Sois el extranjero que todos andan buscando.

¿No era una muchacha noble? Su forma de hablar era… El extranjero giró la cabeza; escudriñó los espesos jardines a sus espaldas, la intrincada maleza que cubría las escaleras de mármol que llevaban al palacio. Aún le quedaba un poco de tiempo, tal vez.

—Cierra la boca —le espetó. Se llevó una mano a la daga empedrada que pendía de su cintura. A las espaldas llevaba un descomunal mandoble de más de metro y medio de largura, pero para aquel asunto no consideró necesario echar mano de tamaña bestialidad—. Descúbreme y no volverás a hablar.

Ella miró sus armas con miedo. No se apresuró a responder. Examinó al forastero de arriba abajo mientras se pasaba las manos por las mejillas, enjugándose las lágrimas.

—No voy a delataros —le dijo con una suavidad que el llanto no había podido corromper. Su voz sonó limpia y aterciopelada, poseída de repente por la docilidad—. Por favor, decidme, ¿volvéis a vuestras tierras? ¿Vais a iros en un barco?

—¿Qué es lo que quieres?

—¡Llevadme con vos! —le rogó sin aliento, y el llanto volvió a romperle el rostro—. A cambio puedo daros lo que queráis. Puedo serviros, haré lo que sea. Lo único que os pido es que no me quitéis nada de lo que tengo.

Una esclava. ¿Cómo no lo había pensado antes? Su arrolladora hermosura y finos ropajes lo habían confundido, había caído en la trampa como un plebeyo. Hasta ese momento ni siquiera se le había ocurrido la posibilidad de que aquella muchacha fuera menos que una princesa, como mínimo una hija que el rey hubiera engendrado con alguna de sus concubinas. Pero ¿qué posesión tan importante podía tener una esclava? ¿Y qué le había ocurrido para estar suplicándole a un hombre extranjero que se la llevara? ¿Acaso no había oído lo que se decía de él? Obviando su apariencia frágil y temblorosa, parecía ilesa. No tenía marcas de ataduras en las muñecas ni de azotes en los hombros. Y la fragancia que expelía… Se la traía la brisa. Estaba perfumada como una cortesana. No era descabellado suponer que esa muchacha fuera la favorita del harén real. ¿No recibían las favoritas un trato excelente, llegando incluso a tener sus propias esclavas? La escena, el llanto, el vestido, la piel de tigre… Todo ese montaje debía de ser una trampa para apresarlo, para entretenerlo, pero había algo hipnotizante en ella que le impedía reemprender la retirada.

—¿Y qué te hace pensar que estarás mejor conmigo?

La muchacha gimoteó. Se abalanzó sobre él como un espectro. Las faldas de su vestido cayeron a sus pies cuando se arrodilló frente a él, con los rizos cubriéndole el rostro. Se aferró a sus fornidas piernas con esas manos pequeñas y temblorosas.

—Por favor, os lo ruego —suplicó entre sollozos—. Voy a serviros tan bien que no os sentiréis tentado de hacerme daño. Mientras no me quitéis nada, estaré dichoso de perteneceros.

¿Dichoso?

—Dichoso e infinitamente agradecido —insistió soltando sus piernas para apoyar las manos en el suelo. Se inclinó dibujando un arco con la espalda y le besó las botas. Su melena, cual cortina, trató de ocultar esa renuncia a la dignidad.

El extranjero contrajo la expresión. Dio un paso hacia atrás, alejándose de aquello que poco antes le había parecido una ninfa enviada por los dioses y que ahora ya no sabía lo que era.

—¿Eres un eunuco?

Había conocido suficientes nobles y reyes como para saber que más de uno prefería a sus esclavos así, vestidos de muchachita, con ademanes y voz frufrú de doncella, vistiendo faldas y dejándose melena, pero nunca antes, jamás, se había topado con una criatura tan bendecida por la diosa de la belleza. De ser cierto que había nacido siendo un macho, los rumores sobre sus ojos de gata se habrían esparcido por los mares, de un continente a otro. Sería una leyenda.

El esclavo gateó hacia él por el suelo de piedra, como poco menos que un perro. Insistió en aferrarse a sus piernas. Las abrazó con fervor y alzó su rostro redondo lleno de angustia.

—¡Me convertiré en uno si no me lleváis con vos! Mañana al alba. Si no me he ido para entonces… —No terminó de hablar. Apretó los labios trémulos—. Os lo imploro, caballero. Dejadme que os muestre lo que puedo hacer. Yo sé todo lo que hay que saber.

¿Tan mayor y aún no lo habían castrado? ¿Y se paseaba por los patios reales así ataviado? ¿Quién había metido en palacio a un eunuco que no era tal? ¿Acaso en ese reino se hacía todo al revés?

Un estruendo de botas descendiendo la escalera a sus espaldas arrancó al forastero del torrente de preguntas que le llenaban la cabeza. Cuando sortearan la maleza, darían con él si no se marchaba enseguida. Por un instante consideró quedarse y pelear, pero, aunque pudiera con más de diez hombres, aparecerían cien más. Mientras permaneciera allí estaba en desventaja.

Miró por última vez los ojos del esclavo, negros y redondos como joyas. Nunca habían sido su predilección los hombres, completos o no. Eso lo hacía todo más fácil.

Lo asió del pelo y lo apartó de sus piernas bruscamente, arrojándolo al suelo. Hincó la rodilla junto a su rostro y sacó la daga para cortarle la lengua y que no pudiera revelar por dónde se había marchado. La sangre correría por su cuello de jade y, si lograba no morir desangrado, el mismo líquido carmesí le cubriría las piernas al alba, cuando dejara de ser un hombre. Si sobrevivía a ambas cosas, el rey de Belsia tendría un precioso muñequito sin lengua ni verga que con suerte le serviría para tocar algún instrumento y decorar las habitaciones. Si era muy diestro y no había mentido respecto a sus capacidades, quizá también danzaría. Agarró al esclavo por las mejillas, abriéndole la boca. Sus lágrimas le mojaron los dedos.

El extranjero lo soltó de golpe y, antes de que lo vieran, desapareció del patio con potentes zancadas. Se perdió escaleras abajo, entre las enredaderas, dejando atrás a un tembloroso y aterrorizado muchacho con todas sus partes intactas.

En breve subiremos el siguiente capítulo…, aunque, si ya lo tienes claro, Una plegaria a Saon estará en preventa a partir del miércoles 23 de abril.

2 replies on “Una plegaria a Saon •Primeros capítulos•

  • Emilio

    ¡Qué puñeteros/as! Os lo habréis pasado en grande con el comienzo de esta novela. Tanto tiempo desaparecidos y lo primero que uno piensa: “estos se han pasado a la novela hetero”.
    Ya en serio, muy buen comienzo, tengo la sensación de que tendrá una ambientación brillante.
    Me alegro de volver a leeros, se os echaba de menos.

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