12
Hombros quemados
Nunca se habría imaginado que tuviera la piel tan sensible. Era pálida en extremo a excepción del tono enrojecido que los hombros habían adquirido por el sol y de las pecas repartidas aleatoriamente, como si alguien hubiera salpicado pintura sobre un lienzo en blanco.
Besó esa delicada piel y la notó caliente, más de la cuenta, quizás debido a las quemaduras, y obtuvo una risa profunda y rasgada por efecto del tabaco fumado durante demasiados años. Apartó los suaves mechones naranjas que entorpecían su camino hacia las clavículas, las delineó beso a beso desde el centro del pecho hasta el cuello y depositó el último de ellos en la nuca, justo donde nacía el corto cabello castaño.
—… ¿Qué?
—Deberías decírselo, cariño.
Matsubara se despertó sobresaltado, aturdido y con el cuerpo cubierto por una película de sudor. Solo había sido un sueño, pero uno que, a pesar de lo cambiante e ilógico, le había parecido demasiado real. Si se concentraba, todavía podía notar el tacto de la piel fina y suave en sus labios; la misma piel que descansaba a su lado, más lejos de lo que a él le gustaría y también más tapada.
Sabía por qué había soñado algo como aquello. En realidad, no le sorprendía lo más mínimo porque no era la primera vez, pero sí la primera en que el Arian de sus sueños de repente se convertía en otra persona. No le vio la cara, pero su subconsciente lo relacionó con Ichiro y eso sí le sorprendió: aquel chico no le inspiraba nada, ni tan solo la suficiente atracción física como para desearlo hasta el punto de soñar con él. Suspiró y miró a aquel que sí lo atraía de esa forma. Dormía en el futón de al lado, completamente ajeno a su turbación, y su rostro estaba iluminado de forma tenue por la luz que se filtraba de fuera a través del papel de arroz. En un impulso, Matsubara acercó los dedos a sus labios y los rozó apenas, para retirarlos como si quemaran en el momento en que Arian los cerró. Y sin quitarle la vista de encima, besó las yemas que acababan de tocarlo antes de levantarse y salir en silencio de la estancia sin ser consciente del par de ojos que habían observado todo desde el extremo.
Habían decidido casi por unanimidad buscarse un onsen en la montaña que no fuera muy caro para pasar todos juntos el último fin de semana de las vacaciones. La primera opción fue ir a la playa, pero las chicas no se mostraron muy conformes y la mayoría de los chicos prefirieron un destino menos abarrotado, por lo que terminaron allá, en un alojamiento algo ruinoso y poco concurrido, pero relativamente barato y con aguas termales propias. Allí estaban todos, incluyendo a Takeda y Akio, a la novia de este último y al novio de Saeda, que había acudido desde Osaka directamente.
Llegaron esa misma tarde después de un viaje en tren, otro en autobús y una caminata de casi una hora bajo el sol abrasador. Arian, el único imprudente que no usaba protector solar, acabó por ello con los hombros, la nariz y los pómulos quemados. Aun después de hacerse de noche, de la visita al onsen, de cambiar su ropa por un fresco yukata y del par de horas de sueño agitado, Matsubara no podía quitarse de la cabeza la imagen de esos hombros rojos, de la espalda de Arian mientras levantaba los brazos para amarrar su indomable cabello en una cola alta ni de sus dedos aplicándose una crema refrescante tras la caminata. Ni siquiera su figura envuelta en una escueta toalla le pareció tan erótica como aquello. No le extrañaba, pues, su sueño; pero seguía aturdido por todo lo demás.
Recorrió descalzo el pasillo hasta llegar a los baños y una vez allí se enjuagó la cara y el cuello con agua fresca. Su subconsciente en forma de Ichiro tenía razón: debía declararse de una buena vez porque la desesperación era cada vez mayor. A esas alturas, Matsubara estaba seguro de que sería rechazado, pero al menos tendría eso; un rechazo certero y palpable y no solo aire, sospechas y acciones ambiguas y malinterpretables. El problema era el cuándo y el cómo. ¿Qué momento sería el idóneo para hablarle acerca de sus sentimientos? Porque ninguno le parecía bueno: siempre había gente alrededor y cuando no la había, Matsubara no creía que la atmósfera fuera la adecuada.
«Te engañas. Cualquier atmósfera es buena para un rechazo, ¿no?», pensó.
En realidad, sabía muy bien que todo aquello eran simples excusas para no llegar a ese momento. La incertidumbre lo mataba, sí, pero el dolor que Arian le iba a causar sería peor, de eso estaba seguro, por eso nunca llegaba.
Después de refrescarse y aclararse un poco las ideas, pensó en regresar a la habitación que compartían todos los chicos, pero prefirió dar antes un paseo. Lo último que necesitaba en ese momento era volver a verlo a él con esa expresión de tranquilidad, con los labios entreabiertos, el cobertor de su futón revuelto y su yukata algo suelto mostrando más centímetros de piel de los que era recomendable observar. Así que se dirigió a la parte de atrás, buscó sus geta y salió al exterior.
Dejando a un lado la tensión que acumulaba desde su llegada, Matsubara debía reconocer que la primera tarde la habían pasado muy bien. Les quedaba aún otra noche más y volverían a Kioto el domingo por la mañana, justo un día antes de retomar el curso. Pero, en las pocas horas transcurridas juntos, el ambiente había sido divertido.
Aomine, el novio de Saeda, le cayó muy bien una vez este comenzara a articular más de dos palabras seguidas. No cabía duda de que eran tal para cual: el muchacho era tan callado como ella y de verdad parecía un otaku, con su mentón mal afeitado, su pelo demasiado largo y su camiseta y gafas viejas; pero tras ese aspecto descuidado se ocultaba una persona sincera, tímida y atenta hasta la saciedad con la muchacha, la cual parecía iluminarse cada vez que posaba la vista en él. Y aún no había tenido ocasión de entablar demasiada conversación con Ueda, la novia de Akio, pero también parecía agradable; en general, se sentía cómodo con todos, e iba pensando en ello cuando escuchó algunos susurros provenientes del mismo camino que seguía en su paseo. En principio pensó en continuar adelante, pero cuando uno de los susurros se convirtió en sollozo se paró en seco, pensando que seguramente interrumpiría algo si se dejaba ver.
—¿Te gusta Arian?
La mención de aquel nombre lo puso alerta. Imaginaba, antes de escuchar las palabras, que eran otros huéspedes del hostal, pues no le había parecido notar ninguno de los futones vacíos al abandonar su habitación, claro que ni siquiera había vuelto la vista atrás para constatarlo.
—¡Claro que no!
¿Esa era Rose? Sí, estaba seguro, tenía su timbre de voz y le pareció captar el acento norteamericano. Dio dos pasos con cuidado de que las geta no resonaran en el empedrado, sabiendo de antemano que no era educado escuchar a escondidas una conversación tan íntima como aquella. Ni ninguna.
—¿Entonces?
—¡Tú, idiota! ¡Me gustas tú! Siempre me has gustado.
Matsubara sabía que no debía quedarse ahí, que estaba siendo terriblemente indiscreto, pero tenía cierta sospecha y quería saber quién era el otro componente de esa conversación. Sonrió para sí imaginando que, si estaba en lo cierto, ese fin de semana se forjaría una nueva pareja en el grupo, y la alegría se tiñó un poco de pena al no tener él la misma suerte.
—Tú… tú también me gustas, pero…
—¿Pero qué, Touya? —La mención de ese nombre ensanchó más la sonrisa del indiscreto oyente—. ¿Por qué no te decides? Por favor, sal conmigo.
—Tsk, monja estúpida. Yo te lo quería pedir a ti.
Cuando el sonido de un beso sustituyó a las palabras, Matsubara se agachó con cuidado para descalzarse y, con sus geta en la mano, emprendió el camino de regreso mientras les deseaba mentalmente toda la felicidad del mundo.
Supuso que la recién formada pareja preferiría mantener el secreto algún tiempo, por lo que no mencionó a nadie lo que había presenciado, ni tan solo a Hasegawa, que en más de una ocasión había hecho patente su convicción de que aquellos dos iban a acabar juntos. Sin embargo, se equivocó, puesto que dieron la noticia al poco de levantarse mientras todos desayunaban juntos.
—¡Ya era hora!
—Habríais empezado antes si no fuerais un par de cabezotas —les recordó Hasegawa.
Lejos de mencionar lo que sentían el uno por el otro, tanto Rose como Touya se habían empeñado en negarlo hasta la saciedad y, además, fingir cierta animadversión mutua. Pero la amiga de ambos hacía ya tiempo que estaba segura de que lo que parecía una relación tirante y muy poco cordial, escondía un flirteo descarado, aunque fuera de una forma muy particular.
—Ey, Touya, ¿cómo llevas eso de ponerte de puntillas para besar a tu novia?
Todos rieron cuando Akio se metió con el chico y, aunque al aludido pareció no hacerle ninguna gracia al principio, al final acabó riendo igual. Y es que Rose le sacaba la cabeza en estatura; incluso allí, sentados sobre el tatami, se mantenía erguido sobre sus talones mientras que ella había adoptado una postura más cómoda para desayunar, con tal de no hacer tan patente aquella diferencia de altura.
—Y vosotros, ¿para cuándo?
Matsubara casi se atragantó con su té al escuchar la pregunta por parte del propio Touya, dirigida a él y a Hasegawa.
—¿Tadaji y yo? —preguntó la aludida—. Creo que te confundes.
—Venga ya, pero si casi no os habéis separado desde que empezamos la carrera. Hacéis buena pareja.
Hasegawa negó con la cabeza.
—Tadaji me rechazó, para que te enteres. Y eso fue nada más empezarla; lo superé y ahora somos amigos, nada más.
—¿En serio la rechazaste? —preguntó Rose incrédula; ella no conocía ese episodio de sus vidas, pues aún no había entrado al grupo por aquel entonces y no era un tema que Hasegawa tocara con asiduidad—. ¿Por qué, Tadaji? A uno no se le declara una chica guapa todos los días.
—Bueno, yo…
Matsubara observó a su alrededor. No todos estaban con la atención puesta en su persona: sus dos amigos del instituto parecían llevar otra conversación paralela junto a la novia de Akio mientras que Saeda y Aomine también hablaban por su lado, explicándole ella la situación con respecto a Rose y Touya. Si quería abordar el tema, ese momento era ideal porque venía al caso y porque no todo el mundo estaba pendiente de él, así que podía dejarlo entrever y que la noticia, si es que podía considerarse como tal, fuera desplegándose poco a poco.
Solo necesitó un empujoncito más.
—¿Salías con alguien? —insistió Rose. Matsubara titubeó y miró de soslayo a Arian, que estaba sentado a su lado. Fue un intercambio fugaz, pero al cruzarse sus miradas pudo percibir su sonrisa de apoyo. Casi pudo oírlo pensar: «¡Ánimo, Matsu!».
—No, no es eso.
—Lo que pasaba es que aún no había olvidado a la chica con la que salía en secundaria —aventuró Touya, como si aquello no fuera más que un juego de adivinanzas.
—¡No! Rechacé a Hasegawa porque ella era… es… —lanzó otra fugaz mirada a Arian y la cambió a la mencionada en cuestión de una milésima de segundo antes de continuar— una chica.
Las dos últimas palabras resonaron en la estancia como si las hubiera gritado, cuando en realidad fue todo lo contrario, ya que Matsubara había bajado un poco la voz para pronunciarlas. Pero tuvo la mala fortuna de decirlas en el mismo momento en que, por arte de magia, casualidad o a saber qué otra razón inexplicable, todo el mundo, incluidos los que mantenían conversaciones paralelas, se había callado. Y ese silencio se mantuvo en el tiempo durante un segundo, dos, tres. Hasta que Matsubara, que contaba mentalmente, perdió la cuenta.
—No lo entiendo, ¿qué tienes en contra de las chicas?
El primero en romperlo fue Touya y se llevó una buena colleja por parte de su novia, que masculló un insulto por lo bajo en inglés. Matsubara se rio un poco. Sabía que su amigo era un poco denso para algunos temas y, si bien le sorprendía que no le hubiera comprendido al instante, al menos logró, sin proponérselo, que se relajara un tanto.
—No tengo nada en contra de ellas, pero a la hora de salir con alguien prefiero…, ya sabes, un chico.
—¿Estás diciendo que eres gay, Tadaji? —preguntó Akio con las cejas levantadas.
Matsubara se sintió algo incómodo al estar allí su novia, puesto que no tenía con ella la misma confianza que con sus amigos, y lo mismo iba para Aomine. Pero ya estaba dicho. No había pensado que ellos dos le llegarían a prestar atención y ahora no podía echarse atrás.
—S-sí.
De nuevo toda la estancia quedó en silencio, un silencio pesado que solo se rompió por un par de carraspeos incómodos. Matsubara centró la vista en la mesita frente a él con los platos de su desayuno ya vacíos, pero las pocas veces que la levantó pudo observar a sus amigos tratando de fijar la atención en cualquier cosa antes que en él.
—Pero… ¿desde cuándo?
Matsubara suspiró despacio al escuchar la pregunta de Takeda. Sintió cierto alivio porque alguien se hubiera atrevido al fin a romper el silencio, y nervios porque aún no sabía cómo se lo estaban tomando.
—Pues desde siempre —respondió mirándolo—. Uno no se hace gay de la noche a la mañana.
—Ya, pero… supongo que no lo sabes desde siempre. ¿Te has dado cuenta ahora o…?
—No, no…, perdona —se disculpó, sabiendo que tal vez su réplica había sonado algo borde—. Supongo que fui totalmente consciente de ello en primero de secundaria.
—Un momento, ¿en secundaria? ¿No saliste con Hirano en segundo? —preguntó.
—Uhm, sí.
—¿Por qué?
Matsubara se encogió de hombros.
—Era el camino fácil.
—El camino cobarde, querrás decir —lo corrigió Akio.
Matsubara prefirió no confirmárselo, aunque mentalmente le daba la razón.
—Siento habéroslo dicho así de sopetón —dijo para desviar y, a ser posible, zanjar el tema—, pero es algo que tenía pendiente y que merecíais saber.
—Y te damos las gracias por confiárnoslo —dijo entonces Hasegawa, que hasta hacía segundos había mantenido una mirada dura sobre Takeda—, aunque no cambia nada el que lo sepamos, todos estáis de acuerdo, ¿no?
—No, no estoy de acuerdo —respondió Akio, que no pareció amedrentarse ante el tono autoritario de la muchacha—. Sí que cambia, hace diez minutos Tadaji era… era… normal.
—¡Eh! Que no tiene tres ojos ni dos narices.
—Ya me entiendes, Arian. ¿Qué pasa, tú lo defiendes?
—Claro que sí. De todas formas, yo ya lo sabía.
—¿Y nunca nos advertiste?
—¿Por qué? Es cosa de Matsu y no es nada malo de lo que haya que advertir.
—Malo…, no sé, pero tienes que admitir que es raro —comentó Saeda, y de inmediato miró al causante de todo el revuelo como si acabara de decir una barbaridad sobre él—. ¡No te lo tomes a mal!
—Venga, ¿por qué os cuesta tanto? —Esa vez fue Rose la que se dejó oír—. No os ha confesado que le gusta comer bebés crudos, que parece que lo estéis juzgando por algo.
—Rose, tú no lo entiendes porque eres de fuera, pero aquí la homosexualidad está mal vista —trató de argumentar Saeda.
—¿Y ya está, ese es todo el gran argumento? Como está mal visto vosotros lo rechazáis y punto. ¿Os creéis con derecho a juzgarlo a él o a cualquiera por quien elija como compañero de cama? Debería daros vergüenza.
—No generalices.
—No lo decía por ti, Hasegawa.
—Pero, por mucho que digas, no es tan sencillo. No podemos aceptarlo así, sin más. Al menos yo no puedo —confesó entonces Akio—. Y no es por lo que tú dices, es porque vamos a tener que cambiar muchas cosas con él a partir de ahora.
—¡P-pero yo no quiero que cambiéis nada!
—¡No se puede evitar! Ahora habrá muchos temas que no sabré si puedo hablar contigo o no y estaré todo el tiempo midiendo mis palabras por si algo te ofende, y esa situación no es nada cómoda.
—Creo que tenemos la confianza suficiente como para decirte si algo me ofende y que no pase nada.
—Pues está visto que no la tenemos, cuando has tardado casi cuatro años en hablar de este tema.
Matsubara volvió a quedarse en silencio. No podía evitar darle la razón a Akio, aunque solo fuera en parte, y hasta entendía que a todos les costara digerirlo. Por supuesto, eso no quitaba que sintiera cierta desolación.
—Lo siento —repitió al fin, sin saber qué más podía decirles.
—Danos tiempo —pidió Saeda. Matsubara asintió.
—Ey, y supongo que… lo tuyo… no nos implicará a ninguno, ¿no? Porque a mí no me da la gana que me metas en tus perversiones.
—Ya está, como es gay es un pervertido, ¿no, Takeda? —quiso defenderlo Hasegawa.
—Si le gustan los tíos debe serlo. Y yo soy un tío, así que eso me pone en una posición comprometida.
—¿Y lo dices tú, que te vas detrás de cualquier falda? Perdona que te lo diga, pero aquí solo hay un pervertido y no es Tadaji: cuando seas capaz de aguantar sin abrirte la bragueta más de dos días seguidos podrás hablar, pero mientras te aconsejo que no vayas por ahí o saldrás escaldado.
Tras el exabrupto, la chica se levantó airada y salió de allí como una exhalación y sin mirar atrás. Los paneles de madera sonaron con fuerza al cerrar la puerta corrediza a su espalda. Touya silbó por lo bajo.
—Menudo carácter.
—Pues tiene toda la razón, así que mejor mantente calladito —lo increpó Rose y, ante la sorpresa de todos los presentes, el chico se limitó a obedecer—. No hagas caso a esta panda de retrógrados, ¿vale? Todo sigue igual, de verdad.
Matsubara asintió tratando de sonreír. No quería seguir dándole vueltas al tema, pero por más que Rose le hubiera dicho aquello, por más que Hasegawa acabara de irse ofendida no por él sino por los demás y por más que Saeda hubiera asegurado que se acostumbrarían, Matsubara supo que acababa de abrirse un abismo demasiado grande y demasiado profundo entre él y sus amigos, y que sortearlo iba a ser más difícil de lo que creía. Solo tuvo que esperar unas horas para darse cuenta de ello.
Llegada la noche, después de pasarse todo el día pegado a las chicas y a Arian y con la certeza de que los demás lo evitaban lo más elegantemente posible, prefirió saltarse la cena y pasar las últimas horas del día a solas consigo mismo. Ni siquiera aceptó la compañía del noruego a pesar de necesitar con todas sus fuerzas uno de sus abrazos, por lo que lo dejó con los demás y se fue a dar un largo paseo, del cual regresó cerca de la media noche, cuando el silencio en el hostal era casi absoluto.
Supuso que todos dormían y le apeteció disfrutar una vez más de las aguas termales: unos últimos minutos de retiro antes de volver a enfrentar la realidad. Así que cogió un yukata limpio, se dirigió a los baños y, tras asearse apropiadamente, salió al exterior con un par de toallas, un balde de agua fresca y un paño de algodón atado a la cadera.
Los susurros alcanzaron sus oídos antes de deslizar la puerta, y se detuvieron abruptamente en cuanto apareció tras ella.
—Hm, buenas —saludó, entre orgulloso y amedrentado.
Dentro de las humeantes aguas se encontraban Takeda, Akio y Aomine, y solo los dos últimos le devolvieron el saludo de una manera muy escueta. Matsubara se quedó quieto en el sitio unos segundos y finalmente avanzó hacia el agua.
Prefirió meterse a una distancia prudencial de los chicos, por lo que se sentó a unos metros como si en realidad no los conociera. Al sentarse, el agua caliente lo cubrió hasta los hombros. Así se mantuvieron todos un rato, en silencio, hasta que Takeda se levantó de su lugar.
—Yo me voy —anunció.
—Hm, y yo —lo siguió Aomine.
—Dejadlo estar —pidió Matsubara con un suspiro, y también se puso en pie—. Mejor que sea yo el que se vaya, supongo que estabais teniendo una conversación muy interesante antes de que llegara. No quiero coartaros.
Sentía cierto pellizco en su orgullo además del desengaño de ver que sus propios amigos no querían estar en el mismo lugar que él, aunque la desnudez de todos hiciera más comprensible la situación. Pero en esos momentos, Matsubara no quería ser comprensivo, al igual que los demás no lo estaban siendo con él.
Así que salió del agua, recogió sus cosas y pasó al lado de los otros dos chicos sin mirarlos a la cara. La reacción de Aomine le daba exactamente igual: acababa de entrar en el grupo y al vivir en Osaka muy seguramente lo volvería a ver en contadas ocasiones, pero el asunto con Takeda era diferente. A pesar de que la relación se había distanciado entre ellos después de acabar el instituto, aún lo consideraba su mejor amigo: no compartían grandes confidencias, pero antes de comenzar la universidad se lo solían pasar bien juntos. Conectaban, y que fuera él precisamente quien mostrara su rechazo de aquella forma tan abierta le dolía más de lo que su orgullo estaba dispuesto a admitir.
Tratando, pues, de no pensar en ello, regresó al interior del ryokan tras haberse refrescado y vestido con las prendas limpias. Tan distraído iba que la imagen de Hasegawa esperándolo frente al acceso a las termas con el ceño fruncido lo sobresaltó hasta el punto de hacerle dar un respingo.
—¿Hasegawa? ¿No estabas durmiendo ya?
—No, todas las chicas estábamos dándonos un baño —dijo, y sin añadir nada más lo agarró por la manga del yukata y se lo llevó casi arrastrando hasta la sala común—. Sabes que la zona de mujeres y la de hombres solo está separada por un panel de madera, ¿no? Y que se oye todo de un lado al otro.
Comprendió enseguida a qué se debía su actitud: no solo habría escuchado las pocas palabras que cruzó con los chicos, sino, muy seguramente, la conversación que mantenían antes de llegar y que con total seguridad era acerca de él.
—Siento haberlos tratado así, pero compréndeme…, no es justo.
—¡No, pero si no lo digo por ti! Estoy enfadada con ellos y me parece muy bien lo que has hecho. Pero dales tiempo, por favor.
—Ya, yo se lo doy, igual que a Saeda y a ti si te hace falta, pero es que ellos están siendo demasiado… —Suspiró y meneó la cabeza.
—A mí no me hace falta que me des tiempo, me da igual qué seas o qué te guste, ¿sabes?
—Gracias. De verdad te lo agradezco, Hasegawa.
—Pero estoy segura de que ellos lo aceptarán. Son muy duros de mollera, pero acabarán ablandándose, ya lo verás —dijo ella tras negar con la cabeza. Quería darle a entender que no tenía nada que agradecerle.
—Ojalá tengas razón. Me duele pensar que ya no estén dispuestos a relacionarse conmigo solo por esto, ¿sabes? Y temía esta reacción, así que me molesta todavía más que hayan cuestionado mi confianza en vosotros, porque sí la tengo o no os lo habría confesado, pero mira de qué ha servido.
—Ya lo sé, pero te pido que confíes un poquito más. Por favor, ten paciencia.
Él suspiró y acabó asintiendo. Al fin y al cabo, no podía negarse. Por muy dolido que estuviera, sabía que en esa situación todos debían poner su granito de arena: él también. Soltar la noticia y pretender que todos siguieran como siempre o que solo ellos hicieran el esfuerzo por aceptarlo era, en cierto modo, egoísta por su parte. Pero no sabía cuántos desplantes sería capaz de perdonar.
—Tadaji, llevo queriendo preguntarte algo desde que nos has contado lo tuyo antes, pero no quería hacerlo delante de los demás —comentó ella al cabo de un rato en silencio.
Parecía dar por zanjado, aunque fuera temporalmente, el asunto anterior.
—¿Por? ¿Tiene algo que ver con lo que pasó entre nosotros?
—No, para nada. Es sobre Arian.
Matsubara tragó saliva y miró a su amiga intentando ocultar el vuelco que acababa de darle el corazón.
—Esta tarde he estado paseando un rato con Takeda y me ha contado algo que vio anoche.
De nuevo, Matsubara sintió otro vuelco. Solo podía referirse a una cosa: al momento en que le rozó los labios con los dedos.
—¿Estaba despierto?
—Eso parece. Uhm, ¿salís juntos?
Suspiró y se recriminó mentalmente el haber bajado la guardia de ese modo. Al menos Takeda había sido discreto, imaginó que no por respeto, sino más bien porque, si no era capaz de aceptarlo sin más, seguramente la perspectiva de una relación de dos chicos dentro de su grupo era ya demasiado que asimilar.
—No, no salimos juntos, pero…
—Te gusta.
—Sí. Me gusta muchísimo, Hasegawa —se sinceró al fin—. No, es más que eso: estoy enamorado de él.
—¿Y no se lo has dicho?
—No. Quiero hacerlo, sé que debería hacerlo, pero me da tanto miedo…
—¿De qué tienes miedo?
—De lo que pasará cuando me rechace.
—¡Tadaji! —La chica rio suavemente—. ¿Tan seguro estás de que te va a rechazar? Eso no puedes saberlo hasta que no lo intentes.
—En este caso, sí. A Arian no le gustan los chicos, sé que no tengo ninguna oportunidad.
—Supongo que tienes razón. Pero deberías decírselo de todas formas, merece saberlo, ¿no crees? Cuando me declaré a ti pensaba exactamente lo mismo, ¿sabes?
—¿El qué, que te iba a rechazar porque no me gustaban las chicas? —le preguntó él, incrédulo y sorprendido. Hasegawa negó.
—No porque no te gustaran las chicas, pero sí porque acabábamos de conocernos y todo había sido muy repentino. Aun así quise intentarlo, había una posibilidad entre mil.
—Tú eres más valiente que yo.
—No es verdad. Lo que has hecho esta mañana…, hay que tener más agallas de las que crees. Las tienes solo por aceptar lo que eres. ¿Cuántos hay como tú que no son capaces de hacerlo y viven en una mentira? La sociedad es cada vez más comprensiva, pero no tanto, ya lo has podido comprobar.
Matsubara asintió. Debía aceptar, por prepotente que sonara, que Hasegawa tenía razón. Y sabía que el camino que había elegido para sí no estaba cubierto de rosas, pero aun así lo estaba recorriendo, demasiado despacio tal vez, y tropezando más veces de las que le gustaría, pero siempre hacia adelante y sin recular.
—Díselo —insistió—, y yo cruzaré los dedos por ti.
—Gracias, de verdad. Me ayudas mucho más de lo que crees.
—Para eso estoy. Y ¿te confieso algo? Hace tiempo que lo sospechaba.
—¿Qué? —preguntó con cara de susto.
—Bastante tiempo. Prácticamente desde que me declaré —dijo ella, y tuvo que seguir hablando porque la estupefacción estaba grabada en cada centímetro de la cara de su amigo—. Te tomaste muy a la tremenda todo el asunto. Yo fui a buscarte esperándome la negativa, pero, aunque era bastante obvia, a ti pareció ponerte muy nervioso dármela, como si te asustara. Pensé que guardabas algún secreto, a lo mejor una novia mayor o algún lío con una profesora, pero entonces me fui dando cuenta de más cosas.
—¿De qué cosas? Por favor, no me digas que se me nota —pidió. No había olvidado las palabras de Ichiro: «Se te nota a la legua».
—¡Para nada! Por eso puedes estar tranquilo. Pero, uhm…, he observado que no te sueles fijar en faldas más cortas de la cuenta, pero sí en algún que otro trasero masculino. —La chica emitió una risilla al ver la expresión de absoluto terror de Matsubara—. No pongas esa cara. Si no fuera muy observadora y no hubiera tenido la sospecha de antes ni me habría dado cuenta. Y nunca estuve segura en realidad hasta que lo has contado.
—¿Seguro que no se me nota?
—Que no, ¡pesado!
—Vale, vale, te creo.
—¿Se lo dirás?
—¿A Arian? Sí, supongo.
—¿Este fin de semana?
—No sé, Hasegawa…, es muy precipitado y nunca encuentro el momento. No creo que sea este fin de semana y menos ahora, que están todos conmigo como están. Creo que es mejor esperar: casi no me hablan por ser gay, si ahora voy y me declaro a alguien del grupo directamente me odiarán. Pero se lo diré tarde o temprano, te lo prometo. Y espero que estés ahí cuando te llame para ir a llorarte.
—No seas pesimista, hombre. A lo mejor sale bien; Arian y tú seríais una pareja perfecta. Ya sois muy buenos amigos, seguro que os entenderíais muy bien. De todas formas, tienes razón, espera un tiempo. Pero no demasiado, ¿eh? A lo mejor no sale tan mal como crees.
—No quiero hacerme falsas esperanzas. Prefiero ponerme en lo peor, así la caída no será tan dura.
—Lo que tú quieras. Pero yo me mantendré optimista por ti.
Matsubara asintió y, sin pensarlo dos veces, abrazó a su amiga durante un instante. Nunca antes lo había hecho y él menos que nadie era propenso a esos gestos, pero justo en ese momento sintió la imperiosa necesidad de hacerlo, y a ella no pareció molestarle en absoluto porque no solo correspondió al abrazo, sino que le regaló un beso en la mejilla. Un beso que él aceptó como el de una hermana.
—Acabo de darme cuenta —comentó él al separarse—. ¿Qué hacías tú paseando a solas con Takeda?
—Ni preguntes —fue la respuesta que recibió después de un bufido molesto—. Cree que puede hacer de mí otra de sus conquistas-trofeo y va listo si cree que voy a ceder.
—Entonces, ¿no te gusta?
—Eso es lo que me duele, Tadaji. Que sí.