Christian Peña se presentó aquella noche en la taberna con un montón de amigos. No pegaban nada con él, un grupo variado de hembras y varones de treinta y tantos con aspecto de llevar vidas mediocres y predecibles, sin una pizca del glamur que desprendía el joven modelo internacional, de quien resultaba obvio que todos intentaban acaparar la atención, como moscas sobre la mierda.
Vlad se dirigió a la mesa con su bloc de notas.
—¿Os voy poniendo algo de beber? —Y en cuanto preguntó, el modelo se giró hacia él con su sonrisa seductora.
—Hola, Vlad.
No debería haberle dicho su nombre, pensó.
—¿Qué tal, Christian? —respondió con un deje de sarcasmo antes de repetir su primera pregunta.
—¿Hace cuánto que estás por aquí? Ya te conoce hasta el camarero y a nosotros ni una llamada… —protestó uno de los comensales con una complicidad teatralizada, y todos se esforzaron en exceso en encontrar gracioso el comentario.
—Bueno es que… —se excusó Christian algo cortado— mi hotel está aquí al lado, así que me pilla de paso…
Y Vlad lo odió por completo en ese momento.
Pidieron cervezas, alguno sin alcohol, otra una clara, cuando llegó el turno de Christian.
—Para ti ¿lo de siempre? —dijo con cierta malicia.
—Por supuesto —respondió él volviendo a sonreír.
—¿Y si vamos pidiendo algo de comer? —sugirió alguien.
—¿Qué nos recomiendas, Vlad? —preguntó Christian en su juego habitual clavándole la mirada
—Los percebes son frescos, de esta mañana…
—¿Te gustan los percebes?
—No los he probado.
—¿No? Pues deberías probarlos.
—Tienen un aspecto horrible… —soltó descuidadamente, y enseguida intentó arreglarlo—, aunque hay otras cosas de aspecto horrible que no me importa meterme en la boca. —Y en cuanto terminó de decirlo fue consciente de que lo había dicho en voz alta y de que su comentario dejaba poco lugar a interpretaciones. ¿Qué coño le pasaba?, se preguntó. ¡Cada vez que se acercaba a ese hombre se convertía en una máquina descontrolada de flirteo! Por suerte nadie parecía haberse dado cuenta, excepto por Christian, que se reía divertido por el descaro de la insinuación. Vlad intentó recuperar la compostura, y carraspeó ligeramente antes de volver a preguntar con naturalidad forzada—. Entonces ¿qué os traigo?
—Para mí los percebes, definitivamente —respondió el modelo con una sonrisa insinuante, como si se tratara de una broma privada entre ellos dos.
—¿Estás seguro? ¿No prefieres unas almejas?
Christian soltó una carcajada, y el resto de la mesa fue consciente de la tensión que se estaba creando.
—Puede ser —respondió el moreno—. ¿Qué tal una de cada?
—¿Alguien más? —preguntó al resto, que parecían confundidos, y de pronto sintió una necesidad imperiosa de desaparecer—. ¿Qué tal si os voy trayendo las bebidas y así os lo pensáis?…
Y se marchó sin esperar respuesta. Por el camino pudo escuchar a sus amigos comentar.
—¡Qué borde! —dijo uno.
—¿De qué iba eso? —preguntó otro.
—Nada…, solo un chiste de otro día… —explicó el tío bueno, y Vlad volvió a odiarlo.
En la barra, mientras preparaba la bandeja con los tragos, Iratxe se acercó a cotillear.
—¿Desde cuándo se ha hecho tan popular tu amigo?
—No tengo ni idea… y no es mi amigo. —Pero, aunque quisiera fingir indiferencia, en el fondo sentía la misma inclinación al chismorreo que su amiga—. Parece que ya se conocían de hace tiempo.
—Serán sus «compis» del cole…
—Son un poco mayores, ¿no crees?
Ella sacó su teléfono y empezó a buscar información.
—Uuuh, según el señor Google tu chico tiene casi cuarenta tacos…
—No es mi chico… ¿Cuarenta?, ¿en serio?
—Seguro que se ha hecho algún retoque, los de su mundillo siempre lo hacen…
—¿Sabes qué? Me da igual…, paso de andar cotilleando como hacéis todos…
—¡La hostia! —exclamó ella, aún ojeando el teléfono.
—¡¿Qué?!
—Nada que te interese… —lo fastidió ocultando la información de su pantalla.
—Pues no —se reafirmó antes de ponerse en marcha con la bandeja llena de bebidas que servir.
La mesa de Christian y sus colegas lo marearon toda la noche, pidiendo con cuentagotas tapas y platos que compartían, más cervezas y algún refresco. Entre idas y venidas escuchaba parte de sus conversaciones. Quién se había casado con quién, cuántos hijos tenían; una de las parejas tenía cuatro hijos al parecer y fue una fuente inagotable de anécdotas. Y cada tema de conversación acababa con un interrogatorio al recién llegado.
—Y ¿no has tenido hijos?
—No…
—¿Pero te gustaría?
—Sí…, solo que…, no lo sé, aún no se ha dado la oportunidad.
Y con cada evasiva que daba, Vlad lo odiaba más.
—Pero estuviste casado…, ¿verdad? Con Valeria Cruz…
—¿Valeria Cruz? ¿La actriz? ¿En serio?
El cotilleo continuó y esta vez fue Vlad quien buscó a Iratxe.
—¿Ha estado casado? ¿Con una actriz?
Iratxe volvió a buscar en su móvil.
—Síííí…, se casó con una tía que se llama Valeria Cruz…, ni puta idea…, pero se divorciaron a los cuatro meses o algo así.
—O sea, que es de esos… Hipócrita.
—¿A qué te refieres?
—Sí, de los que quieren echarte un polvo, pero solo de puertas adentro, y luego hacen como que no te conocen.
—Bueno, eso es justo lo que te gusta, ¿no? Un «polvo rápido y anónimo» —se burló ella.
Eran algo más de las dos, y estaba algo borracho. No debería haber bebido tanto albariño, le pegaba fuerte. Pero no podía evitarlo, desde aquella noche que el ruso le sugirió tomar media botella del vino local con un vaso de agua, bebía eso cada noche. Él era más de cerveza, la verdad, pero cada vez que él decía eso de «lo de siempre», disfrutaba tanto de ese pequeño gesto de complicidad que claudicaba a su capricho. Ese chico lo estaba volviendo loco, sabía que flirteaba, a su manera, y a la vez marcaba la distancia de forma tan tajante que la contradicción lo dejaba completamente desarmado.
No había conseguido aguantar ninguna noche hasta que la taberna cerrara, seguramente de madrugada, pero aquella noche, con el reencuentro con sus antiguos compañeros de colegio, la velada se había alargado lo suficiente; y cuando regresaba hacia su hotel y cruzó por delante de la puerta de la taberna, vio a través de las ventanas a Vlad a solas terminando de limpiar. Se entretuvo observándolo inadvertido, con sus movimientos lentos y la mirada escondida en algún lugar lejano. Era así como se movía entre las mesas: como un fantasma invisible entre el ruido de conversaciones vulgares, como si intentara ocultarse en su propia piel. Christian se acercó hasta las ventanas y golpeó con los nudillos el cristal para llamar su atención. El chico miró en su dirección, sus ojos se encontraron y, en lugar de corresponder a su saludo, se dirigió decidido al ventanal y dejó caer las persianas de golpe, cubriéndolas por completo, y a Christian lo enamoró su insolencia.
A pesar del aparente rechazo, estaba solo y Christian lo suficientemente ebrio para volver a insistir.
Llamó a la puerta, que también era parcialmente acristalada, y al verlo Vlad puso un gesto de hastío que le hizo gracia, pues a pesar de su irritación no tardó en acercarse a abrirle.
—Ya hemos cerrado, Christian…
—Venga…, solo la última…
—Está cerrado y tengo que limpiar…
—Puedo ayudarte —se ofreció.
—¿A limpiar? Es mi trabajo… Vete a dormir…
—Si vas a tener que estar ahí de todas formas, ¿qué más te da que me tome una copa?… —Y él dudaba—. Prometo irme en cuanto termines y no ponerme pesado. —Y con gesto de resignación, Vlad abrió la puerta y Christian fue feliz.
—¿Qué te pongo? ¿Un albariño?…
—Nooo… Si tomo otra copa de eso no creo que pueda volver andando al hotel, y eso que está aquí al lado. Mejor ponme una cerveza… —Sí, estaba ebrio, aunque no tanto como para no ser consciente de la presencia cercana del chico con sonrisa de vampiro, que, sin embargo, no sonreía en ese momento.
Debía admitir que le resultaba divertido, pues, a pesar de su aparente frialdad, la química entre ellos era tan evidente que se estaba permitiendo disfrutar del cortejo prolongado. Aquel juego de miradas e insinuaciones era sutil, tan leve como una caricia del viento, pero tenía la corazonada de que era el preludio de lo que podría ser.
—Entonces ¿eres o no de Moscú?… —preguntó desde la barra mientras Vlad colocaba las sillas de madera patas arriba sobre las mesas. Y el chico tardó un momento en resignarse a darle conversación.
—Vivía en Moscú, pero mi familia es de Siberia.
—Hostia, ¿eso no es como la leche de frío?…
—Eso cree todo el mundo, pero en verano hace muchísimo calor, hasta cuarenta grados… Es muy bonito, muy verde. Se parece un poco a Galicia.
—Y ¿por qué os fuisteis?…
—Mi familia sigue allí… Me fui yo, a estudiar.
—¿Qué estudiabas?
—No era la universidad… Era como una especie de colegio…, da igual.
Le gustaba verlo moverse, parecía deslizarse entre las mesas, con la cabeza erguida y esa forma distendida y armónica de estar en el espacio.
—Y ¿cómo acabaste trabajando en una taberna en una ciudad perdida de Pontevedra?…
Él no contestó de forma inmediata, como solía hacer; sus ojos se cruzaron unos instantes, pero él los apartó. Era difícil adivinar su edad, tenía un gesto adulto, incluso demasiado adulto, pero su cuerpo parecía el de un adolescente.
—Es una larga historia —concedió al fin.
—Me encantan las historias largas a las dos de la madrugada, son las mejores historias.
—Intentaba no ser antipático, pero si lo prefieres: paso de contarte mi vida.
Christian tuvo que reírse.
—¿Qué tal, entonces, si te cuento la mía?
—Prefiero que no lo hagas… —añadió con su indiferencia hiriente mientras cogía un cubo y una fregona. Siguieron un rato en silencio, Vlad limpiando el suelo con eficacia, Christian intentando que la cerveza no se agotara.
Cuando terminó y guardó los utensilios de limpieza, Vlad se acercó hasta donde estaba Christian sentado en el bar, y se recostó sobre la barra de madera frente a él.
—Hora de irse, tengo que cerrar.
—Aún no he terminado la cerveza…
—Estás borracho —dictaminó con ese acento eslavo que se comía las erres ligeramente y marcaba las eses en exceso, y que hacía que su voz resultara irresistiblemente sexy—. No deberías beber más…
—Y tú no deberías haberte acercado… porque ahora tengo ganas de besarte… —Definitivamente eso era algo que no habría dicho estando sobrio, pero no se arrepentía. Vlad no contestó, tampoco se movió. Christian se perdió por un instante en esos penetrantes ojos verdes que lo miraban evaluando la situación y en ese lunar maldito que lo mareaba.
—Es tarde, tengo que cerrar —fue el veredicto final, y Christian se dio por vencido.
—Tienes razón, perdona… —dio un último trago—. ¿Qué te debo por la cerveza?…
—Nada, a esa te invito yo…
Y encaminándose a la salida se giró para protestar.
—No, no, si tienes prisa por marcharte, vale, te la pago mañana, pero no quiero abusar de tu amabilidad…
Y antes de que pudiese terminar la frase fue Vlad quien se lanzó a sus labios, y en cuanto notó la humedad de su boca en la suya, Christian lo atrapó entre sus brazos para que no pudiese escapar, y en tan solo un par de segundos se estaban devorando con lenguas, labios y dientes. Y sentir su cuerpo menudo presionando contra el suyo lo estaba poniendo a cien. De golpe, como si el mundo hubiese optado por una versión acelerada de la noche, luchaban uno contra el otro arrancándose las capas de ropa; y la cazadora de Christian ya estaba en el suelo cuando le quitó a Vlad la estrecha camiseta negra de manga larga que parecía un neopreno, para descubrir su cuerpo, con esa piel de una cualidad casi transparente, en la que los músculos parecían haberse dibujado a lápiz, marcando cada uno con decisión en ese torso estilizado y compacto. Vlad le quitó también a Christian la camiseta y se lanzó a chupar sus pezones. Christian rodeó su culo con las manos, sus caderas eran tan estrechas que casi podía cubrirlo por completo. Era un culo perfecto, y estaba disfrutando, amasándolo con fuerza, empujándolo contra su pelvis para sentir el roce de su polla con la suya. Con la misma urgencia con la que seguían buscándose con los labios, comenzaron a desabrocharse los pantalones el uno al otro.
—Joder, cómo me pones… —alcanzó a decir el modelo entre jadeos.
Y Vlad soltó un gritillo contenido dentro de su boca cuando Christian consiguió meter su mano por su estrecho pantalón y comenzó a acariciar su entrada rodeándola delicadamente con los dedos. El ruso buscó también su dureza, que era más gruesa y ruda, y durante un rato se aplacó la ansiedad para dar paso a las caricias. Mientras seguían bebiéndose de los labios, ahora con más dulzura, la sensación gloriosa de sus caricias estaba llevando a Christian demasiado rápido a la cúspide.
—Dios… —susurró entre besos—, no tienes ni idea de lo mucho que te deseo…
—Dime que tienes un preservativo…
Christian sonrió atrapado aún entre sus labios.
—Voy… —Se terminaron de desnudar mientras Christian sacaba un condón de su cartera—. No vendrá nadie, ¿verdad?
—La llave está puesta por dentro, es imposible entrar…
Cuando estaba listo, se entretuvo unos instantes contemplando la desnudez del chico ruso; tenía una belleza elegante, armónica, por su cuerpo había desperdigados otros lunares como ese que lo volvía loco en su mandíbula. Nunca había conocido a un hombre que le pareciera tan guapo, tenía un rostro perfecto, ligeramente andrógino, de rasgos proporcionados, y hermoso. Él lo guio hasta una silla, Christian se sentó y Vlad le dio la espalda dejando su culo cerca de su cara.
—Mójalo —ordenó bruscamente.
Jamás le había hecho eso a un hombre, pero la idea de hacérselo a él le excitaba. Empezó por besar y morder sus glúteos fibrosos, buscó su orificio mientras él se contoneaba sutilmente, como si bailara. Se chupó el pulgar, y abriendo sus nalgas lo pasó por su agujero, volvió a chuparse y esta vez dejó que el dedo entrara delicadamente, humedeciendo la zona, y un gemido sensual lo animó a continuar. Siguió con la misma dinámica, y cuando se decidió a acompañar el trabajo con su lengua, rodeando su orificio, el gemido de Vlad fue más ostentoso, y comenzó a moverse en una danza casi milimétrica y exacta, con la que buscaba el contacto con su lengua.
—Basta…, para —exigió entonces. Se alejó de su boca y se sentó sobre sus genitales dándole la espalda, y su ano pareció encontrar su glande casi sin esfuerzo. Vlad fue abriéndose sobre él, sentado como un vaquero a la inversa, el torso girado hacia Christian de forma que sus bocas se encontraban mientras su polla penetraba lentamente su estrechez, hasta que en un par de contoneos de caderas estaba dentro por completo.
Y entonces empezó a follarlo. Técnicamente era Christian quien se lo estaba follando, pero era Vlad en realidad quien controlaba la situación, moviéndose con increíble agilidad y precisión, arriba y abajo, o en círculos, saliendo casi por completo para volver a dejar entrar su polla hasta el fondo mientras su torso se retorcía, se curvaba hacia atrás, jadeaba y gemía enloquecido en un ritmo frenético, una mano en el respaldo de la silla, la otra sobre las rodillas de Christian. Y cuando el ritmo empezó a acelerar, también Christian levantaba las caderas, buscando a su vez salir y entrar, chocando con su piel, y ya los dos sudaban, gritaban y jadeaban casi al unísono. Era alucinante sentir la forma en la que su cuerpo lo envolvía, presionando de manera deliciosa, dejándolo entrar por completo, y sabía que su polla no era precisamente modesta y no siempre conseguía entrar de esa forma tan salvaje.
Para cuando el ritmo de las embestidas se volvió insoportable, ya casi estaban de pie, las piernas le empezaban a doler por la tensión, pero no podía frenarse. En un giro coordinado, Vlad acabó apoyado frente a la barra, Christian de pie tras él, y entonces las embestidas fueron cosa suya. Lo cubría por completo con su cuerpo, con sus brazos, follándoselo de forma casi animal cuando el orgasmo comenzó a amenazar.
—Voy a correrme… —consiguió avisar con voz entrecortada y entre jadeos.
—Ah… Traxni menya…! Joroshooo! —gritó él alcanzando el orgasmo, y bastaron esas palabras en ruso para que Christian también se corriera de forma brutal y abundante, y quedara luego jadeante y exhausto, apoyado en la espalda suave de Vlad, que se había dejado caer a su vez sobre la barra del bar.
—Joder… —soltó casi sin aliento—. ¡Qué polvazo…, la hostia…! Creo que me voy a desmayar… —A lo que el chico entre sus brazos respondió riendo, y era la primera vez que lo oía reír.
Tras la intimidad del sexo, sin embargo, la frialdad del joven volvió a imponerse. Christian quiso besarlo otra vez, pero él se escurrió de entre sus brazos, se vistió rápidamente y se ocupó de eliminar cualquier rastro de su escena porno en el restaurante.
—¿Qué hago con esto?… —preguntó Christian con el condón usado y bien atado entre los dedos. Él le indicó que lo tirase en una de las bolsas de basura que tenía junto a la puerta preparadas para sacarlas al contenedor. Vestidos ya los dos, Vlad se apresuraba a abandonar el local—. Trae, te ayudo con eso —aportó el modelo al verlo con las pesadas bolsas de basura.
—No, ya lo hago yo…
—Puedo acompañarte, ¿vives muy lejos?… —Ya estaban fuera de la taberna, pero no quería que la noche acabara, quería un poco más de él.
—Eso no es asunto tuyo.
—No me estaba autoinvitando, solo… ¿puedo caminar un rato contigo?…
—Tu hotel está aquí al lado…, mejor vete a dormir la mona…
Le encantaba escuchar esas expresiones tan españolas con su acento extranjero.
—Vale…, está bien, me rindo… —Pero antes de que se le escapara del todo, le sujetó la barbilla y se acercó una vez más a besarlo, solo un beso tierno de despedida—. Me gustas mucho, Vlad —confesó—. Si no te importa, mañana me pasaré a verte…
—Como quieras —respondió cortante antes de alejarse cargando con las enormes bolsas de basura.
Christian se quedó observándolo, esa forma de caminar que parecía evitar el suelo. A unos pocos metros, él se giró y reaccionó molesto al encontrarse con sus ojos. Fue solo un instante antes de continuar su camino con gesto orgulloso. Christian sonrió y aguardó aún un momento más antes de emprender el regreso hacia la soledad de su habitación de hotel, también con la sensación de estar flotando.