Cosas que pasan en el Mega: el hijo perfecto
Lo que tiene trabajar en un Mega es que, a veces, toca desempeñar tareas de lo más desagradables. Kei lo sabe desde su primer día y ¡qué remedio! No tiene otra que resignarse.
Así, el estómago se le ha ido endureciendo a base de baños con olor a orín, kétchup restregado por las mesas y otras lindezas propias de clientes con pocos escrúpulos y menos educación.
Son gajes del oficio y Kei se enfrenta a ellos con entereza y resignación. Y ya que tiene que hacerlo, preferiría que, además, no le tomasen el pelo.
Una mujer se dirige a él con la barbilla alzada y aires de superioridad. Viste bien, lleva unas gafas de marca sobre la cabeza y tacones de cuatro dedos. Y le habla como si hablara con una cucaracha.
—Perdona, es que en la planta de arriba un niño ha vomitado. No es mi hijo, ¿eh? Mi hijo no ha vomitado. No sé quién, pero algún niño que no es el mío.
«Ajá», piensa Kei. La mujer tal vez crea que tanta insistencia ha servido para algo. Que Kei no se ha dado cuenta de que, precisamente, ha sido su vástago el que ha soltado la papilla en mitad del salón.
Pero son cosas que no se pueden decir al cliente, claro. Así que Kei, con ese estómago ya curtido en asquerosidades y clientes estúpidos, se inclina con la mejor de sus sonrisas, pide disculpas y se dirige al piso superior.
Arriba, un niño vestido de marca llora desconsolado junto a su charco de vómito.
Hasta aquí la lectura gratuita de los primeros capítulos de la novela. Somos malos y sabemos que te has quedado con ganas de más, así que ya sabes… wink