Cosas que pasan en el Mega: la novatada
Allá va Kei: un metro cincuenta y ocho centímetros de altura, con la fuerza de un caniche y la resolución de una mula.
Precisamente hoy, que la cosa está tranquila y no hay muchos clientes, ha tenido que pasar. «Se ha acabado el gas de las planchas, Tsunami», le han dicho. «¿Te puedes subir el recambio, Tsunami?». Y el puñetero recambio es un bidón de metro y medio hecho de acero, que pesa como mil demonios y que, cómo no, está en el sótano.
Allá va, peldaño a peldaño, con la cara roja y maldiciendo el día en que se le ocurrió la fantástica idea de trabajar allí.
Tarda la vida en subir hasta la cocina y, cuando llega, cree que no ha sudado más en toda su vida. El puto cacharro debe pesar el doble que él mismo.
—¿Qué, ya has llegado? —le pregunta alguien desde el rellano.
Es Andou. Sonríe con sorna y, a su espalda, se oyen risillas mezcladas con el ruido de los extractores y de una de las planchas funcionando con total normalidad.
—Buen trabajo, ¿eh? Ya podemos recargar el gas.
Y las risillas se transforman en carcajadas a mandíbula batiente. Kei, sin aliento aún y sin soltar el maldito bidón, echa un vistazo y advierte, por primera vez desde que trabaja en el Mega, que las planchas funcionan con electricidad.
—Sois todos unos hijos de puta.
Y más risas.
Los muy cabrones le han hecho subir a pulso la bombona de CO2 para los refrescos.