6
Escama de dragón
Elemento químico, ajeno a los sistemas de clasificación establecidos, que participa de las propiedades de varias categorías. De color amatista, inalterable, posee los índices de tenacidad y dureza más elevados que se conocen, además de una conductividad nula; sus propiedades de absorción de energía aún no están documentadas. Es muy escaso y no se encuentra en depósitos minerales, sino esparcido en el área central del continente de Salla, en forma de láminas más o menos regulares, lo que apunta a una probable procedencia extraplanetaria.
—Gareth, qué silencioso, no te hemos oído acercarte.
—Ni vosotros sois infalibles, ni yo soy un principiante.
—Admite que carecer de cables es un buen truco para esquivar los escáneres.
—Dejaos de gilipolleces y explicadme esa historia del prototipo fugado. Ahora.
Gareth clavó la vista en el abrumado jacq, cuyas cejas fruncidas traicionaban que quizá había algo de cierto en la acusación de los minadores. Antes de que Ogmi pudiese meter baza, Miroir murmuró, con cierto matiz de desafío:
—Dijisteis que, según el código de los mercenarios, el pasado de un socio era asunto suyo.
—Me la pela que tengas una ficha criminal más larga que mi brazo, todos la tenemos. Pero si voy a trabajar con alguien que puede hacer que el Consistorio en pleno se me eche encima, ¡quiero que me avisen! ¡Los delitos por tratar con tecnología ilegal son lo puto peor, y lo sabes! ¡Podrían matarnos a todos para echar tierra sobre el asunto, o freírnos el cerebro! ¡Y eso sin contar que, a lo mejor, eres un jodido infiltrado!
El tono del líder y su lenguaje rugieron sobre el sonido de la lluvia. Erre los invitó a continuar la discusión en el furgón del grupo, a cubierto del agua y los oídos indiscretos. No dejó de notar que Gareth se pegó a la puerta y mantuvo la guardia alta.
—No soy ningún infiltrado —masculló Miroir—. Llevamos muchos ciclos viviendo en Nakahel, sin meternos en los asuntos de nadie. Y te recuerdo de nuevo que fuiste tú quien vino a buscarme.
—¿Y por qué posees tecnología prohibida? ¿Qué es lo que llevas en el cráneo?
Ante el silencio del joven, el mercenario se volvió hacia Erre en busca de una explicación. El pelirrojo se encogió de hombros.
—No sé hasta qué punto estarás familiarizado con la morfología de un implantado —comenzó.
—Pues explícamelo como si fuese imbécil.
—Bueno. En términos simples, los críos reciben un módulo neural reducido, no más extenso que sus nucas, con cuatro o cinco ramificaciones principales que se fusionan con la corteza cerebral. El módulo de nuestro amigo, en cambio, es una red bestialmente enmarañada que envuelve casi todo su encéfalo. Y, a juzgar por el desarrollo del tejido, no fue intervenido siendo un bebé, sino ciclos más tarde. Nunca había echado un vistazo a nada tan complejo, ni en directo ni en proyecto…, y puedes apostar a que hemos husmeado dentro de muchas cabezas. Por eso hemos deducido que se trataba de algún prototipo, suponemos que gubernamental, dado su celo al ocultarse.
—Quiero que deis acceso a mis hombres para que realicen un escaneo de esos cables y de vuestras mentes —exigió Gareth.
—No. —Por una vez, Ogmi permaneció firme y tajante ante su asociado—. Para empezar, no m-merecería la pena, no cuentan con la capacidad para m-minar sus defensas. En c-c-cuanto a mí, no voy a bajar las mías, ni por ti, ni por nadie, Gareth. Un lamentable e-exceso de confianza ya ha sido suficiente. —Su pálida mirada azul sepultó a su amigo bajo un mar de reproches—. Deberás fiarte de nuestra palabra, como hasta ahora, o la operación se irá a pique.
—Yo decidiré de quién me fío. ¿Es cierto que os habéis fugado de algún laboratorio del gobierno? ¿Habrá una jauría de fautores al acecho, esperando que cometáis un error para lanzarse en picado sobre vosotros? —El mutismo de Miroir hizo que apretase los puños—. ¿Y por qué no se te come el S.R. con esos implantes tan monstruosos? ¡Contesta!
—¡No lo sé, maldita sea! —estalló el interpelado—. ¿Acaso te pregunto yo por qué eres un puñetero cacho de carne? ¡No lo recuerdo!
—¿Cómo que no lo recuerdas?
—Es la v-verdad. Hará unos quince ciclos, Miroir y yo acabamos en el compartimento de carga de un transporte aéreo oficial que aterrizó en las p-pistas de la zona centro branchien. Apenas conservo imágenes de nuestra huida hasta allí y de la institución fría y desventanada donde, sin duda, estábamos recluidos. Él ni s-siquiera se acuerda de eso, el área de su memoria donde se almacenaba su infancia ha sufrido daños irreparables.
—Ya… O sea, que a uno le han freído un trozo de sesera y el otro tampoco tiene nada que contar. Qué oportuno. ¿Y por qué iban dos chavales o, más bien, un chaval y tú a escapar de un zulo en quién sabe dónde con módulos neurales por valor de quién sabe cuánto? ¿Cómo es que no os han encontrado todavía?
—Somos discretos. Yo tengo mis habilidades y Miroir… B-bueno, sus implantes le otorgan una gran ventaja sobre el resto de los minadores de Salla. Le permiten repeler cualquier ataque f-físico y mental y lo inmunizan contra el tipo de m-m-manipulaciones que él practica con sus… clientes.
—¿Inmune a ponerse cachondo? Eso ya lo sé.
—La habilidad principal de los j-jacqes es otra —se apresuró a continuar Ogmi, antes de que su compañero replicase—. Miroir recrea las experiencias neurales con tanta precisión que sus blancos son incapaces de distinguirlas de la realidad. Él, en cambio, sabe hacerlo perfectamente. Jamás deja de tener presente si sus percepciones vienen del exterior o b-bien son datos enviados por conexión. Em y Erre lo saben, no consiguieron engañarlo con su prueba del tapón y no creo que lo hiciesen ni con un c-cable.
—Y a pesar de ello, se las arreglaron para colarse a través de sus protecciones y echar una ojeada en su cabeza de alto secreto. Qué mala suerte —ironizó Gareth.
—La culpa es de su ingenuidad, por descuidarse y p-permitirles enlazarse sin reforzar su pantalla antiescáneres. No volverá a ocurrir.
—Eso piensas, ¿eh? ¿Y qué hay de ti, Ogmi? ¿Qué guardas bajo esa mata de pelo azul? ¿Otro experimento gubernamental en busca y captura?
—Mi pantalla también está activa y así se va a q-q-quedar —zanjó. Luego se volvió hacia los otros minadores, cargado de suspicacia—. De quien debieras preocuparte es de ellos, Gareth. Han confesado que persiguen a-algo de Coeursur. ¿No te curiosetea saber el qué?
—En condiciones normales me importaría un carajo, las órdenes son incuestionables y las vamos a seguir a rajatabla: entrar derechos a por los archivos y nada más, salir a toda mecha, entregarlos, cobrar la pasta y no volver a mencionar este trabajo a nad…
—Ahora que lo sacas a colación —lo interrumpió un sonriente Em— y ya que nos estamos sincerando, desearíamos discutir el asunto de nuestros honorarios.
—¡Dejad de tocarme todos el rabo! —ladró el mercenario—. ¡No vais a trincar más que lo que acordamos, joder!
—Oh, no es eso, no queremos dinero.
—¿Cómo que no queréis dinero?
—No, en absoluto. De hecho, estamos dispuestos a renunciar a nuestra parte a cambio de… cierto favor.
—¿A vuestra parte al completo? ¿Qué pretendéis?
—Acceso al contenido físico del búnker que vamos a asaltar. Tomará algún tiempo extra, eso es todo.
—Estarás de coña. Acabo de mencionar que las instrucciones son robar los archivos dejando el resto intacto.
—Si no localizamos lo que buscamos, no nos llevaremos nada más, palabra. Y vosotros seguiréis ahorrándoos el pago de nuestros servicios.
—He dicho que no y no voy a negociar eso contigo, rubio.
—Deberías. Sobre todo porque estaríamos obligados a replantearnos nuestra participación y, a estas alturas, ya sabes que nos necesitas.
—Eso es ch-chantaje. Además, una cosa es copiar ficheros y otra muy distinta es r-robar material…
Gareth sintió que sus últimas hebras de paciencia se consumían con la celeridad del tabaco para pipa de Leracq. Pero a diferencia de este, él no solía callarse lo que pensaba.
—¡Condenados seáis los minadores y vuestros sucios secretos y mentiras! ¡Es lo que me pasa por meterme en fregados con hijos de puta que no conozco! —Em no perdió la sonrisa ni la compostura—. Dime qué es eso tan importante en Coeursur por lo que habría que arriesgar el plan y el pellejo, como si no fuese bastante cargar con dos fugitivos de laboratorio.
—Preferimos ser discretos hasta que estemos allí, camarada, no te lo tomes a mal.
—He estado investigando —volvió a intervenir Ogmi, muy serio—. He revisado el it… itni… itinerario de apariciones de Em y Erre desde la primera, hace cinco ciclos. Durante tres de los grandes eventos organizados en las m-megalópolis de la zona noreste se han registrado irregularidades no denunciadas en dos sedes corporativas y en una entidad depositaria. Aunque no se especificaba, el motivo debió ser el mismo, asalto y s-sustracción de propiedades. No os dedicáis solo a desvelar confidencialidades de poca importancia sobre entidades de renombre, ¿verdad? Ahora estoy s-seguro.
—Vaya… Y si no han denunciado nada, ¿cómo lo has averiguado? —inquirió con placidez el minador.
—Y-yo también tengo mis fuentes.
—Los intentos de robo son cosa común. Debes ser el único salleño que ha querido ver una conexión en algo tan… anecdótico.
—Atrévete a decirme que es una c-coincidencia.
—No sé cómo has conseguido esos datos, pero no es una jodida coincidencia. —Gareth arrugó el entrecejo—. Habla, antes de que pierda la paciencia y lo mande todo a la mierda.
El rubio y su compañero protagonizaron un breve y revelador silencio, señal de que conferenciaban en su espacio privado. Al momento, el primero se acomodó en uno de los asientos y lanzó a Ogmi una mirada que combinaba admiración e ironía.
—Tus fuentes te ofrecen una excelente cobertura, considerando las horas y horas que pasáis en una zona de ramas muertas. Me descubro ante ti. En cuanto a nosotros, podríamos haber cerrado la boca y esperado al día de la incursión para presentar nuestras condiciones. Para que veáis que confiamos en vosotros… Erre, enséñaselo.
El pelirrojo se soltó el dragón de la oreja derecha, presionó sobre una muesca y desplegó un pequeño engarce rectangular que contenía una lámina de color amatista. La pieza era insólita, tan fina que apenas se apreciaba de perfil. Los tres espectadores abrieron los ojos al máximo.
—Una… escama de dragón —balbuceó el mercenario mientras tendía la mano para aferrar aquel objeto—. No puede ser… ¿Es real? ¿Dónde la habéis pillado?
A pesar de la aparente fragilidad de las escamas de dragón —nombre por el que se conocía popularmente a estos fragmentos de mineral alienígena—, no se había descubierto técnica alguna para penetrarlas, romperlas o alterarlas, circunstancia que las hacía valiosísimas. Su existencia estaba envuelta en cierta aura de misticismo, pues eran muy escasas y poseerlas constituía otra de esas infracciones sobre las que caía todo el peso de la ley, al igual que los implantes ilícitos o la carencia de ellos. No era de extrañar que se hubiesen convertido en un mito, en el origen de la leyenda del Dragón. Y Gareth sostenía uno de aquellos mitos entre los dedos.
¿En qué nueva violación de la legalidad podrían ya incurrir? Si las Fuerzas llegasen a rodear el furgón, ninguno de ellos volvería a contemplar el cielo.
—Las grandes empresas solían competir por hacerse con una provisión de ellas —explicó Erre—, y más una de la categoría de Coeursur, con tantas divisiones de interés gubernamental. Cabe dentro de lo posible que conserve la suya en el rincón más inexpugnable de sus instalaciones. Si está allí, es el premio que queremos.
—Una sola de estas ya vale una fortuna —dijo Gareth, aún sin aliento—, ¿y pretendéis quedaros todas las que haya? ¿Sabéis lo que pagarían por ellas en el Hábitat rannesio? Por no hablar del precio que pondrían a nuestros cuellos si nos las llevásemos.
—Y tú, ¿sabrías moverlas en el mercado negro? ¿Conoces a alguien con contactos en el Hábitat? A vosotros no os servirían para nada. En cuanto al precio de nuestros cuellos, es muy optimista por tu parte pensar que se puede estar más jodido que mangando información confidencial de una corporación intervenida por el gobierno. —Reclamó su adorno, el cual le fue devuelto con reluctancia.
—Oíd, lleguemos a un acuerdo —pidió Em—. Esto marchará si trabajamos juntos, y habrá más en el futuro. Formamos un equipo muy competente.
—Yo ya tengo un equipo al que preguntar si quiere seguir adelante en esta misión suicida. No voy a decir una palabra hasta que lo haga.
Saltó del vehículo y esperó bajo la lluvia a que Em y Erre subieran a su cuchitril. Antes de que Miroir partiese para Nakahel, lo abordó.
—¿Qué es lo que borraste de la unidad de almacenaje?
—¡Te repito que nada! ¡Y estoy harto de que me llamen mentiroso!
—¿Cómo habría de llamarte, flaco? —«Flaco»… Miroir se sorprendió a sí mismo saboreando de nuevo lo amargo de tal apelativo, cuando el mercenario ya se había aficionado a llamarlo por su nombre—. Perdona si me cuesta fiarme. Que sepas que no voy a quitaros ojo, ni a ti, ni a tu amiguito.
Con esa punzante advertencia, Gareth volvió las anchas espaldas al jacq y regresó al refugio.
La jornada en Chezzelestin concluyó pronto para Miroir. El grupo había planeado un ensayo general para aquella noche y estaban a punto de venir a recogerlo y llevarlo al lugar de encuentro, donde Ogmi ya debía esperarlo. Ogmi… El joven recordó con amargura la conversación en línea que mantuvieron tras descubrirse su secreto y los sentimientos que suscitó en ambos. Ira, decepción, miedo… Sobre todo miedo, una sombra que siempre había planeado sobre sus cabezas. La charla había quedado saldada con una pizca de resignación; entre las dos opciones disponibles, la de huir y buscar otro escondrijo nunca había sido la favorita de su compañero, así que solo restaba continuar con la rutina, terminar el trabajo y confiar en que ninguno de sus socios se iría de la lengua.
Si bien al principio le resultaba indiferente que no confiasen en él, el tiempo había cambiado las cosas. Eran las primeras personas, aparte de Celestin, con las que establecía una relación sólida, y detestaba que lo tomasen por un espía o un ladrón de datos. No mentía acerca de los ciclos que habían quedado en blanco en su memoria, desde su nacimiento hasta aquel despertar en el aeródromo del centro. Había perdido la mitad de su vida y ni siquiera sabía cuándo había nacido, por el maldito Dragón. ¿Cómo se atrevía Gareth a sugerir lo contrario? Gareth, siempre Gareth… ¿Por qué pensaba una y otra vez en él? ¿A quién le importaba lo que tuviese que decir ese incompleto, ese cacho de…?
—¿Ya te vas, Miroir? —La voz burlona de Zels, su colega de profesión, lo interceptó en las escaleras del callejón trasero. Justo el encuentro que le faltaba para colmar el vaso de su paciencia—. Últimamente sales temprano y tienes menos clientes. Se deben haber cansado de ti, qué pena, pronto dejarás de ser el número uno. ¡Adivina quién se llevará entonces las mejores primas! Yo vengo de estar con un admirador que me ha dado una bonificación sensacional.
—Porque has ido a practicarle una felación en una habitación de alquiler. —Las palabras de Miroir cayeron sobre el otro chico, que era mucho más menudo, con todo el peso añadido de su desprecio.
—¿Y qué? Lo que pasa es que estás celoso porque a un larguirucho no se lo pediría nadie. A un larguirucho raro y seco y…
—Me lo piden pero no lo acepto. Soy un jacq, y los jacqes no caen tan bajo. Lo que tú eres tiene otro nombre, uno relacionado con braguetas y letrinas.
Tras dejar plantado al rabioso Zels, Miroir se apresuró a alcanzar la calle, donde se dio de bruces con el principal problema de su existencia, Gareth. Lo esperaba en un levi, luciendo una de sus expresiones de sorna.
—Haciendo amigos por donde pisas, ¿eh? —fue su saludo—. ¿Quién es ese pequeño capullo?
—Un, hum, compañero. ¿Por qué estás aquí?
—Alguien tenía que venir a por ti y prefiero ser yo quien te vigile. Y deberías darme las gracias. ¿Sabes lo que me ha costado apaciguar a los otros para que acepten seguir trabajando con una bomba de tiempo como tú? No te quedes ahí plantado, sube. Aún tenemos que pasar a por Em y Erre.
Al jacq no le quedó más remedio que ocupar el asiento del copiloto y aguantar el silencio de la maniobra de arranque. Por desgracia, no duró mucho. Gareth guardaba más sarcasmos en la recámara.
—«Practicarle una felación»… ¿Quién coño habla así en el cinturón exterior? Ah, olvidaba que eras un caballero fino. —Inmune al mutismo testarudo de su acompañante, prosiguió—: ¿Es verdad que cobra más que tú?
—¡No es asunto tuyo! ¡Y no es cierto!
—¿He pinchado nervio? En el fondo, te gusta ser el primero en lo que haces. Aunque lo que hagas sea abultar entrepiernas con esos cables tan largos que llevas.
—¡Yo no…!
Miroir comprendió que lo estaba provocando aposta y cerró de nuevo la boca. El viaje al edificio donde se alojaban fue corto, pero tenso. Al llegar, Gareth se negó a que se quedara en el vehículo y lo instó a subir con él las escaleras; prefería evitar los elevadores. En la planta alta comprobó, no sin cierta admiración, que al joven todavía le quedaba resuello.
Cuando Erre les abrió la puerta distinguieron un pequeño espacio diáfano con una mesa y sillas, un acceso a un baño y una cama doble. Sobre ella dormía una figura rubia, apenas cubierta por una sábana, a lo largo de cuya espalda desnuda revoloteaba un dragón cobrizo; una imagen onírica proyectada por su tatuaje led. El pelirrojo, por su parte, no llevaba más que unos pantalones sin abrochar. Su pelo enmarañado y el hueco en el colchón eran claros indicadores de que acababa de levantarse y compartía lecho con Em… de una forma que iba más allá de las conexiones directas. Los iris grises asomaron en todo su asombrado esplendor y saltaron de la espalda postrada a la nube de vello rojizo que se adivinaba bajo el ombligo de su anfitrión. Al igual que Gareth, rehuía la civilizada e higiénica costumbre de depilarse.
—No lo despertéis —susurró Erre, cerrando la puerta tras él y accionando el interruptor de una pipa. La primera bocanada que exhaló fue limpiamente reabsorbida por el tubo de vidrio y dejó un sutil aroma en el aire—. Ha trabajado toda la noche y le vendría bien dormir un poco más.
—Vosotros dos… eh… ¿estáis…? —preguntó Miroir, un tanto intimidado. Jamás se habría imaginado que los legendarios minadores compartiesen ese tipo de vínculo.
—Sí, señor jacq, se acuestan juntos, para follar es lo más práctico —se adelantó el mercenario—. Follan, ¿te sorprende? ¿Dónde conseguiste el título de capacitación profesional?
Erre sonrió ante el azoramiento del joven y no se ahorró su pequeña intervención.
—Si el rubor iluminara, este rellano parecería una casa de putas.
—Je, debe sentir nostalgia. Oye, tío, me rompe el corazón que tu colega esté cansado, pero los demás esperan en el almacén. Cuando dices que ha trabajado toda la noche, ¿estás presumiendo de vuestra vida sexual?
—No solo eso, hablaba de la faena que nos ocupa. Hemos estado estudiando los planos del edificio y considerando un par de estrategias a seguir. Lo mirásemos como lo mirásemos, nos faltaba un dato esencial para poder trazar un plan realista que optimizase los recursos de nuestro grupo.
—¿Qué dato?
—Un detallejo concerniente al acceso al búnker. Debe estar restringido a los más altos cargos, los cuales incluyen, desde luego, a los dos directores de Seguridad que se alternan al mando. Por desgracia, nuestros sujetos no acudieron a las multisalas Lesiev y Miroir no pudo hurgar en sus cabezas. Apenas se dejan ver, son asquerosamente precavidos al desplazarse y a uno le falta poco para vivir acuartelado. Sin embargo, Em ha estado fisgando y ha descubierto que el número dos, un tal d’Vierns, sí que recibe ciertas visitas, hum, medicinales. —Gareth se mordió el «¿A dónde quieres ir a parar?» que tenía en la punta de la lengua. Sabía que Erre nunca hablaba por hablar—. Sospecha que sufre un principio de S.R. y recurre a los poco éticos (aunque aliviadores) servicios de un gabinete de neurocientíficos, quienes suministran de tapadillo a jacqes especializados en terapias nerviosas. Lo que viene a ser un burdel camuflado entre doctores, vaya.
—Ya, quieres que enviemos a nuestro terapeuta particular a explorar sus agujeros. Mira, yo no sabré mucho de cables, pero un tipo en tratos con una empresa pseudolegal contará con más defensas en su casa y en sus sesos que tu abuela en sus puñeteras enaguas. Aparte de eso, se negará a abrirle a un prostituto desconocido y pedirá cuentas sobre su identidad al gabinete.
—Para eso disfrutas de un equipo de minadores que preparen el terreno y borren después el rastro.
—Es muy arriesgado. Si sale mal, los pondremos sobre aviso, y lo notarán si pretendéis convertirlo en una marioneta. El personal directivo de Coeursur se somete a escaneos diarios. Es mejor lanzarse con lo que ya tenemos.
—Os lo contaremos en el local. Dadme un rato para despertar a Em y enseguida bajamos, ¿de acuerdo? —Regresó al cuchitril—. No tardaremos.
Miroir se encontró de nuevo a solas con el mercenario. Odiaba que hablaran de él como si no estuviese presente y odiaba también saberse el blanco de aquellos ojos escrutadores. Para su desgracia, aquel día le depararía muchos más momentos incómodos.
El punto de encuentro era una nave abandonada al borde del cinturón exterior —y de la cobertura—, cuyas ventanas habían sido cegadas. Algunas escaleras, plataformas, cajas y piezas de maquinaria estaban esparcidas por la amplia superficie central con estudiado desorden; en el exterior, cámaras y sensores alertaban de una posible intrusión. El resto ya esperaba allí, en torno a un contenedor boca abajo sobre el que Indra ejecutaba malabares. Al rescatar otra de esas bateas para sentarse, Gareth levantó una polvareda y una oleada generalizada que estornudos y juramentos. Solo Ogmi permaneció inmóvil y con la boca cerrada, tan abstraído en sus pensamientos que parecía aislado de cuanto lo rodeaba.
—¿Quieres matar al artista, sire? —gruñó el rannesio—. ¿O tienes miedo de apostar y perder pasta?
—¿En qué estupidez andáis perdiendo el tiempo, en lugar de entrenar?
—No seas aguafiestas. —Arrojó siete esferas al aire, todas de brillante color negro salvo una, marcada con un círculo marrón, y las hizo girar en círculo. Luego las dejó caer en siete recipientes ordenados en fila. El juego consistía en adivinar en cuál había colocado la marcada, tarea nada fácil dada la velocidad endiablada de sus movimientos y la destreza con la que distraía la atención de su público—. Vamos, paliduchos, apostad. Una dosis de antirrechazo si no aciertas dónde está.
—Claro. En el tercero.
—Lástima. —Volcó el cuarto, del que salió rodando el pequeño objeto—. ¿Otra más?
—Qué mierda… Otra más.
Indra repitió la operación y rellenó los recipientes. Gareth eligió el sexto esta vez, aunque su triste recompensa fue una nueva mueca triunfal y una bola negra y marrón alojada en el séptimo cubilete. Las antirrechazo solían usarse como moneda de cambio; el malabarista ya había ganado varias dosis.
—El ojo siempre es más lento que estas manos mágicas —se pavoneó—. Bueno, ¿quién va ahora? ¿Nadie? Cagados de miedo, ¿eh?
Erre, que había mantenido una sonrisa enigmática todo aquel tiempo, levantó el dedo para indicar que aceptaba. El rannesio desplegó las siete opciones, tras hacer alarde de sus habituales triquiñuelas de distracción, y alzó una ceja cuando el pelirrojo señaló la séptima. Era la correcta.
—Un golpe de suerte lo tiene cualquiera —opinó mientras hacía volar de nuevo las esferas—. ¿Dónde estará ahora, amigo?
Acertó una segunda ronda y una tercera. Al cuarto intento, Indra perdió el buen humor y lo sustituyó por un rictus de concentración. Alguien sugirió que hiciera trampas y se guardase la bola en la manga. Al final, Erre volvió a dar en el clavo.
—Es mejor que pares o vas a perder tus ganancias —dijo Gareth—. Te estará taladrando sin que te des cuenta para ver dónde la colocas.
—En esta última lo hice a ciegas, no miré. Eres muy astuto, cabeza de muérdago —musitó el aludido. Con vistas a evitar la creciente atmósfera de tensión, Gareth cortó por lo sano.
—Ya está bien de gilipolleces. Nuestro colega Erre nos explicaba antes de venir por qué debemos alterar nuestros planes y jacqear, como diría Ogmi, a uno de los directores de Seguridad antes de preparar el asalto a la sede de la corporación.
Las diversas quejas fueron acalladas por el minador rubio, que sacó uno de sus dispositivos de proyección y lo apuntó contra el lateral del contenedor. Sobre él se formó una imagen en tres dimensiones del módulo del edificio donde se alojaba el búnker, junto con las estancias adyacentes laterales y superiores. Varios conductos que canalizaban de arriba abajo cableado eléctrico, ventilación y otros servicios se desviaban de su curso para dejarle espacio. Em la hizo rotar y la mostró con todo lujo de detalles.
—Este es nuestro objetivo —expuso—. Está localizado en la séptima planta, en el eje mismo, encerrado entre cables y tubos que lo camuflan. Las paredes son tan gruesas que requieren explosivos o láseres para perforarlas, lo que dañaría severamente los sistemas del edificio. Nosotros hemos de actuar con discreción, así que olvidémonos de burradas. La apertura de su único acceso se controla mediante el cableado encerrado en sus muros blindados, el cual desemboca, por la parte superior, en la sala de control. Está desconectado del Árbol, es una rama desgajada a la que no se puede acceder más que por conexión directa.
»Aquí es donde entra en juego el sistema de defensa mixto multineural. —El proyector pasó a mostrar la sala de control, una estancia circular donde se agrupaban los sistemas informáticos de vigilancia y seguridad, junto con las diez cabinas donde se apostaban los minadores expertos—. En principio, si queremos acceder al búnker, hemos de vencer sus programas de defensa, controlar a los minadores, forzarlos a conectarse al cableado de apertura de la puerta y encontrarnos ante ella cuando eso suceda, para taladrar los archivos encerrados en la unidad de almacenamiento.
—Ese es el plan, sí. ¿Tenéis algún problema? —ladró Indra, molesto por las derrotas recién padecidas—. La unidad móvil hace el ataque virtual desde la calle y el grupo infiltrado espera ante el acceso para entrar.
—No es tan sencillo —lo rebatió Em—. En cuanto iniciemos el asalto virtual se activarán las alarmas y movilizarán a los guardias de élite que custodian la sala. Aunque intervengamos las comunicaciones desde fuera y tratemos de dejarlos aislados, siempre se nos escapará algo que dará aviso a las Fuerzas Consistoriales, por no hablar de esos guardias. Confiamos en los huevos de Gareth, pero esos cabrones son luchadores profesionales y algunos de nosotros no. Reduzcamos las posibilidades de sufrir bajas.
—¿Qué sugieres? —intervino Ogmi, tras lanzar una mirada indefinida a Miroir. Los ojos azules, siempre inexpresivos, despedían esos días una gelidez alarmante.
—Entre los datos que recopilamos descubrimos algunos puntos interesantes. Primero: en caso de amenaza, la sala de control se puede aislar del Árbol y del resto del edificio a una orden del director de Seguridad. ¿No sería una gran ventaja que este sintiera el repentino impulso de cortarles la comunicación con el exterior y, de paso, dejar encerrados junto con ellos a los guardias que la custodian? Y lo mejor de todo es que el mecanismo es automático y no hay ningún procedimiento para invalidarlo en tanto no haya transcurrido un tiempo prudencial. Si activamos los programas adecuados, nadie de fuera notará nada raro hasta que nos hayamos largado.
—Acabas de decir que esos minadores son los que controlan la apertura del búnker y quieres que los aislemos. ¿Cómo coño pretendes entrar entonces? —bufó de nuevo el rannesio.
—Ese es el segundo punto: hay un acceso de emergencia oculto en la misma sala donde se encuentra, para casos en los que el piso superior haya sido comprometido. Su posición y contraseña deben ser conocidas por los (sí, volvemos a mencionarlos) directores de Seguridad, incluyendo al señor d’Vierns, de quien ya te hemos hablado.
—Y para eso quieres que el jacq escarbe en sus sesos. Ya veo. —Gareth asintió—. Mira, puede que le saquemos la información, pero sigo diciendo que a esos altos cargos los escanean a diario. Sin contar con que las contraseñas las cambiarán a menudo.
—Es cierto —convino Leracq—. Convertir a alguien en una marioneta es complicado y se detecta con relativa facilidad en un examen exhaustivo.
—No necesitamos llegar a tanto. —Miroir se decidió a hablar—. Yo puedo… emplear otros métodos.
—Claro, olvidábamos al superprototipo que nos deja en pañales a los demás. Ya decía yo que era demasiado hábil para ser un simple ramerillo. ¿En serio vamos a seguir con ellos?
Allí estaba la primera puñalada de Indra después de hacerse público su secreto. El jacq apretó los dientes, dudando si contraatacar. Después de todo, era lo mínimo que podía esperarse.
—Miroir tiene razón, hay otros m-métodos. Lo complicado es ll-llegar hasta él de una manera que no sospeche levantas, Gareth.
—Algo me ha dejado caer nuestro amigo el pelirrojo. Bien, prepararemos el encuentro más adelante, ahora estudiaremos el plano de las instalaciones. ¿Y esas proyecciones?
Em reprimió un bostezo y repartió unos cuantos aparatos esféricos. La nave no estaba acondicionada, evidentemente, para generar imágenes tridimensionales, pero colocando aquellos ingenios electrónicos en las esquinas superiores e inferiores se conseguía crear un campo portátil de proyección. Miroir observó a Aqivole mientras trepaba a una escalerilla metálica, fijaba el objeto, se dejaba caer de vuelta al suelo desde una altura considerable y rodaba para amortiguar el impacto. Como ya había comprobado en el Lesiev, la discapacidad del mercenario no le restaba eficacia.
Bajo el control de Em y Erre, el espacio comenzó a llenarse con vistas a escala de la fachada de Coeursur, los aparcamientos superiores, el recibidor, los pasillos interiores visibles tras las cristaleras y las rutas de acceso a las áreas clave para su misión. A veces ampliaban un sector en concreto y todos tenían la impresión de estar encerrados entre las paredes fantasmagóricas de una habitación casi a tamaño natural. Entonces Gareth aprovechaba los restos de mobiliario que quedaban y explicaba cómo deberían moverse, sortear cámaras y sensores o esquivar un determinado obstáculo.
Miroir escuchaba las instrucciones con cierta fascinación. A diferencia de sus creaciones neurales impecables, donde el universo se plegaba a sus deseos y era amo y señor de todo cuanto se extendía ante la vista, aquel espacio imperfecto era una representación de la realidad mucho más fiel, puesto que tenía tres dimensiones, obedecía a las leyes de la gravedad y estaba sujeto al paso del tiempo. La misión supondría explotar la burbuja que siempre lo había aislado, su primera salida al mundo real. Podrían atraparlo, herirlo, incluso matarlo.
Ogmi no dejaba de controlar sus movimientos. Él también sabía todo eso.
—Repetiremos esto cada día hasta que la coordinación sea perfecta —anunció Gareth durante una pausa—. Indra, tu bisabuela se movería mejor. ¿Y si fumases menos y te tirases menos tiempo tumbado?
—No es culpa mía, sire, son las antirrechazo. La última tanda venía muy cargada y te deja planchado.
—Métete menos. Em, ¿por qué no nos hacéis una demostración de vuestra forma física? En una misión de campo vais a hacer algo más que quedaros sentados en una silla y enchufados a unos cables.
—Me temo que no, camarada, alguien se tiene que ocupar de la unidad móvil.
—Qué lástima. —Diann le lanzó una mirada capaz de incendiar un cubito de hielo—. Aún te recuerdo en el escenario del Lesiev, subiendo a pulso por aquella cadena hasta la plataforma. ¿Cómo conseguís esos bíceps?
—Si yo te contara… —Sonrió—. Ogmi tampoco va a entrar, se quedará con nosotros.
—Lo cual nos deja a su amiguito, que tendrá que hacerlo por fuerza. Escucha, jacq, intentaremos cubrirte las espaldas ahí dentro, pero no nos servirás de nada si hemos de ir cargando con tu flaco culo.
—No seré ninguna carga —masculló Miroir—. Puedo hacerlo igual de bien que tus hombres.
—¿Ah, sí? Diann podría partirte la boca con una mano atada a la espalda —aseguró Gareth—. Hablar es fácil, veamos qué tal te manejas. Corre hasta la pared del fondo, trepa por la escalerilla y vuelve. Antes de que nos hagamos viejos.
—Mis… ropas no son buenas para hacer ejercicio.
—Pues despelótate.
Le lanzó unos calzones adaptables que sacó de su mochila. En un primer momento, el joven quiso ahorrarse el bochorno de cambiarse en público. Consciente, por otro lado, de las burlas que avivaría si se ocultase, hizo de tripas corazón, alzó la barbilla con orgullo y se despojó de la chaqueta que entorpecía sus movimientos y de los pantalones acolchados. Diann no perdió la ocasión de echar un vistazo. Su torso era delgado, aunque no en exceso, y sus muslos y gemelos se habían definido gracias a las largas marchas hasta Nakahel. Esta circunstancia, junto a la altura, dotaban a su cuerpo de un atractivo muy por encima de la media.
—Vaaaya… Sí que tenías buenas piernas, jacq. Al final va a resultar que su culo no es tan flaco, Gareth.
El mercenario no respondió. Se limitaba a dar órdenes lacónicas y a estudiar las reacciones de Miroir, quien porfiaba en obedecerlas con rabiosa testarudez. La atención de la mujer se centró entonces en Gareth, en los ojos avellana fijos en la esbelta figura, en el pulgar que no paraba de frotar el mentón poblado de corta barba rubia. A pesar de carecer de implantes, lo conocía demasiado bien para no saber qué significaba aquella expresión.
—Sabes que no te traería más que problemas —le susurró, colocándose a su espalda—. Cuando completemos este trabajo, lo mejor será que lo perdamos de vista. ¿Quieres satisfacer tu curiosidad? Pues adelante, tíratelo, a eso se dedica.
Su mano de uñas teñidas de azul acarició el cráneo trenzado con dulzura. Los labios del mismo color depositaron un beso en su sien.
—Hazme caso, Gareth, échale un buen polvo. Y luego sácatelo de la cabeza.
—¡Eh, tíos, ya es oficial! ¡Todos esos nubarrones que nos tapan el cielo comienzan a pasar factura, y a lo bestia! Muchos mensajes de calma del Consistorio, muchos cultivos en invernaderos, muchos suplementos alimenticios y proyectos de iluminación artificial…, ¡pero estamos jodidos! Al parecer, un montón de flora marina que depende de la luz la ha estado palmando, y la han seguido las grandes colonias de peces pequeñajos que retozaban entre ella. Los peces medianos que se zampaban a los pequeñajos también se han quedado sin comida, y así hasta… Bueno, hasta nosotros, ¿no es evidente? ¡Vamos a tener que comer bichos abisales cartilaginosos! ¡Y eso, si tenemos pasta para permitirnos lo que valga pescarlos! ¡Las puñeteras tormentas no perdonan!
»Por si fuera poco, los centros de salud son colapsados por gente con problemas dermatológicos, afecciones de las vías respiratorias y no sé qué otras lindezas. Sin Sannomeil no se puede vivir y los volcanes no paran, colegas. ¿Dónde están los caballeros que nos defiendan? ¡El Dragón se revuelve en Nantosse, está muy muy cabreado y la paga con nosotros!
Esta vez, el avatar de Visssco que retransmitía las noticias era un sonriente planeta verdeazulado en órbita alrededor de una estrella. Un enjambre de cuerpos celestes poblaba el firmamento circundante, a la manera de canicas sobre un tapete de terciopelo morado. Algunos venían a colisionar con el planeta antropomórfico y, al hacerlo, despedían chispas que se unían a la danza espacial.
—En el Hábitat de Ran ya trabajan a toda mecha en el programa de mejora genética para evitar el rechazo a los implantes. ¡Aquí tampoco nos vendría mal un poco de terapia génica! Los que flotan en la lata saben que un cuerpo protésico será esencial para aguantar la dureza del espacio. A nosotros, pobres perdedores sin estrella, sin lata…, ¿hasta cuándo nos van a dejar así? ¿Quién extraerá la espada y se convertirá en rey de un nuevo orden contra un sistema de gobierno caduco? ¿Será «ella», como dicen muchos? ¿Será la arrebatadora dama d’Ana? ¡Tenemos nuevos archivos robados! El material procede de una conversación privada entre la presidente de Pharmracin y una tipa que no hemos identificado. Se admiten sugerencias. Sentimos invadir tu intimidad, Harpe querida, ¡es que nos fascinas! ¡Ahí va!
La esfera anaranjada que vagabundeaba junto al planeta parlante pasó a primer plano y se deshizo en pedazos. Llenó el hueco una grabación de la empresaria charlando con otra persona vuelta de espaldas a la cámara. La tetera y los aperitivos en el centro de la mesa indicaban que la reunión no era formal.
—Sospecho que, en su día, mi tío ya invirtió tiempo y dinero en terapia génica. Debía ser complicado disponer de genetistas dispuestos a infringir la ley, no quedaron nombres registrados. Y los embriones… Era mucho más arriesgado trabajar con ellos, aunque tiene sentido, si consideramos que diseñar un organismo compatible con cualquier tipo de prótesis mediante ingeniería genética es más rápido y eficaz que manipular células de un individuo adulto. Es indudable que habría hecho buenas migas con los científicos de Ran y habrían aunado esfuerzos. Quién sabe si no dejó atrás archivos con sus investigaciones… No, no lo creo, todas sus pertenencias fueron auditadas.
»¿Que por qué sé lo de la terapia génica? Pues porque pondría la mano en el fuego a que experimentó consigo mismo. Todas esas noticias sensacionalistas sobre su protesta contra el sistema y su decisión de dejar de tomar las drogas antirrechazo que fabricaba son ciertas, mi padre me lo confirmó. El S.R. acabó con su vida, pero ¿es que nadie notó cuánto tiempo extra se consiguió antes de morir? Mi tío sobrevivió sin drogas durante…
La emisión ilegal fue interrumpida abruptamente. Gareth, Indra, Em, Ogmi y Miroir, que habían estado siguiéndola con atención, se miraron entre ellos.
—Ya la han interceptado, bah —se lamentó el rannesio—. ¿Será verdad? Sería cojonudo que fuese verdad, ¿eh? Un poco de toqueteo en unos cuantos genes aquí y allá, y adiós chutes. Esa tía se va a meter en líos si sigue haciendo esas declaraciones y permitiendo que las divulguen. Tendría que tener más cuidado.
—¿Y quién te dice que no lo ha filtrado ella a propósito? —preguntó Em—. Sigue en su línea habitual, excepto que ha aprendido a ser más cauta. Ya no apoya las ideas contra el Consistorio, únicamente las expone.
—¿Para qué? ¿Para agitar a las masas, para buscarse aliados? ¿Se cree que mis paisanos van a meterse en líos con Salla por apoyar un programa que, de todas maneras, ya están sacando adelante? Son ganas de complicarse la existencia. Si yo fuese ella, me dedicaría a disfrutar toda la pasta de mis cuentas y a comprarme una parcelita en el Hábitat para cuando lleguen tiempos peores.
—Cuando terminéis de hacer política, a lo mejor os sobra un ratito para lo que tenemos entre manos.
La sarcástica aportación de Gareth interrumpió el debate de los minadores y devolvió su atención a las estaciones de trabajo de la unidad móvil. En su punto de mira se hallaba el director de Seguridad de Coeursur con el cerebro más frágil, d’Vierns. El resto del grupo se había apostado en otro sector de la ciudad, cerca del gabinete que suministraba sus terapeutas. Tras adueñarse de los canales de comunicación entre ambas partes, habían interceptado al jacq que iba a prestar legítimo servicio en el apartamento del cliente y lo habían inmovilizado insertando un inhibidor neural en sus puertos. Su acreditación ante d’Vierns sería suplantada por Miroir.
El joven estaba nervioso. No por hacerse pasar por un minador especializado —ya había estudiado su perfil al detalle—, sino porque sería su primera sesión en un domicilio privado, algo que siempre había rehuido. Y lo haría solo, sin la supervisión directa de su compañero.
—Es la hora —anunció Em tras su visor—. Miroir, todo correcto en la posición de Erre. Ya puedes subir.
—Roi, no abandones en n-ningún momento nuestro espacio p-privado, ni en medio de la… sesión, ¿de acuerdo? —A pesar de su distanciamiento de aquellos días, Ogmi sonaba preocupado—. Sé que no te agrada, pero puede que precises ayuda para evitar que te dec… ded… detecten.
—Me las arreglaré. —Se colocó la capucha y saltó a la calle. Llovía con fuerza—. De todas formas permaneceré en línea, no os preocupéis.
En cuanto dobló la esquina, el líder solicitó:
—Dadme una pantalla. Quiero asistir a esa sesión de la que hablas, Ogmi. Quiero saber qué hará nuestro jacq dentro de ese tipo.
—Eso no es… ético, Gareth. Es un procedimiento íntimo y Miroir no p-permitiría que otro, aparte de mí…
—Perdona, ¿he dado a entender que me importe la opinión de nadie? La pantalla.
La contrariedad del minador apenas quedó reflejada en un pequeño fruncimiento de labios. Sin pronunciar palabra, le tendió un visor igual al de Em y lo conectó a su estación. Aunque odiaba aquellos trastos, el mercenario se lo ajustó.
—Solo recibo audio y vídeo de la calle —dijo.
—Son las áreas del cerebro de R-roi cuya actividad estoy registrando ahora. Cuando se conecte a nuestro objetivo lo s-sabrás.
—El jefe tiene ganas de ver algo de pornografía —canturreó Indra.
Gareth lo ignoró, ocupado en seguir los movimientos de Miroir, que había llegado al portal del edificio y estaba cruzando los primeros controles. Aquel sitio era una auténtica fortaleza protegida tras un escáner y un sistema de identificación de ciudadanía. Pasado el corredor de acceso y el elevador, el jacq se encontró ante un portón blindado y un nuevo haz de luces que, recorriendo su cuerpo, ofrecieron al propietario un mapa muy preciso de su anatomía; tanto como le permitieron los sigilosos minadores infiltrados. El portón se abrió a una sala de pobre decoración y luces tenues, el tipo de vivienda que elegiría una persona de gustos sobrios. Traspasado el umbral, volvió a cerrarse.
—Eres muy alto.
Esa voz apagada… Miroir la siguió hasta la habitación contigua, donde divisó una estación de filtrado de última generación bajo el mando de un monitor, un par de divanes bastante lujosos y un hombre de mediana edad, al abrigo de la penumbra, sentado en una silla solitaria: d’Vierns. Su mano extendida señaló al diván, a la máquina y a un pulcro juego de pulverizadores para higienizar las clavijas. Conectarse era el sistema más efectivo de comprobar su identidad, en lugar de pedir credenciales, y Miroir intentó mostrar tranquilidad al introducir el juego de cables en sus tomas. Sabía que Em y Erre habían contactado con d’Vierns haciéndose pasar por personal del gabinete de terapia y le habían notificado una sustitución de última hora. Aunque el cliente y su supervisor realizaran más comprobaciones sobre la marcha, las unidades móviles se encargarían de interceptarlas. Con todo, no estaba acostumbrado a los divanes voluptuosos ni al aislamiento. Casi respiró aliviado cuando superó el examen y su anfitrión se tumbó en el otro mueble. Gracias a Sannomeil, no mostraba deseos de tocarlo.
—Tiene monitor, es arriesgado tratar de dejarlos inconscientes ahora —susurró Ogmi en su espacio privado—. Incítalo a conectarse al filtrador y se pondrán a tiro los dos.
Tendría que distraer al objetivo lo mejor que pudiese hasta conseguir su oportunidad. Sin molestarse en intercambiar más frases, d’Vierns dio comienzo a la sesión.
Estaban en un paraje albo y vacío, bajo una bóveda de luz intensa. Ocupaban las mismas posiciones sobre sendos bancos níveos y vestían ropas blancas, finas y colgantes. El rostro de d’Vierns no variaba un ápice del auténtico. Tal era —juzgó Miroir, sin dejar que su expresión virtual trasluciese sus pensamientos— la falta de imaginación de los militares. Su propio avatar era femenino, pálido y de cabello rosado, tal cual lo había creado su «predecesor» en la sesión anterior. La representación del director de Seguridad contempló su cuerpo menudo y sacudió la cabeza.
—Quiero que seas tú mismo, un chico —pidió. El jacq modificó su estructura corporal conservando las facciones base—. No, con tu pelo moreno y tus ojos grises. Me gustan los ojos grises. Y tu altura… No, no tiene sentido que seas más alto que yo. ¿Por qué eres tan alto? Quizá si nos quedamos a la par… Sí, así, eres muy guapo. ¿Cómo te llamas? No, no me lo digas, sé que no es profesional. Ven aquí.
Miroir realizó todos los cambios con cierto recelo. Rehuía por principio los avatares clónicos pues consideraba que exponían su intimidad, pero había comprendido al instante que d’Vierns poseía una personalidad fuerte y autoritaria. Tendría que obedecer si pretendía que se abriera y le dejase penetrar en su mente sin forzarlo. Caminó hacia el asiento de su cliente y se arrodilló entre sus piernas, vivo retrato de la mansedumbre. Él acarició su mandíbula y su cuello, bajó hasta el borde de la túnica y tanteó la línea de su torso, satisfecho. Miroir suspiró cuando los dedos se posaron en sus tetillas y juguetearon hasta conseguir una reacción.
—Muy muy guapo —prosiguió d’Vierns—. Sube y túmbate, vamos a…
—Sire, si me lo permites, crearé un entorno para ti que te hará sentir relajado y liberará tus tensiones —se atrevió a sugerir el jacq, a sabiendas de que el tratamiento honorífico lo complacería—. Déjame mostrártelo, te lo suplico.
—¿Un entorno, dices? De acuerdo, enséñamelo. —Frunció el ceño e hizo desaparecer la prenda que le impedía contemplar lo que tocaba—. Aunque ya sabrás que soy un hombre exigente y con muy poca paciencia y…
Fueron circundados por un lago de aguas transparentes e inmóviles, sobre las que se sustentaba la forma arrodillada de Miroir sin llegar a romper la tensión superficial. El mueble se transformó en un banco de piedra cubierto de césped y musgo, tan mullido como el cojín sobre el que, hasta entonces, se había estado reclinando. Nada perturbaba la escena, ningún sonido discordante, ningún olor intenso; apenas una levísima fragancia a hierba, y esa sensación de estar inmerso en un medio líquido y ser consciente de los propios latidos, del tirón húmedo de los labios al separarse, de la sacudida de las pestañas al parpadear. La claridad del cielo perdió intensidad para no herir sus ojos al destellar sobre la superficie plateada. Únicamente en los bordes de aquel espacio irreal, donde debiera estar el horizonte, titilaban pequeñas columnas con brillo de diamantes. D’Vierns oteó a su alrededor y luego reparó en su propio reflejo en el agua, junto a una imagen de la espalda expuesta del joven.
—Puedes tocarla, sire, es fresca y agradable.
La mano del avatar de Miroir se sumergió y creó una marea de círculos concéntricos que distorsionaron la visión. Al sacarla, pequeñas gotas le caían por la muñeca. Su compañero rozó la piel y notó que, en efecto, irradiaba frescura y suavidad, pero no se había mojado. Estiró los pies, descalzos por arte de magia, y los introdujo en aquel fluido portentoso. Frío, un frío vigorizador para un cuerpo que ardía de fiebre con excesiva frecuencia, y todo por culpa del S.R. provocado por los malditos… Clavó los ojos de nuevo en la nuca del muchacho —en la versión invertida que le mostraba el lago— y se percató de que no lucía implantes. Sus dedos se dispararon a tocarle el cuello inmaculado. Se demoró en la zona, enredándose entre los cabellos, saboreando la exquisita sensación de la carne tibia sin nada que la violentase.
—No los necesitamos, sire. —Los ojos grises de Miroir eran dos espejos que le devolvían retazos de su misma alma. Sosegado, apartó la túnica de d’Vierns y liberó el miembro que ya se remontaba sobre su vientre—. Aquí estamos a salvo, aislados del mundo, sin cables, sin conexiones. Solos los dos. Mientras permanezcamos recluidos en nuestra fortaleza de agua, las llamas no podrán alcanzarnos.
Se inclinó y lo lamió con una lengua hecha de seda. El militar jadeó, se dejó caer sobre el lecho de hierba y roca, manteniendo una férrea tenaza sobre las sienes de su hábil terapeuta, y balanceó las caderas para hundirse por completo en su garganta. Si en su boca era tan increíble, ¿qué sería en otro paso más angosto? Con el talento de un clarividente, Miroir se elevó hasta que sus miradas se cruzaron. Los dos estaban desnudos, y una notoria virilidad apuntaba hacia el hueco en el que ansiaba enterrarse. Antes de que d’Vierns reaccionara, el jacq se anticipó a satisfacer las que —intuía— eran sus preferencias y se echó a un lado, boca abajo. El hombre de más edad no tardó en montarlo, sujetarlo por esa maravillosa nuca intacta y tantear entre sus nalgas. Era tal cual había imaginado y más aún. Enfiló y ahogó un gemido de placer, sorprendido de que la plenitud se hallara en un lugar tan estrecho.
Columnas de fuego circundaron el lago y treparon hasta el cielo mismo, tiñéndolo todo de rojo. Incluso la piel pálida del muchacho adquirió un tinte encarnado, y d’Vierns experimentó una punzada de inquietud al descubrir destellos del color de la sangre en los cabellos oscuros. Tales temores fueron desechados con rapidez: aislado en su fortaleza, estaba seguro. A salvo.
Cuando sobrevino el clímax del director de Seguridad, sus niveles hormonales se alteraron tan radicalmente que el monitor a cargo de la estación de filtrado se alarmó. Acabó conectándose a la máquina para investigar el motivo, momento que Miroir aprovechó para deslizarse por los cables que lo vinculaban con ambos, atravesar sus defensas y hacerles perder el sentido. A continuación se conectó a los puertos de sus víctimas para extraer la información requerida sobre el acceso al búnker y borrar cualquier prueba de su suplantación, proceso que repetiría más tarde con el terapeuta capturado. Desde la calle, la unidad móvil se ocupaba de limpiar el filtrador y los otros dispositivos electrónicos de la casa y el edificio.
Lo que el jacq no sabía era que cierto testigo no deseado había asistido a su encuentro virtual con d’Vierns; se trataba de Gareth, por supuesto. Finalizado el espectáculo, el mercenario no pronunció frase alguna hasta que llegó el momento de levantar el campo. Habría podido decirse que estaba absorto en sus pensamientos.
Después de un esfuerzo mental tan intenso, Miroir se retiró a su refugio en Nakahel y durmió hasta bien entrada la tarde. No le apetecía en absoluto retomar su trabajo, pero el asalto al miembro de Coeursur lo había mantenido apartado de Chezzelestin varios días y era conveniente ofrecer cierta apariencia de normalidad. Rugía la tormenta y las llamadas a la puerta de Ogmi no obtenían respuesta, lo que significaba que debería emprender el camino a Branche en solitario y por la ruta más larga. Todo lo que deseaba al llegar al establecimiento era desentumecerse con una bebida caliente y la buena noticia de que no lo esperaba ningún compromiso. Las dos aspiraciones se vieron frustradas por el recibimiento altanero que le prodigó su jefe desde la cabina de recepción.
—Tú y yo tenemos que hablar, príncipe. Si vas a seguir faltando cuando te salga de tu… no dudo que precioso sporran —le advirtió Celestin, usando argot antiguo para designar los testículos—, deberé entender que ya no te interesan ni tu puesto, ni tus privilegios, ni mi bondadosa permisividad.
—Lo siento, Ogmi y yo pasamos una mala racha. Te prometo que las cosas volverán pronto a su cauce.
—Hum, no andarás metido en algo turbio, espero. ¿Estás aceptando clientes fuera del local?
—¡No! —«Tampoco me emociona aceptarlos dentro», pensó con amargura—. Sabes que yo nunca lo hago.
—Bah, bah, excusas, no es momento ni lugar. Atiende primero al cliente de la sala del fondo, que es nuevo, ha ofrecido una prima y hay que mimarlo. Y da gracias a que preguntó expresamente por ti, los otros chicos ya se estaban rifando el privilegio de hacerlo feliz.
Celestin soltó una risita pícara e hizo tintinear la hilera de anillos de su mandíbula con la uña del meñique. Miroir no prestó atención al último comentario; ya arrastraba los pies, sin ningún entusiasmo, hacia el lugar designado. La sala era poco más que un cubículo con una cama doble encastrada en la pared. Ni filtrador, ni asiento para el monitor, ni pared divisoria que garantizase discreción… Era el cuarto de quienes querían un cable directo a la nuca, tumbarse junto al jacq de turno y, si uno se descuidaba, sobar lo que se les pusiese al alcance de la mano. Sin embargo, no fue esto lo que provocó que al joven se le disparasen los latidos, sino la persona que cerró la puerta y se apoyó sobre ella en cuanto él la hubo traspasado: Gareth. Con su barba de varios días, su chaqueta desabrochada y una de sus sonrisas más desagradables.
—¿Qué haces aquí? —bisbiseó Miroir—. ¡No vengas a mi trabajo!
—¿Así les das la bienvenida a todos? Pues déjame decirte que tus modales apestan. —Al ver que pretendía marcharse, le bloqueó el paso—. Eh, eh, eh, he pagado, soy un cliente. Si no quieres que tu jefe se huela nada raro, más te vale quedarte. Siéntate, señor jacq.
—Prefiero quedarme de pie…
—Que te sientes.
Obedeció el minador a regañadientes, ocupando uno de los bordes del durísimo catre. Gareth lo imitó por el otro lado, con la diferencia de que él sí se reclinó contra la pared y estiró las piernas. La porción de pecho descubierto, ampliada gracias a la postura, incrementó el nerviosismo de Miroir.
—El tal Celestin es un tipo curioso, pero muy amable —comentó el mercenario, examinando con desvergüenza la rígida figura de perfil del chico moreno—. Me ha paseado por el local y me ha enseñado las instalaciones y a algunos de tus amiguitos. El sitio me pone tan cachondo como… un hospital de campaña. En cuanto a los nenes y nenas, no dudo que tendrán virtudes, aunque yo no acabo de vérselas. Puestos a elegir, yo diría que eres lo más potable de la casa.
—¿Por qué me cuentas esas co…? ¿Qué haces? —La respiración, que antes se le había acelerado, se le detuvo de golpe al sentir que Gareth enredaba en sus mechones oscuros.
—Después me ha estado contando anécdotas de su jacq número uno y ha mencionado que tu apodo, Miroir, significa espejo en el viejo dialecto. Así que eso eres tú, un espejo de los deseos de tus clientes, ¿no? Muy apropiado.
—Es… solo un nombre. —La atención de Gareth pasó a centrarse en los puertos alineados sobre su nuca. Lo normal era perder la sensibilidad en esa zona; él, sin embargo, notaba el vello erizarse al paso de los dedos. ¿Por qué?, se preguntaba. Y, lo más importante, ¿por qué no lo apartaba? ¿Por qué se quedaba quieto mientras ese foco de calor invadía el cuello de su chaqueta?
—Ya vi que a d’Vierns le diste justo lo que él quiso y con tu apariencia de siempre. ¿Ves? No soy el único que opina que tienes un polvo. Supongo que se correría igual que una bestia después de metértela sobre esa roca.
—¿Cómo… cómo sabes…? —Esas palabras sí que lo sacudieron. Había auténtico horror en los ojos grises.
—No tenía ni idea de lo que hacíais tus colegas y tú, nunca había visto a uno en plena faena. Pensaba que era alguna chorrada mística, lo confieso, y más con los remilgos y la ñoñería que te gastas. Todas esas muecas de desdén ante el contacto, ante el sexo… Y, mira por dónde, tu jefe me enumera las perversiones en las que eres experto y resulta que la lista es más larga que la cola del Dragón. Activo, pasivo, hombre, mujer o mezcla, bestialismo, dominación, sumisión, orgías, intercambio de mentes… Cualquiera que se me ocurriese, y otras en las que ni había caído. Eres todo un profesional, Miroir, el puto más completo de la ciudad. —Ante el silencio incrédulo, prosiguió—: Luego le pregunté lo que costabas y lancé un silbido porque, carajo, eres caro. Pero la calidad se paga, o eso dicen, así que me rasqué el bolsillo y aquí me tienes, ansioso por comprobar lo que he comprado con mi dinero.
—¿Qué… quieres decir? —preguntó el otro, luchando contra la sequedad de su garganta.
—¿Qué crees tú? —Pasó de las caricias a agarrar su antebrazo y tirar hacia él, colocándolo a muy poca distancia de sus labios—. Quiero que follemos. ¿Prefieres dar o que te den? No me emociona la idea de que me des por el culo, aunque, qué diablos, debes ser un experto, te dejaré que me sorprendas. Eso sí, después de que yo eche un tiento a lo que llevas dentro de los pantalones, para comprobar si lo que vi se ajusta a la realidad.
Su aliento quemaba, o eso le pareció a un Miroir demasiado trastornado para darse cuenta de lo que le estaba proponiendo. Apenas notaba algo más que la presión en su carne y el destello en aquellos ojos que la luz volvía verdes y salvajes.
—Eso no es posible —balbuceó— porque… porque tú no tienes… Eres un…
—Incompleto, ya. ¿Quién está hablando de jodidos cables?
Las manos de Gareth bajaron a las nalgas del jacq y las aferraron con fuerza. Con el impulso, sus labios se tocaron. El mercenario se abrió paso entre ellos y forzó el contacto con una lengua esquiva que no estaba acostumbrada a compartir su espacio. Miroir quedó embriagado por el sabor, por las punzadas de la corta barba sobre sus mejillas. Eran tan intensos… En las sesiones, cuando sus clientes exigían que él también activase su percepción del tacto, solía burlarlos enviando lecturas falsas. Pero aquello… ¿Cómo aislarse del vacío en el estómago, del cosquilleo en su bajo vientre? Poco a poco, Gareth lo tumbó en la cama y lo atrapó bajo aquel cuerpo inmenso. El Árbol y los mecanismos de comprensión y filtración que le proporcionaba su tecnología perdieron toda utilidad. Nada tenía sentido, excepto la forma y el peso de sus músculos. Nada era real salvo ese beso.
—Chúpamela igual que a d’Vierns.
Cinco palabras equivocadas y el roce de aquellos dedos, hurgando en un lugar que nadie había tocado antes, rompieron el trance del joven y le proporcionaron la energía para golpear a Gareth en la barbilla y apartarse. Ogmi siempre le había advertido sobre lo impropio de tales intimidades. Ya fuese por proteger su identidad con la distancia, o en respuesta a la moral social que censuraba el contacto, se había pasado ciclos y ciclos rehuyendo al resto del mundo. Era un mecanismo de defensa difícil de evitar.
Además, tenía su orgullo.
—¿Cómo te atreves? —escupió, pegándose a la pared—. ¿Por quién me has tomado? No eres más que un maldito… sicario… matón a sueldo… Un… un…
—¿No encuentras más sinónimos en la Enramada? Sí, soy todo eso, ¿y qué? Seré un matón a sueldo, pero tu afecto es tan mercenario como yo. ¿Qué problema hay con que nos vayamos a la cama?
—¡No hago esas asquerosidades! ¡Yo jamás me he acostado con…!
—Hay que joderse —el exasperado Gareth se levantó de un salto y lo encaró—, al final va a ser verdad que no has llegado a abrir las piernas para nadie. Estoy en el burdel de un castrado y su prostituto estrella es virgen. Menuda pareja hacéis, tú y tu proxeneta.
—¡Cállate! ¡No soy un prostituto!
—Ah, ¿no? Haces que tus clientes se corran por dinero. —Sus brazos flanquearon al jacq—. Y me fastidia mucho, mucho, que todos esos ciudadanos con las cuentas a rebosar reciban mejor trato que yo, por el hecho de no estar lleno de cables, así que no te hagas el estrecho y demuestra lo que eres…, Miroir, el número uno.
Se reanudaron las caricias, mucho más rudas y directas. El joven moreno comprendió que no debía dejarse llevar, que tenía que seguir lúcido para no caer en la tentación. Porque para él solo cabía una explicación a aquellas frases y no implicaba deseo, sino puro y genuino desprecio.
—Lo único que quieres es humillarme. Es lo que has hecho desde aquella primera noche en Nakahel. Ojalá no hubiéramos aceptado este trabajo, ojalá… —La voz de Miroir fue ahogada por la ira—. Ojalá nunca te hubiese conocido.
Lo apartó y salió de allí a toda prisa. Gareth se quedó plantado en el sitio, frotándose el mentón con una furia que en nada se debía al dolor por el golpe, sino a los recuerdos. En concreto, a la imagen de un chico moreno de pie ante un árbol enmarañado y un altar de piedra, sobre los cuales descendía una furtiva columna de luz.
Hasta aquí la lectura gratuita de los primeros capítulos de la novela. Somos malos y sabemos que te has quedado con ganas de más, así que ya sabes… wink