OCTUBRE
III
Alguien llama a su puerta, arrancando a Romeo del mundo numérico en el que se halla sumergido. Lo ignora para ver si desiste, pero quien sea que está a su puerta vuelve a insistir. Abre con cierta impaciencia por volver a su trabajo. Al otro lado un chico rubio de flequillo largo, ojos claros y labios gruesos sonríe, ataviado con una camiseta blanca bajo un chaquetón de gamuza y piel.
—Vaya, ahora lo entiendo —exclama como si acabara de resolver un enigma.
—¿Perdón?
—Por qué Roshan te ha alquilado la habitación. —Romeo lo observa confundido, no tiene ni idea de quién es, de qué habla o por qué está a su puerta—. Disculpa la intromisión. Tenía curiosidad por saber quién había conseguido que Roshan rompiera con su estricto proceso de selección. No sé si lo sabes, pero es de lo único que hablan todos desde que te mudaste.
—Pues lo siento, pero no te sigo…
—Verás —dice acercándose un poco en tono confidencial, lo que pone nervioso a Romeo, pues ninguno de los dos lleva mascarilla—. Roshan es muy selectivo con sus compañeros de piso, los universitarios se pegan por una de estas habitaciones, no es de extrañar, las alquila por un precio irrisorio, como ya sabrás, lo que no le preocupa mucho a Roshan porque heredó el piso de su abuela… —Habla más de la cuenta, y Romeo sospecha que no va librarse fácilmente de la conversación—. El caso es que había una larga lista de pretendientes que Roshan mandó a paseo porque te alquiló la habitación sin más, no recuerdo que haya hecho eso antes…, pero nada, misterio resuelto. —Romeo sigue observándolo sin comprender de qué está hablando—. «Romeo, Romeo, where are thau my Romeo…» —Cita de pronto la conocida frase de la famosa obra shakesperiana, algo que se empeñan en hacer todos los británicos que conoce.
—Bueno, vale, si no te importa…
—Arthur —interrumpe el rubio con exceso de energía, ofreciendo su mano—. Arthur Wormsley. Vivo un par de pisos más abajo. —Romeo le estrecha la mano antes de intentar nuevamente volver a sus estudios, pero el tal Wormsley se interpone en la puerta para impedirle cerrarla—. ¿UCL?
—¿Perdona?
—Que si también estudias en UCL…
Así es como llaman a la prestigiosa Universidad de Londres, a la que al parecer van todos los que viven en aquel piso, lo que es lógico pues les pilla más cerca. No es donde estudia Romeo, sus notas no daban para tanto.
—No, Queen Mary.
—Te pilla un poco lejos… ¿Qué estudias?
Romeo suspira, resignándose a una charla que ya ha tenido con los otros habitantes de la casa y que parece ser el peaje indispensable para la convivencia.
—Matemáticas.
—¿Matemática pura? ¡Eh, Rosh, este es de los tuyos! —vocifera, aludiendo al dueño de la casa, Imran Roshan, al que todos llaman por su apellido por alguna razón, y que justamente se acerca por el pasillo.
—Arthur, está intentando librarse de ti —le contesta el paquistaní largo acercándose a su puerta—. Discúlpalo, Romeo, Arthur puede ser muy persistente cuando se lo propone.
Hablan todos con ese acento perfecto de inglés de clase alta, que resulta algo impostado y teatral, y que ciertamente intimida al chico que ha crecido en el barrio obrero de Valladolid.
—Bueno, yo debería volver a…
—Of course, of course… —sigue Arthur con su sonrisa afable—, pero prométeme que bajarás un día a tomar unas pintas con nosotros… —Y Romeo le asegura que sí, solo para librarse de él y volver a la soledad de su cuarto. Tras cerrar la puerta aún puede escucharlos tomándose el pelo mutuamente de forma amistosa mientras se alejan por el pasillo.
Vuelve a sus libros. Intenta recuperar la concentración, pero fracasa. Se levanta una vez más y se queda de pie junto a una de las puertas acristaladas, observando a la gente que pasa por la calle. Está anocheciendo y el cielo está gris; aunque aún son las cinco de la tarde, los días empiezan a acortarse en Londres anunciando la llegada del otoño, que promete ser frío y húmedo, muy distinto al clima soleado y seco de Madrid al que está acostumbrado, o al calor intenso de Senegal, donde ha pasado algunos de los mejores años de su vida y algunos de los peores momentos. Al rato ve salir a Arthur del edificio y cruzar la callejuela peatonal con otros dos chicos, con sus abrigos negros de lana, elegantes, riendo desenfadados; uno salta encima de otro, que responde con un empujón en un juego cariñoso. Su presencia parece adueñarse de la calle. Así debería haber sido para él también, así era como lo había imaginado cuando soñaba con estudiar en Londres, así habría sido, tal vez, si no hubiera enfermado, si el mundo no hubiese sucumbido ante el yugo de una pandemia, si Pablo no hubiese muerto. Unas veces se gana y otras se pierde, decía su madre, pero si algo ha aprendido Romeo es que la vida tiene una cruel insistencia en dejarlo del lado de los que pierden.
Sus compañeros de piso no han tardado en comprender que Romeo no está interesado en cosechar amistades. A parte de Roshan, el dueño del piso, que al parecer es una especie de cerebrito que simultaneó dos carreras y está terminando un doctorado en Ingeniería Bioquímica, tiene otros tres compañeros de piso. Matt y Dev, este último también de origen indio, estudian juntos Ciencias de la Computación, y Gavin, el único que no estudia en la Universidad de Londres —al igual que Romeo— y está terminando el tercer año de Dirección de Empresas en un prestigioso, y al parecer carísimo, Business School. Lo único que tiene en común con sus compañeros de piso es que son gais y universitarios. A parte de eso, está claro que pertenecen a mundos distintos. No son mala gente, son chicos inteligentes, que pasan la mayor parte de su día estudiando; solo que son de buena cuna, como decían en su barrio, de familias con dinero. Se nota por sus hábitos de consumo, sus aficiones y ese comportamiento de internado británico por el que se resisten a madurar. No es que Romeo tenga problemas para pagar la universidad, a su hermano le va bastante bien con eso del arte y su empresa de moda, y Tony dejó el dinero para sus estudios antes de morir.
Fue precisamente por Tony que empezó a obsesionarse con la idea de estudiar en Londres.
Fue en la época en la que aún vivían en Senegal. Habían ido a la semana de la moda de Londres porque, aunque Ramiro había dejado la fotografía de moda, seguía siendo el fotógrafo oficial de su amigo y mentor Tony Valenti, y el diseñador pensó que sería bueno para Romeo viajar un poco. Tenía dieciséis años y solo había salido de España para mudarse a África Occidental cuando a su cuñado lo destinaron a Senegal.
Londres le pareció una ciudad de cuento. Todo era lo mismo, pero diferente a la vez; eran esas pequeñas diferencias, los autobuses rojos, el lado del conductor, las señales de tráfico, la forma de servir la cerveza… Londres era el silencio, las calles limpias, las flores en los portales de los edificios victorianos, la homogeneidad de sus transeúntes y sus calles, pero sobre todo el silencio, el murmullo sigiloso de sus habitantes, tan distinto al bullicio de las calles de Madrid. Era una ciudad para adultos, para intelectuales, para gente con trabajos importantes. Más tarde vendrían París, Nueva York, Brasil, pero la fascinación por Londres perduró. Y fue por Tony. Él hizo real la idea de que Londres podía ser suyo. «¿Te gustaría estudiar en Londres?», le preguntó una tarde, paseando por Piccadilly. «Aquí están algunas de las universidades más prestigiosas del mundo… —continuó diciendo—. Si estudias mucho y aprendes inglés, te pago la carrera aquí, en Londres».
Nunca entendió bien su relación con Tony. Tony Valenti, el famoso diseñador de moda, mantenía una relación paternofilial con su hermano Ramiro, a quien había acogido en su casa siendo un adolescente. Su hermano y su marido, Iván, habían hecho lo mismo con Romeo cuando tenía trece y, por ese motivo, Tony se había adjudicado el rol de abuelo con él. No le importaba, nunca había tenido un abuelo, pero no lo entendía. No se conocían lo suficiente, no tenía ninguna obligación con él. Tal vez eso era lo que hacían las personas cuyas familias biológicas las habían rechazado, se juntaban e inventaban una nueva familia. Lo que ninguno entendía era que Romeo no quería una nueva familia, bastante le había costado ya librarse de la primera. Lo único que había deseado siempre era que lo dejaran solo. Quizás por eso la idea de irse a estudiar a Londres abrió una puerta de esperanza. Podía irse lejos, a un lugar donde nadie lo conocía, donde nadie sabía nada sobre su vida, sobre los devaneos de su madre, ni podían juzgarlo por su forma de hablar de barrio bajo; donde, tal vez, podía reinventarse, ser alguien completamente nuevo y diferente.
El caso es que Tony, que fingía ser su abuelo a pesar de que Romeo jamás fingió ser su nieto, al morir dejó un fideicomiso que cubriría todos los gastos de sus estudios universitarios en Londres. No se había esperado nada del viejo, y ni siquiera entendía lo que era un fideicomiso, Iván tuvo que explicarle que la empresa de Tony pagaría todos los gastos de sus estudios y que nunca tendría que devolver el dinero. Lo que menos comprendía era el porqué. Una persona a la que apenas conocía le había hecho el regalo más asombroso e inesperado de su vida: la posibilidad de un nuevo comienzo. Se sintió mal entonces, culpable por haber rechazado esa relación imaginaria, a pesar de lo cual ese abuelo postizo había cumplido su palabra. Le hubiera gustado rectificar, haber vuelto atrás en el tiempo para comportarse como ese nieto que él deseaba, pero ya ni siquiera podía darle las gracias. Era una más de las cosas de las que se arrepentía. Si pudiera volver atrás, se decía a menudo, si uno pudiera gestionar el tiempo de otra forma…
Daniel
Fantástico. Ya he descubierto que es el hijo no aceptado por los padres de Ramiro por ser un hijo extramatrimonial. Excelente.