Montañas y tacones lejanos •Primeros capítulos•

Aquí podrás leer de forma gratuita los primeros capítulos de Montañas y tacones lejanos, de Laurent Kosta, la segunda y última parte de Montañas, cuevas y tacones; una novela homoerótica cuyos protagonistas tendrán que superar las zancadillas que les pone la vida al tiempo que descubren barreras, miedos, deseos y sueños que no sabían que tenían. Ahora bien, te advertimos dos cositas:

1. Esta novela es para mayores de edad por su contenido sexual.
2. Es una historia adictiva que no podrás dejar de leer.

Aclarado esto, ¡bienvenid@ a este antro!



Iván caminaba con paso tranquilo por el pasillo de granito del cuartel general en dirección al despacho de su comandante. Sus botas negras retumbaban con firmeza, disimulando la inquietud que cargaba a cuestas. Un cabo aguardaba al final del pasillo y llamó a la puerta por él, anunciando también su llegada. Entró en la amplia sala, presidida por una mesa de roble junto a sus tres banderas, con un nudo en la garganta. Sentados al otro lado de la mesa su comandante, a quien había visto en un par de ocasiones, y un general al que no conocía. Los dos hombres pasaban de los cincuenta y tenían el porte firme y rancio de los viejos militares, con su seguridad apabullante y sus sonrisas condescendientes.

—Adelante, Iván, siéntate —le indicó su comandante como si fuesen viejos amigos, y acto seguido hizo de anfitrión presentándole al general.

Se estrecharon las manos con cordialidad y acabaron los tres sentados en torno a la mesa de madera oscura. Una vez más Iván se preguntó por qué siempre tenía esa sensación de estar cometiendo algún delito cuando se acercaba a sus superiores. No había hecho nada malo, se repetía con insistencia, y aun así el presentimiento de que estaban a punto de descubrirlo lo atormentaba a cada paso.

—Has causado cierto revuelo por las redes —afirmó el general entonces, con una sonrisa orgullosa.

Así que ¿de eso iba el tema?, ¿de aquella foto? Iván estuvo a punto de sonreír, aliviado por un instante de que solo fuera eso. ¿O iban a llamarle la atención por aquello?

—No fue cosa mía… —explicó él, por si hacía falta dar explicaciones.

—Confieso que no acabo de entender todo este mundo de las redes sociales…, pero no cabe duda de que has llamado mucho la atención. —¿Debía preocuparse? La dichosa foto en cuestión era una imagen de Iván sonriendo el día de su graduación de la Academia de la Guardia Civil en Baeza. La había publicado un periódico local de Cantabria con una pequeña entrevista con el titular: «Modelo y héroe cántabro primero de su promoción en la Guardia Civil». Era una foto muy natural que había tomado Ramiro, que su madre había mandado al periódico en cuestión, que alguien había subido a Instagram y que, por algún motivo que escapaba a su lógica, se había hecho viral con un sinfín de comentarios lascivos y jocosos sobre la apariencia física del joven de la imagen—. Así que primero de tu promoción. Tus instructores hablan muy bien de ti y de esa proeza tuya en las cuevas de tu pueblo. Me han contado también que estudias Ciencias Políticas a distancia. Todo apunta a que tendrás un futuro prometedor en el cuerpo…

—Gracias, señor —dijo intentando disipar la inquietud que le provocaba que aquel desconocido supiese tanto sobre él.

—Lo que me lleva a preguntarme ¿qué narices haces tú en Cuenca? Podrías haber elegido el destino que quisieras.

—Lo sé, quería ir a Madrid, pero no había plazas, espero poder trasladarme en junio…

—Me han dicho que tienes pensado presentarte al GREIM —lo interrumpió el general, no sin olvidar sonreírle. El GREIM era como se conocía internamente al Grupo de Rescate e Intervención en Montaña de la Guardia Civil, el que era, efectivamente, el único motivo por el que Iván había acabado formando parte de una institución militar.

—Sí, señor.

—Es un entrenamiento muy duro, quizás uno de los más duros… Aunque no salen muchas plazas y es un sector minoritario… —y dejó la información en el aire unos instantes mientras encendía un cigarrillo y le daba una calada profunda—, este año ha salido una convocatoria…

—Lo sé —dijo Iván con cierta pesadumbre; sabía lo que significaba eso.

—Puede que no salga otra en tres o cuatro años…, ¿quién sabe? —Y volvió a dejar colgada su insinuación, entre bocanadas de nicotina, como si respondiera a algún tipo de estrategia que Iván debía averiguar.

—Bueno, aún tengo que terminar las prácticas… —dijo por decir algo, pues eso ya lo sabían todos.

El general se inclinó hacia adelante, recostándose sobre sus codos, acercándose a él con gesto conspiratorio.

—¿Y si te dijera que puedes entrar en esta? —Y permaneció mirándolo fijamente a los ojos, el humo de su pitillo acosando a Iván, que intentaba controlarse para no empezar a toser—. Estaría bien, ¿no crees? Nada de esperar a ver cuándo vuelve a haber plazas…, entrar ahora. Podrías estar trabajando en las montañas dentro de un año.

—No me importa esperar…

—¿No preferirías saltarte los protocolos?

—Seguro que aprendo mucho haciendo las prácticas… —No le gustaba el rumbo que empezaba a tomar la conversación, no quería favores.

Al fin no pudo contener un ligero carraspeo a causa de la nube gris que se le metía por la nariz, lo que bastó para que el general fuese consciente de su cigarro. En un gesto rápido y violento lo aplastó contra el cenicero de cerámica, aunque un hilo de humo blanco sobrevivió al exterminio. Y volvió a recostarse en el sillón de despacho.

—No es nada ilegal, Iván. Hay dos formas de cumplir con el protocolo, bien por experiencia haciendo prácticas, o por méritos. Suele hacerse con los militares que ya han prestado servicio. —Abrió una carpetita marrón en la que podía verse para empezar la famosa foto de Instagram—. Por lo que veo en tu expediente, has colaborado en muchas ocasiones con nosotros en la montaña, te has graduado con honores, y está, por supuesto, el rescate de aquellos jóvenes el verano pasado. Una operación que dirigía el GREIM precisamente. Creo que más de uno estaría de acuerdo en que has acumulado méritos y experiencia suficientes.

—Creía que ya se habían hecho las pruebas de acceso.

—Así es, y no creas que te estaríamos regalando nada, tendrías que hacerlas igualmente. Aunque sospecho que no tendrás problemas para pasarlas… En un par de semanas podrías estar empezando el entrenamiento en la escuela de montaña. Suena bien, ¿no te parece?

—Entonces ¿no iría a Madrid?

—No. Creo que podemos hacer algo mejor contigo que ponerte a dirigir el tráfico. —El general se detuvo en ese momento, satisfecho de sí mismo, tal vez aguardando una respuesta entusiasta de su joven interlocutor que no llegaba—. No pareces convencido —añadió al fin, sin sospechar que Iván tenía un motivo para no alegrarse de evitar Madrid que no podía explicar.

—Y ¿cuáles son las condiciones?

El general respondió con una sonora carcajada.

—Ya me habían advertido de que además de ser un máquina, eras listo. Como sabrás la imagen del cuerpo no está pasando por su mejor momento…

Iván lo sabía, la reputación de la Guardia Civil se había visto empañada por una panda de descerebrados que había provocado una pelea estando de servicio, que tuvo como resultado la muerte de un adolescente magrebí, un MENA, y la hospitalización de otros dos. La prensa se los había comido, sobre todo porque el tribunal militar de la Guardia Civil ni siquiera había considerado la posibilidad de asesinato. Aquello seguía siendo una fuente de escándalos noticiables. Eso era lo que hacía la prensa en la actualidad, inflaba el balón aprovechando hasta la última gota de sangre de víctimas y delincuentes para robarle la audiencia a la competencia y vender algunos números más. Y la cosa había ido a peor con un segundo escándalo por una posible violación grupal en una comandancia en Melilla, lo que se había convertido en una caza de brujas para destapar posibles encubrimientos por las altas esferas. No era la primera vez que se cuestionaban la naturaleza militar de La Benemérita y su cerrada jerarquía de mando.

—Queremos que el público vea lo que hacemos aquí, mostrar una cara más abierta y amable. Que sepan que esto es duro, que aquí os dejáis la piel por servir. Así que tenemos un proyecto que queremos poner en marcha, ahora que está de moda esto de los «rialitis» y el «yutube» ese… La idea es hacer el seguimiento de un guardia desde que se presenta a las pruebas, su entrenamiento, hasta que llega a su primer destino, que la gente pueda ver cómo se vive esto desde dentro… Y hemos coincidido todos en que tú eres la persona perfecta para esto, queremos aprovechar un poco ese carisma que tienes en las redes… —El general seguía explicando los detalles del programa que querían que Iván protagonizara, pero él ya no escuchaba, en su cabeza solo se repetía una palabra: «Mierda, mierda, mierda…». Esto no podía estar pasándole a él, no podía aceptar esta oferta de ningún modo…—. ¿Qué te parece? ¿Vas a ser nuestro chico de oro?

—La verdad, general, no me siento muy cómodo delante de las cámaras…

—Pero eres modelo, ¿verdad?

Cómo explicarle que solo se metió en eso de la moda por cierto fotógrafo al que intentaba engatusar.

—Solo hice un par de trabajos, y no se me daba muy bien que digamos.

—No es lo que parece por las fotos… —Y entre las fotos que sacó de la carpetita marrón el general escogió una en la que Iván estaba completamente desnudo, salvo por unas gafas de sol rojas y un bolso de mujer amarillo con el que tapaba sus genitales. ¡Joder! Quería que se lo tragase la tierra en ese momento—. No pareces tímido precisamente —soltó con humor el general mientras sujetaba la foto como si fuese un pescado que acabara de sacar del agua—. No queremos filmar tu vida privada, intenta verlo más como un documental sobre el cuerpo; la idea es presentar algo respetable, no nos interesa hacerte quedar mal, al contrario, queremos que todo el mundo te adore, que te vean como el héroe que eres y el gran servidor de las fuerzas armadas que todos confiamos en que llegarás a ser.

—Y si quisiera hacer las prácticas en Madrid de todas formas…

—¿No te interesa? —El general miró al comandante como si exigiera explicaciones, esto no se lo habían esperado—. ¿No quieres entrar en el cuerpo de montaña?

—Sí, claro que sí. Es solo que… ya había organizado todo para ir a Madrid… y… —Le estaba costando mucho encontrar un buen motivo para rechazar la oferta.

—No me digas más. Tienes una novia en Madrid, ¿verdad? —Iván no dijo nada, y el general soltó otra fuerte carcajada como si acabara de comprender—. Los jóvenes, hacéis tantas gilipolleces cuando estáis encoñados… Tu chica lo entenderá, y si es de las que merecen la pena, te esperará. Esto es así, ya sabíais en lo que os metíais cuando os presentasteis a las oposiciones… Mi mujer y yo estuvimos separados tres años, yo en el País Vasco, ella en Sevilla, incluso después de casarnos seguimos viviendo separados un año. Créeme, las que te convienen lo entienden.

Sí, Iván tenía a alguien que esperaba en Madrid, y ese alguien se llamaba Ramiro, pero no, él no lo entendería…

—¿Puedo pensarlo?

Al general se le cortó la sonrisa de cuajo.

—No te lo pienses tanto, Iván, quién sabe, tal vez después de todo no vayas a Madrid como tienes planeado, no hay nadie que te lo garantice. Podrías quedarte aquí, en Cuenca, los próximos cuatro años, acumulando tan pocos puntos que igual no entras nunca en el GREIM. No te imaginas la cantidad de guardias que jamás acceden a la especialidad que quisieran. Una mala decisión en tu carrera podría dejarte estancado aquí, vigilando campos y carreteras… No es que tenga nada de malo, es un trabajo honrado… —Y aquello fue una amenaza en toda regla que le dejó la sangre helada al más joven. El general volvió a apoyarse en la mesa para clavarle la mirada—. No voy a ordenarte que lo hagas, pero piénsatelo mucho antes de rechazar esta oferta, podría ser la peor decisión de tu carrera. ¿Ha quedado claro?

—Sí, señor.

—Me alegra que nos entendamos.

Iván supo en ese instante que no quedaba otra opción que rendirse.

—¿Cuándo empiezo?

El general volvió a sonreír.

—Eso es lo que quería oír.

 

Unas horas más tarde, entraba al ático en el que vivían en un pequeño bloque de edificios a las afueras de la ciudad. Normalmente habría avisado de su llegada, pero aquella tarde intentaba postergar el encuentro. Dejó sus llaves sobre la mesa de la cocina y se sirvió un vaso de agua fría. Estaban a mediados de octubre, pero en su ático el calor se negaba a darles tregua. La cena estaba a medio hacer en el horno y aquel detalle cotidiano le produjo otra punzada de culpa.

Ramiro debía estar en el cuarto oscuro. Un par de meses atrás, cuando acababan de mudarse, convirtió aquella habitación diminuta, que no parecía tener un propósito claro, en un cuarto oscuro. Se pasó tres días clausurando ventanas, colocando mesas, luces rojas, químicos y cubetas para dejarla a su gusto. Desde entonces pasaba muchas horas ahí metido jugando con el revelado de las fotos. Decía que le gustaba volver a sentir la fotografía en todo su proceso, ver aparecer las imágenes sobre el papel como si fuese magia, algo que según él se había perdido con la fotografía digital. La mesa del comedor nunca había cumplido su función, estaba permanentemente ocupada por un despliegue de fotografías que Iván se entretuvo observando; algunas ya las conocía, otras eran nuevas. Le encantaba ver la forma en la que le entraban esos ramalazos de locura y se entusiasmaba con una idea, y esa capacidad que tenía para sorprenderlo siempre con nuevas personalidades inesperadas.

En el último año y medio, había sido Ramiro quien había hecho posible su relación, era él quien viajaba cada semana, viviendo en dos ciudades a la vez, organizando sus trabajos alrededor de Iván. Ganaba menos dinero y se metía largas palizas de viaje para pasar el mayor tiempo posible juntos. Lejos de quejarse había encontrado la forma de aprovechar su tiempo en el campo buscando lo que él llamaba su «lenguaje artístico», deambulando por los bosques capturando imágenes insólitas de la naturaleza, o haciendo retratos de la gente de los pueblos cercanos que revelaba él mismo, un tipo de fotografía que se alejaba por completo de lo que solía hacer en el mundo de la moda. Le tocaba a él hacer lo posible por seguir juntos, se lo debía. Si Iván se había esforzado por ser el mejor de su promoción era únicamente para tener mejores opciones a la hora de escoger destino. Tres o cuatro años en Madrid serían suficiente tiempo para solucionar el dilema de cómo hacer compatible sus dos carreras: la de Iván en la montaña y la de Ramiro en el mundo de la moda. Ese había sido siempre el plan, y ahora estaba a punto de echarlo todo a perder.

En ese momento Ramiro salió del cuarto oscuro, llevaba un pantalón de algodón suelto y una camiseta blanca sin mangas sudada y sucia que solía ponerse para trabajar, las manos también algo manchadas de tinta negra, tan sexy como siempre a pesar del aspecto descuidado. Se sorprendió al ver que Iván estaba en casa y no había dicho nada.

—No quería interrumpirte… —se explicó.

Ramiro solo sonrió, con esa sonrisa perversa que lo volvía loco, y se acercó hasta donde estaba, lo rodeó con sus manos manchadas y buscó su boca para fundirse en un beso largo y sensual. Siguieron besándose, sin prisa, ya nunca había prisa… Le encantaba su boca, la fricción suave con su barba, sus labios presionando con la intensidad adecuada a cada momento, la lengua húmeda penetrando con delicadeza…, eran unos besos perfectos. Las manos de Ramiro comenzaron a desordenar la camisa de su uniforme para colarse por debajo y buscar su piel. Iván notó enseguida cómo se erizaba cada centímetro de piel de su cuerpo con el roce de sus caricias. Ahora él también rodeaba el culo de Ramiro para apretarlo contra su pelvis y sentirlo más cerca; los besos se volvieron entonces profundos, atacando con su lengua, mordisqueando sus labios, y ya estaba perdido, entregado por completo, excitado y deseándolo con urgencia. Daba igual cuántas veces hubieran follado, bastaba que lo tocase para que se rindiera a sus pies.

Habiendo pactado en silencio que la cena podía esperar, Ramiro empezó a desabrocharle la camisa, aprovechando para besar cada espacio de piel que quedaba al descubierto.

—¿Dónde estabas hoy? —preguntó, sin dejar de besarlo—. Te estuve buscando.

—Tuve que ir a la ciudad…

Habría sido mejor hablarlo antes, pero ya era demasiado tarde, Ramiro estaba ya de rodillas desabrochando su cinturón, a la caza de la erección ostentosa de Iván.

—Luego me lo cuentas… —dijo justo antes de empezar a mordisquear su polla dura por encima de la tela.

Iván dejó escapar un gemido largo y cuando su lengua empezó a jugar con la abertura de su glande, las piernas le temblaron y la respiración se le cortó bruscamente. Con una de sus manos empujó la cabeza de Ramiro, quería más, necesitaba más, y su amante le dio lo que buscaba y dejó que su polla entrara completa en su boca. Una de sus manos apretaba la base del tronco en un masaje estimulante mientras su boca se afanaba entrando y saliendo con un ritmo insoportable.

—¡Joder! Voy a correrme… —advirtió. Y Ramiro se frenó.

—No tan rápido…, tengo planes para ti…

Volvieron a besarse y se encaminaron hacia el dormitorio, dejando un rastro de ropa por el camino. El ático no era muy grande, no necesitaban mucho espacio porque era algo temporal, su verdadero hogar los esperaba en Madrid, en el piso de casi doscientos metros cuadrados de Ramiro que los dos se entretenían reformando sobre un plano, haciendo planes para un futuro que seguía siendo lejano e incierto. Llegaron al cuarto desnudos, la habitación estaba en penumbra y ninguno de los dos se molestó en encender la luz. Siguieron besándose algo más pausados, dejando que sus cuerpos se acariciaran, sus dos pollas firmes rozándose de vez en cuando.

—¿Una ducha?

—Yo ya me he duchado… ¿Quieres comprobarlo? —Y tras decirlo, Ramiro se dejó caer sobre la cama sin perderlo de vista, y abrió las piernas por si quedaba alguna duda de lo que esperaba. Iván no lo hizo esperar, se arrodilló entre sus piernas y comenzó a lamer sus testículos primero, para seguir luego el recorrido de su tronco con la lengua. Ramiro gemía, lo agarró del pelo suavemente para guiarlo—. Sí, así…, sigue, venga… Cómetela entera… —Le gustaba escuchar su voz, ese ronroneo que indicaba que estaba disfrutando, y lo ponía a mil cuando empezaba a dar órdenes—. Vamos, sí, no pares… —Ahora Ramiro se acariciaba así mismo de arriba abajo siguiendo el trayecto de la boca de Iván, su polla cada vez más dura, la respiración más agitada. A Iván le hubiera gustado que se corriera en su boca, pero él tenía otros planes—. Túmbate —ordenó, e Iván se acomodó sobre el edredón marrón que se resistían a guardar a pesar del calor. Ramiro, a gatas sobre él, lamía y mordisqueaba su cuerpo, pectorales, abdominales, saboreando cada rincón del torso desnudo de Iván.

Sabía que le gustaba llevar la iniciativa, puede que lo necesitara, todo allí en Cuenca giraba en torno a Iván, su trabajo, su carrera, así que cuando llegaba al sexo, le dejaba ser el macho dominante y tomar el control. El bote de lubricante ya estaba sobre el colchón junto a ellos, e Iván adivinó hacia dónde se dirigían sus planes. Ramiro no tardó en empezar a restregar su contenido por el orificio de Iván, su boca volvía a rodear su erección mientras sus dedos abrían el camino penetrándolo con suavidad, pero sin tregua.

—Joder, qué ganas tengo de follarte… —anunció mientras regresaba una vez más en busca de su boca, y su polla dura y firme empezaba efectivamente a abrirse camino dentro de él, despacio, entrando poco a poco, al tiempo que sus jadeos se sincronizaban con las pequeñas embestidas que se hacían cada vez más profundas. Iván soltó un leve gemido de dolor cuando al fin la dureza de Ramiro entró hasta el fondo llenándolo por completo—. ¿Vas bien?

—Sí, joder, fóllame… —Iván quiso masturbarse a sí mismo, pero Ramiro le apartó la mano con un golpecito.

—Ah, ah. Tú, quieto, déjame a mí —ordenó.

Iván levantó sus dos brazos por encima de la cabeza, dejándolos enredados y fuera de juego para permitirle tomar el mando como sabía que le gustaba… Aunque, para qué negarlo, a él también le excitaba ese juego de dominio.

Ramiro volvió a rodearle la base de la polla con una mano mientras la penetración profunda acariciaba ligeramente su próstata en movimientos casi imperceptibles. Iván estaba al borde del orgasmo, pero aquel contacto tan sutil no le permitía alcanzarlo, era una tortura, deseaba que lo agarrara con fuerza y lo masturbara para liberarlo de una vez de la agonía; sin embargo, Ramiro seguía sin moverse apenas, tan solo presionando.

—Joder, capullo, muévete de una puta vez… —se quejó Iván, que no soportaba más esa tortura. Pero solo consiguió que Ramiro riera con malicia, disfrutaba haciéndolo sufrir.

—Ni se te ocurra correrte hasta que te lo diga, ¿te queda claro?

—Joder…, no… no sé si puedo…, joder…

Entonces Ramiro le retorció un pezón, Iván soltó un grito y el dolor apaciguó el orgasmo inminente.

—¿Vas a ser bueno? —preguntó, e Iván asintió obediente. Sin perderlo de vista, Ramiro se acercó una vez más hasta sus labios, se besaron entre jadeos—. Córrete conmigo, amor —le susurró en la boca sin cesar en la controlada presión sutil que estaba volviendo loco a Iván—, cuando yo te lo diga, ¿me oyes?

Joder, sí que le gustaba mandar, pensó Iván, que en ese momento haría lo que le dijese con tal de que lo dejara correrse de una vez.

—Hazlo ya…, joder…, no puedo más…

Al fin el fotógrafo comenzó a embestirlo con fuerza, saliendo casi del todo para volver a entrar con rapidez hasta el fondo, en un ritmo frenético y creciente.

—Aún no —ordenó. Ahora todo eran jadeos, sudor y el sonido de las pieles chocando por las embestidas. Justo cuando creía que no podría aguantar más, la mano de Ramiro al fin se movió por su tronco—. Ahora, amor, córrete.

Y si había algo que podía conseguir llevarlo al abismo, más que cualquier juego erótico, era que lo llamara así, saber que lo amaba y que podía anunciarlo sin reparos. Bastaron apenas un par de movimientos más de su mano para que efectivamente Iván estallara en espasmos, liberando los chorros de semen que se desparramaron por los dos cuerpos que se entregaban al placer de un orgasmo brutal e intenso. El grito agónico de Iván se unió al gemido largo de Ramiro para luego dejarse caer uno al lado del otro, colmados y exhaustos.

Cuando las respiraciones comenzaban a calmarse, Ramiro sacó una china de un cajón y con un mechero empezó a calentarla.

—Dime que no estás liando un porro…

—No estoy liando un porro… —repitió mientras comenzaba a desmenuzar la china de hachís dentro de un papel de fumar en el que había vaciado el tabaco de un cigarro.

—¿Estás de coña? Podría arrestarte por eso.

—No es mío, me lo ha regalado un tío muy guapo a cambio de unas monedas —Iván lo miró con gesto serio—, pero lo he guardado para fumarlo contigo. —Ramiro confeccionaba el pequeño cilindro con mano experta—. Venga, si no puedo beber alcohol, al menos deja que me fume algo… —añadió antes de encenderlo y dar una calada profunda.

—Nadie te prohíbe beber alcohol…

—Vamos, deja que te corrompa un poquito…, pasas demasiado tiempo con los aceitunos… —Entre risas y bromas Iván accedió, siempre cedía, qué podía hacer, se había enamorado del chico malo.

Después compartieron la ducha, cenaron juntos, Ramiro le mostró algunas de las fotos que había estado revelando aquella tarde y, al fin, el tema que intentaba postergar acabó por salir.

—Y ¿qué has ido a hacer a la ciudad…?

Ya no había más motivos para retrasar la conversación que sabía que no quería tener.

—Un general quería verme.

—¿Un general? Suena importante.

—Sí… —Le había dado mil vueltas a la forma de dejar caer la bomba, y ninguna parecía tener mejores opciones que otra—. Me han ofrecido entrar en el GREIM este año…

Y un silencio anunció el cambio de rumbo de la velada.

—Eso es lo de la montaña, ¿verdad? —Iván asintió—. Creía que no podías entrar aún…

—Ya, se supone que no, pero… al parecer pueden colarme en esta convocatoria. Bueno, tendría que hacer la prueba de acceso y el curso…

—¿Y las prácticas?

Y aquí llegaba el momento crucial, e Iván se preparó para la tormenta.

—No tendría que hacerlas…, dicen que podría acceder por méritos… —Y siguió repitiendo todo aquello que el general le había explicado aquella misma tarde.

—¿A dónde van a mandarte?

—El curso es en Huesca…, en una escuela de montaña…

—¿Huesca? ¿Estás de coña? Y ¿no irías a Madrid? —Iván bajó la mirada—. Les habrás dicho que no, ¿verdad? Prometiste que estarías al menos un par de años en Madrid…, es lo que habíamos acordado…

—He intentado decirles que no…

—¿Has intentado? —Y el tono de Ramiro empezaba a calentarse.

—Al parecer quieren que haga una especie de documental sobre la formación de la Guardia Civil… —Y otra vez intentaba rellenar el silencio con las explicaciones, tratando de ganar tiempo, rogando que él lo entendiera, que no fuese un problema, que todo pudiese seguir como hasta ahora…

—No pueden obligarte a hacer eso.

—Joder, ha amenazado con dejarme en Cuenca el resto de mi carrera… Es posible que si los rechazo no me dejen ir a Madrid de todas formas y me dejen aquí…

—No puede hacer eso…, ¿no hay unas normas?

—Es un general, puede hacer lo que le dé la gana. Son solo nueve meses y luego me darán un destino final. Puede que no sea tan malo…

—No para ti, claro…, pero no van a darte un destino en Madrid, ¿verdad? —Y estalló—. Acabamos de salir de nueve meses de mierda…, prometiste que iríamos a Madrid, pero ahora vas a irte más lejos aún… ¿Cuándo se supone que vamos a estar juntos de verdad? Joder, estoy pagando la puta hipoteca del piso pensando en que viviremos allí en verano…

—Créeme, eso es lo que yo quiero, pero no me están dejando opciones…

—Y ¿qué opciones me deja eso a mí…? Tengo compromisos de trabajo, no puedo largarme de pronto, ya era bastante difícil así…, joder. ¿Y si lo nuestro no funciona? ¿Y si te cansas de mí? No puedo dejarlo todo sin más…

—Nunca te he pedido que lo hagas…

—Entonces ¿qué? ¿Vamos a vivir cada uno en un extremo opuesto del país? Menuda mierda… ¡Esto no va a funcionar así, Iván!

—Lo sé… Ojalá pudiera cambiar las cosas…

Ramiro soltaba a voces todas las cosas que Iván ya sabía que podrían ir mal.

—Y ¿qué rollo es eso de que te van a filmar? ¿Qué es? ¿Un puto reality? No me jodas. ¿Significa eso que no podré acercarme a ti? —Todas las cosas que él también temía—. ¡Joder! Esto no es lo que tú querías…, no te apuntaste para hacer películas para nadie… ¿De verdad quieres seguir en ese sitio? Tiene que haber otra forma…

—Es una institución militar, he jurado mi cargo, no puedo largarme solo porque no me gusta a dónde me mandan…

—Y va a ser así siempre, ¿verdad? —Iván no respondió. Ramiro volvió a su gesto cínico—. Te diré cómo puedes librarte de la mierda esa del documental: preséntales a tu novio y verás qué rápido te tachan de la lista del tío perfecto.

—Acordamos que no diría nada hasta que me dieran un destino.

—¡No, Iván! —gritó—. ¡Yo no acordé nada! Fue una decisión que tomaste tú solo. Y yo he intentado respetarla, porque es cosa tuya, pero no te confundas, no es lo que yo he elegido, no es mi rollo, y lo sabes muy bien.

Sabía cuánto le estaba decepcionando y no sabía cómo arreglarlo.

—Lo siento —dijo en un suspiro. Y quedaron los dos mirándose desde lados opuestos de la cocina. Tenía ganas de acercarse, abrazarlo, besarlo y borrar todo lo que acababa de contarle, poder decirle «es todo mentira», «quiero estar a tu lado», pero solo podía mirarlo.

Ramiro se giró, le dio la espalda, entró en el dormitorio y cerró la puerta de golpe. Iván permaneció en el salón, sentado junto a la mesa llena de fotografías en blanco y negro, intentando convencerse de que aún podían arreglarlo, de que debía haber una salida para todo esto y simplemente no habían dado con ella.

 

Por la mañana desayunó solo y salió de casa sin que se dijeran nada. Aquellos pocos meses en los que habían experimentado algo cercano a la convivencia habían sido increíbles. Dormir y levantarse juntos, lavar los platos, hacer la compra, las cosas más cotidianas se volvían maravillosas únicamente por la novedad de hacerlas juntos. Pero aquel día, el fotógrafo no se movió de la cama cuando Iván salió de madrugada.

Iván tampoco quería que acabara. La idea de volver a la dinámica de la instrucción militar, de la que había salido hacía tan solo unos meses, no le seducía en absoluto: la falta de intimidad, la disciplina y los estrictos horarios, tener que ocultar su relación una vez más. No habían tenido suficiente tiempo.

Pasó el día una vez más en la ciudad, ocupado ultimando con el general las condiciones bajo las que se convertiría en la cara visible de la Guardia Civil durante el siguiente año. Lo liberaron de sus responsabilidades de vigilancia por fincas y carreteras para que pudiera pasar la semana siguiente preparándose para las duras pruebas de ingreso en el cuerpo de rescate y montaña. Se preguntó por un momento qué pasaría si fallaba a propósito. ¿Estarían tan decididos a ingresarlo que obviarían un fracaso estrepitoso? ¿Estaba él dispuesto a renunciar a su montaña por amor?

Desde los catorce años se había preparado para ser rescatador de montaña. Amaba a Ramiro y deseaba una vida a su lado, pero también soñaba con volver algún día a sus montañas, aquellas que lo habían visto crecer, las mismas en las que su padre perdió la vida y en las que había besado a Ramiro por primera vez. La montaña formaba parte de él de una forma inevitable e íntima, y eso era algo que Ramiro siempre había sabido leer en él.

Según pasó el día se fue animando, comprendía que se hubiera enfadado, había sido todo tan repentino, pero estaba convencido de que podían superarlo, de que su amor aguantaría, de que él acabaría por comprenderlo y todo iría bien. Sin embargo, cuando entró en casa, se topó con las maletas de Ramiro aguardando al lado de la puerta.

Iván se quedó junto a la entrada, apoyado en la pared observando el equipaje amontonado con el estómago en un puño. Cuando Ramiro salió del dormitorio, los dos se encontraron en la entrada. Se miraron sin decirse nada; las dos maletas hablaban por sí solas.

—¿En serio te vas a marchar? —preguntó después de un largo silencio.

—Tú vas a irte en unas semanas de todas formas… No quiero ser yo quien te despida en la puerta.

—Joder, Ramiro, fuiste tú quien me convenció para que hiciera esto…

—Lo sé…, es lo que tienes que hacer. Está bien. Y yo tengo que hacer lo que tengo que hacer…

—Y eso ¿qué significa?

—Solo necesito pensar…, ¿vale? Solo… dame un poco de tiempo para pensar…

Y volvieron a quedarse en silencio, conspirando con el tiempo.

—¿Cuándo te vas?

—Ahora… Te estaba esperando para despedirme.

—¿Estás huyendo de mí otra vez?

—Eres tú quien ha cambiado las reglas del juego.

—No hagas esto…, por favor, no lo hagas… —Iván ocultó el rostro tras su mano intentando contener las lágrimas que se rebelaban contra él, descontroladas. Ramiro se acercó hasta él, lo rodeó con sus brazos y el joven guardia se agarró a él con fuerza.

—Venga, no te pongas así… No es nada definitivo, ¿vale?… Nos vendrá bien a los dos un poco de tiempo… Lo entiendes, ¿verdad? —Iván asintió sin poder contener aún las lágrimas.

—Te quiero.

—Y yo a ti.

Se besaron, de una forma distinta a como solían besarse; un beso que sabía a despedida. Luego lo ayudó a bajar sus cosas al coche. Se despidieron entonces con otro beso que a Iván se le quedó corto antes de ver como el coche se alejaba y desaparecía en la noche, dejando su corazón suspendido en un futuro incierto.

4 replies on “Montañas y tacones lejanos •Primeros capítulos•

  • Emilio

    ¡Qué título tan Almovodariano!
    No ha hecho más que empezar y ya comienzan las turbulencias, pero…¡qué alegría volver a tenerlos en nuestras vidas!.
    ¿Para cuándo tenéis prevista su publicación?
    Saludos 😉😉😉

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