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Romeo
Estaba solo en la librería, aburriéndome entre cliente y cliente. Lucía me había pedido el día libre porque no se encontraba bien, el primer día de regla siempre lo pasaba fatal, tirada en el sofá con dolor de ovarios. Así de bien nos conocíamos, como hermanos. Y con todos los favores que me hacía ella no me costaba nada dejar que pasase ese día en reposo siempre que lo necesitase, era lo bueno de ser nuestros propios jefes.
Mi mente divagó hacia lo que la distraía constantemente: Paris, vaya nombre, vaya vecino, vaya suerte la mía.
Había pasado un buen fin de semana tranquilo y, sorprendentemente, en muy buena compañía con mi vecino pianista, que resultó no ser tan molesto como había imaginado, además de un excelente músico y, joder, guapísimo. Al principio solo quería quedar bien y limar asperezas, nada más, disculparme y ser un buen vecino al que puedes pedir sal si la necesitas, no a quien temes encontrarte en el ascensor. Planeaba tener una conversación amigable durante un par de cervezas y sentirme mejor conmigo mismo, no esperaba encontrarme con una de esas personas con las que conectas como de forma mágica.
Al principio Paris estaba reticente, lo cual era comprensible —nada más conocerlo me di cuenta de su timidez, acentuada por el daño que le habían hecho y la mala impresión que le di nada más conocernos, lo que le hacía desconfiar—, pero después de ablandarlo un poco pasamos una tarde muy agradable juntos; tanto, que al día siguiente vino a buscarme y yo acudí encantado a su casa. Incluso le confesé mis sentimientos más profundos y dolorosos, porque el flechazo fue real e intenso, me sentía en confianza, arropado por su compañía. No todos los flechazos tienen por qué ser románticos; también existen en la amistad, simplemente conociendo a una persona con la que encajas con naturalidad. Y debía admitir que, en este caso, había sido toda una sorpresa. Por muy extrovertido que fuera, no compartía confesiones íntimas con cualquiera.
Resoplé de aburrimiento, cogí el móvil y abrí el chat que tenía con mis amigos, siempre animado con los memes que mandaba Diego. Necesitaba hablar con alguien sobre Paris o iba a explotar.
Romeo:
Chicos, buenas noticias, las cervezas funcionaron.
Diego:
¿Has conquistado a tu vecino?
Berta:
Cuando no es un capullo nadie se le resiste.
Romeo:
¿Qué?
¡No nos hemos acostado!
Solo hemos hecho las paces, ya no nos odiamos.
Berta:
Bueno, eso es menos emocionante…
¿Qué tal fue?
Diego:
Sea como sea, mis consejos siempre funcionan.
Berta:
Claro que sí, chiquitín, deja el gym y hazte coach consejero, vas a triunfar.
Diego:
*Emoji de la peineta*
Romeo:
¡Un poquito de caso por aquí!
Berta:
Sí, sí, cuenta, queremos cotilleos.
Romeo:
No os vais a creer cómo se llama.
De verdad.
Todavía me da la risa.
Diego:
Agapito, Casimiro, Bartolo…
Romeo:
Jajajaja menos mal que no.
*redoble de tambores*
PARIS.
Diego:
. . .
Berta:
¿Como el de Romeo y Julieta?
Romeo:
Sí…
Diego:
Vaya dos shakesperianos.
Berta:
Primero: me alucina que lo hayas escrito bien.
Segundo: ¡ES EL DESTINO, ROMEO!
Romeo:
Te juro que pensé lo mismo, pero para mal.
Por suerte no ha sido así.
Hemos pasado el finde juntos COMO AMIGOS.
Y es genial.
Me gusta COMO AMIGOS.
Diego:
NOS HA QUEDADO CLARO.
PERO LAS MAYÚSCULAS
NO ENGAÑAN A NADIE.
Romeo:
Tú qué sabrás.
Berta:
Es verdad, para opinar mejor tenemos que conocerlo.
Romeo:
No sé yo…
Me cae bien, no quiero espantarlo.
Berta:
JA… JA… JA…
En serio, tienes que traerlo a la próxima quedada.
Diego:
¡No puedes esconderlo de nosotros!
Zareb:
Paris, bonito nombre.
Si es el destino nosotros lo sabremos.
Tenemos que conocerlo.
Diego:
Tres contra uno.
Si no lo traes a nosotros, iremos a por él.
Sabemos dónde vive jajaja.
Romeo:
¿Tú también, colega? @Zareb
No me jodáis.
Otro dato sobre Paris: acaba de dejarlo su NOVIA.
No imaginéis tonterías ni me pongáis en evidencia delante de él.
Berta:
Otro dato para ti, guapo: existe la bisexualidad.
Romeo:
Sois idiotas.
Adiós.
Diego:
¡No te enfades con nosotros!
No puedes luchar contra el destino.
Zareb:
Te prometo que nos portaremos bien.
Yo los obligaré a comportarse.
Pero quiero conocerlo.
Diego:
¿Se ha ido enfadado de verdad?
Berta:
Claro que no, chicos, nos estará leyendo desde la pantalla sin abrir el chat.
*Emoji sacando la lengua*
Además, ha admitido que vamos a conocerlo, lo está deseando tanto como nosotros, pero se hace el duro.
Romeo:
*Emoji de la peineta*
Cerré el chat cuando los tres empezaron a reírse y guardé el teléfono en el bolsillo del pantalón. Paris era muy guapo, pero no quería verlo de esa forma. Agité la cabeza, mi mente se había intoxicado con los comentarios de mis amigos idiotas, solo querían molestarme y lo habían conseguido. ¿El destino? Tal vez. Había puesto en mi camino a alguien que debería ser mi enemigo, pero nos habíamos hecho amigos, nada más.
Primero: enrollarse con un hetero solía ser muy problemático, que no imposible.
Segundo: enrollarse con un vecino podía causar muchísimos más problemas y encontronazos tensos cuando la relación terminase, precisamente para ahorrarme una situación así me había esforzado por ganarme su perdón, no quería volver a complicar las cosas.
Y tercero: precisamente eso, no quería complicarme la vida, bastante tenía con Fabio, con quien todavía no había conseguido romper.
Ni siquiera sabía por qué estaba dándole tantas vueltas, no era en serio, ellos solo me provocaban y yo me enredaba en mis propias tonterías mentales. No todo se reducía al sexo, incluso yo sabía eso.
La campanilla sonó cuando entraron un par de clientes, dos chicas jóvenes que iban cogidas del brazo, y suspiré aliviado por la distracción.
Cuando cerré para comer me acerqué hasta casa de Lucía. Efectivamente, estaba tirada en el sofá viendo una serie en la televisión y no había comido nada en todo el día. Le di un beso en la frente y me apropié de su cocina, calenté caldo de verduras y le preparé una manzana para que se llenase un poco el estómago; incluso la corté en dados, algo que jamás haría para mí mismo. Empezó a protestar cuando dejé la comida en la mesita frente al sofá.
—Venga, primita, que te hago el avioncito —dije con voz aniñada, ganándome un manotazo en el hombro.
Pero abrió la boca, retándome a darle de comer, y eso hice. Cucharada a cucharada. Entre una y otra me miraba y se reía entre dientes. Hasta la limpiaba con una servilleta cuando se manchaba la barbilla. Claro que podía comer ella sola, pero así era más divertido, sobre todo para ella. Yo mantuve una expresión muy seria, como si estuviera haciendo algo importantísimo, aunque por dentro también me estaba riendo; solo me faltaba ponerle un babero. Pinché los trozos de manzana y ahí si pude hacerle bien el avión con el tenedor, moviéndolo ante su cara, haciendo el ruido de motor, hasta que se lo metía en la boca. No aguanté más la risa. Conseguí que se la comiera entera, como una buena niña, y parecía tener mejor aspecto después de alimentarse un poco.
Hubo un tiempo en que ella también tuvo que darme de comer, incluso de beber agua, u obligarme a levantarme de la cama y al menos ducharme. Cuando perdí a mis padres Lucía me cuidó más que nadie, como una madre, como una leona, se desvivió por mí durante meses, sin rendirse ni flaquear, aunque solo era dos años mayor que yo. Tal vez sin ella no habría conseguido superarlo, no lo sabía, pero sí sabía que le debía mucho; la cuidaba porque la quería y porque estaba en deuda con ella de por vida.
—¿Tú no comes? —preguntó, preocupada por si me había distraído demasiado.
—Voy a hacerme un bocadillo, descansa.
Cuando me marché a la librería se había quedado dormida, le dejé un vaso de agua fresca en la mesita y cerré la puerta despacio para no hacer ruido.
La tarde se hizo eterna. Estaba teniendo un día muy aburrido, necesitaba algo de marcha. Cotilleé las redes sociales de Fabio, siempre estaba subiendo fotos posando o trabajando, era un tatuador muy cotizado. A mí me había marcado con tinta en la nuca en honor a Hamlet: una calavera con una corona sangrienta, las gotas rojas eran el único toque de color. Me contuve antes de mandarle un mensaje, no podía buscarlo si quería distanciarme de él y dejarlo, tenía que ser consecuente.
Escuché el sonido del piano desde las escaleras mientras subía a casa y sonreí al imaginar a Paris tocando; me gustaría verlo algún día, tenía que pedirle un concierto privado. Lo dejé tranquilo mientras ensayaba, aunque tuve ganas de llamar a su timbre. En vez de eso dejé otra nota en su puerta, era más divertido que un mensaje en el móvil.
Bonita música,
ciudad del amor.
Después de darme una ducha llamé a Lucía para ver qué tal se encontraba. Tener que pasar por eso todos los meses era una grandísima putada, me alegraba mucho de no ser mujer; por eso y porque me encantaba tener polla, y también las de los demás. A veces me paraba a pensar en lo afortunado que era de poder amar y follar libremente, sin tener que esconderme ni tener que fingir ser quien no era; habría sufrido muchísimo en cualquier época pasada. Todavía se seguía sufriendo por esto, pero volvía a tener la suerte de haber llevado una vida fácil en este aspecto, nunca había sido discriminado ni agredido por mi orientación sexual. Siempre te encuentras con algún idiota o te cruzas con algún comentario ofensivo, pero nada grave. En algunas partes de mi vida había sido muy desgraciado, pero en otras la suerte me había sonreído. Así era la vida: caótica, desordenada, desequilibrada y, a veces, injusta.
También podían salir cosas hermosas de ese caos.
Estaba yendo al salón con la toalla todavía alrededor de las caderas cuando una nota se deslizó por debajo de mi puerta, luego escuché la puerta del vecino cerrarse suavemente. Sonreí antes de leerla.
La separación es tan dulce pena
que diré buenas noches
hasta que amanezca.
Una cita de Romeo y Julieta. Negué con la cabeza, divertido, ignorando con fuerza el salto que me había dado el corazón en el pecho. Pegué la nota en la nevera con un imán y la contemplé un momento, sin poder controlar la sonrisa de mis labios. Hasta tenía la letra bonita. Maldito vecino, no debería seguirme el juego así, yo era fuego, aunque él todavía no sabía que podía quemarse.