El reloj marcaba las siete de la mañana y los agentes del grupo de homicidios de la Guardia Civil, junto a los de la Policía Local que se habían unido a la investigación, llevaban toda la noche sin dormir. Estaban patrullando el polígono de Los Ángeles y otros enclaves próximos de prostitución callejera en busca de alguna chica que hubiese visto o subido al camión de la víctima antes de su asesinato. Por el momento, sin ningún éxito. Las prostitutas, todas ellas extranjeras, no se mostraban demasiado motivadas para colaborar con las autoridades españolas.
Pablo Moreno era un joven guardia que, debido a sus excelentes calificaciones, había sido trasladado a la UCO después de graduarse y cumplir su primer destino. Pablo venía de una larga tradición familiar en la Benemérita. Su abuelo, su padre y dos de sus tíos habían sido guardias civiles antes que él. Por ese motivo, llevaba en la sangre una auténtica vocación de servicio hacia su patria y creía firmemente que lo que defendía el lema de su cuerpo, «El honor es mi divisa», era el pilar fundamental sobre el que tenía que erguirse un buen guardia, pues la honestidad y la honorabilidad debían ser siempre las más altas cualidades morales que impulsasen al cumplimiento del deber.
Mientras tomaba su quinto café para llevar e interrogaba al enésimo grupo de mujeres, Pablo dio con la primera pista del caso. Elena, una de las prostitutas rumanas con las que estaba hablando, le contó que dos días atrás su compañera Mihaela había regresado totalmente histérica tras irse con un cliente en su camión.
—Ella golpe cara, nariz sangre… —le explicó la rumana en su rudimentario español.
—¿Quién le pegó?
—Cliente. Pero él llegar y salvar.
—¿Le dijo si conocía al hombre que la defendió?
—No hombre, ángel.
—¿Le contó que su defensor era un ángel? —preguntó, sorprendido. Cuando Elena asintió con tanta seguridad, tuvo que obligarse a sí mismo a reprimir una carcajada por miedo a ofenderla—. Y… por casualidad no le diría qué aspecto tenía ese… ángel, ¿verdad?
—No, noche, no ver.
—Ya. ¿Sabe dónde puedo encontrar a su amiga?
—No saber, no ver dos días.
—¿No la ve desde hace dos días? —repitió, preocupado, y la chica volvió a mover la cabeza de forma afirmativa.
Inmediatamente, Pablo llamó al capitán para informarlo de que era muy posible que tuviese lugar un segundo homicidio ese fin de semana, si no había ocurrido ya, puesto que la idea de que el asesino tratase de matar a la chica, evitando así que ella pudiese identificarlo, no le parecía nada descabellada. Daniel Sánchez, capitán del grupo de homicidios de la UCO, estuvo de acuerdo y actuó con rapidez.
Gracias a una fotografía que Elena les facilitó a regañadientes cuando le explicaron el peligro que corría su amiga y a la escasa información que ella pudo ofrecerles, conocían el aspecto de Mihaela, la dirección de su domicilio y los lugares en los que solía trabajar. Quizá no pareciese mucho para empezar, pero aquella era la primera pista sólida que encontraban en dos años. Por no mencionar que la prensa no dejaba de cebarse con ellos por la falta de resultados y los políticos estaban cada vez más nerviosos e irascibles. Dos razones más que suficientes para ocupar a todos los agentes disponibles en la búsqueda urgente de la prostituta rumana.
El propio Daniel acompañó personalmente a Elena y a un grupo de guardias a su domicilio. Al principio, daba la impresión de ser un callejón sin salida porque la que afirmó ser una de sus compañeras de piso, otra joven de nacionalidad rumana llamada Alina, que parecía más molesta por la intrusión de los guardias que por la desaparición de su paisana, les aseguró que no sabía nada. Mihaela llevaba dos días sin aparecer por casa, pero no se había llevado ninguna de sus cosas. Después, se dedicó a maldecir todo lo humano y lo divino por quedarse colgada con el pago del alquiler.
Pablo había tratado de mantenerse en un discreto segundo plano mientras los guardias más veteranos hablaban con la rumana. Sin embargo, ya llevaba un buen rato dándole vueltas a la misma idea y le extrañaba que ninguno de sus compañeros hubiese sacado el tema, por lo que se acercó a Daniel para consultárselo.
—Mi capitán, no hemos preguntado por su chulo. Los proxenetas tienen muy controladas a sus chicas. Aunque no nos diga nada, podríamos ponerlo bajo vigilancia. Si sigue viva, quizá nos lleve hasta ella.
—¡Muy bien pensado! —exclamó Daniel, visiblemente maravillado por la pericia del joven guardia.
—Gracias, mi capitán —murmuró, ruborizado.
Pablo admiraba mucho a su superior y sus cumplidos siempre provocaban el mismo efecto en él. Como guardia civil con una hoja de servicios ejemplar, el hecho de que alabase su buen desempeño en el trabajo le parecía muy halagador. Pero como el hombre imponente que era, ser mirado a los ojos por él con esa intensidad resultaba abrumador y, sí, también un poquito frustrante. Sobre todo teniendo en cuenta que Daniel parecía verlo más como a un niño que como al hombre adulto que era, y él no podía enfocar la vista en su capitán sin experimentar los pensamientos más obscenos que había tenido en toda su vida.
Pablo relegó esas ideas al fondo de su mente para poder concentrarse y proseguir con su labor. Tenían un asesino en serie que atrapar y no era el mejor momento para lamentarse por sus frustraciones sexuales. Aun así, sus ojos siguieron durante unos segundos más a Daniel, que se había separado de él para ir a hablar con Alina, pero no parecía estar obteniendo ninguna información útil porque no dejaba de fruncir el ceño y gesticular de forma nerviosa. «No entiendo por qué estas mujeres protegen tanto al cerdo que se lucra con sus cuerpos», se preguntó con desconcierto. Después, fijó su mirada en Elena. La rumana se había quedado apartada en un rincón, con la cabeza gacha y una expresión de profundo pesar. Era evidente que estaba muy preocupada por Mihaela, pero a Pablo también le pareció percibir miedo en aquel bello y joven rostro. «Debió costarle una barbaridad decidirse a colaborar con nosotros, eso demuestra lo mucho que le importa su amiga. Quizá sea la única que esté dispuesta a ayudarnos», pensó mientras se acercaba a ella.
—Sé que está asustada, pero nos sería de gran ayuda que nos diese el nombre de su proxeneta o nos dijese dónde podemos encontrarlo —le pidió con un tono de voz sosegado y amable.
—No entender.
Los ojos de Elena se llenaron de tanto terror que Pablo estuvo seguro de que lo había comprendido a la perfección, pero que no diría nada más por mucho que él insistiese. Estaba claro que su chulo le inspiraba pánico. No andaba nada desencaminado. Tras replantear la pregunta varias veces y obtener únicamente silencios o excusas absurdas como respuesta, el guardia civil tuvo que aceptar que no conseguiría nada más de la prostituta en ese lugar y momento. Debía encontrar otro más propicio y pensar en una forma de que ella confiase en él. Estaba convencido de que no sería una tarea sencilla, pero no pensaba rendirse tan fácilmente.