Montañas y tacones lejanos •Capítulo 9•

Ramiro entró en el estudio cerca de la media noche. Ya no quedaba nadie. Encendió solo las luces del recibidor, todo blanco en esa combinación de modernidad y vintage tan propia de Tony que Richi había aderezado con toques de colores primarios en algunos objetos, que casi parecían juguetes en contraste con la elegancia sobria del espacio, pero que le daban el sello indiscutible del nuevo diseñador jefe de la firma Tony Valenty que empezaba a hacerse notar en el entorno de la moda nacional.

Se dirigió hacia su mesa, aunque se resistía a llamarla su mesa y a aceptar la idea de que cada vez se centraba más en trabajar con Richi a medida que Tony se escapaba de puntillas por la puerta de atrás. Ahora que el diseñador que le daba nombre a la marca se encontraba de viaje la mayor parte del tiempo —viaje de placer, nunca de trabajo—, era con Ramiro con quien Richi discutía el día a día de la producción, la distribución y las campañas de venta. No les había costado adaptarse al cambio, pues ellos siempre habían formado parte del equipo, y seguir haciendo lo que llevaban años haciendo juntos resultaba de lo más natural. Claro que los dos sabían que esto no era lo que Ramiro quería hacer.

Movió el ratón y la pantalla del ordenador se iluminó al instante. Había quedado en revisar esa tarde las propuestas de diseño para el anuncio que esperaban sacar para primavera, pero no lo había hecho porque se había pasado la tarde haciendo fotos en un burdel, retratando a las prostitutas mientras se maquillaban y arreglaban para su trabajo. Era parte del nuevo proyecto artístico en el que se hallaba inmerso, y del que solo había hablado con Iván; estaba haciendo fotos de strippers, modelos y drag queens en sus camerinos maquillándose y vistiéndose, lo que él llamaba «máscaras».

Se encontraba enfrascado poniéndose al día con su trabajo real, cuando escuchó el ruido desde la sala contigua, la sala de pruebas, como si algún objeto metálico hubiese caído al suelo. Levantó la mirada y se puso alerta. No se oía nada, y sin embargo… Se acercó a la puerta fijándose en que estaba cerrada cuando lo normal era que estuviese abierta, era una puerta corredera pesada y ancha que solo se cerraba si era absolutamente necesario. Pegó la oreja a la madera del portón y pudo distinguir sonidos de movimiento, como si alguien se arrastrara por el suelo. Dudó entre salir a llamar a la policía o abrir. Echó un vistazo a su alrededor, no parecía haber nada extraño, y pensó que si alguien quisiera robar, la sala de pruebas sería, sin duda, la menos interesante, a menos que quisiesen llevarse tacones y maquillaje. Se animó a abrir la pesada puerta blanca, intentando no traicionar su presencia, lo justo para poder asomar la cabeza, y lo que vio al otro lado lo dejó sumido en la estupefacción durante unos segundos bastante largos. Lucas con los pantalones arrugados entre los tobillos se follaba a Richi, que estaba apoyado en el tocador con un vestido de lentejuelas dorado y los labios pintados de un rojo sangre que exageraba un gesto de placer absoluto.

—¡Qué coño haces! —le gritó Richi al percatarse de su presencia, aunque sin poder maniobrar mucho, atrapado entre las embestidas violentas de Lucas que, por supuesto, no había oído nada—. ¡Cierra la puta puerta!

—Perdón, lo siento… —se disculpó antes de cerrar el portón y volver hacia su mesa desternillándose de risa.

Volvió a sentarse frente a su ordenador y se puso unos cascos con música para evitar escuchar el final de la escenita, aunque sin poder dejar de reírse por haber pillado a Richi in fraganti con el chico con el que juraba que no tenía una relación.

Lucas y Richi no tardaron en salir de la sala contigua, adecuadamente vestidos, por fortuna.

—¿Qué? ¿Ya hemos levantado el veto a acostarnos con el hermanito de Christian?

—¿Se puede saber qué haces aquí a estas horas?

—Tenía trabajo…, es lo que hacemos por aquí normalmente…

—Creía que te ibas de vacaciones con Iván.

—Llega mañana, y sí, olvídate de que existo durante la próxima semana. —Detrás de Richi, Lucas asomó saludando sonriente a Ramiro—. No se ha enterado, ¿verdad? —Ramiro le sonrió de vuelta.

—Pobre angelito, no se entera de nada… Esa garganta no le sirve para hablar, pero, joder, sabe darle otros usos… —Y el rostro de Richi se iluminó con una sonrisa lasciva—. Hemos encargado sushi, podemos compartir si no queda más remedio.

—¿Por qué no vais a tu piso?

Richi se sentó en la esquina de la mesa de Ramiro.

—No…, es el piso de André. Tengo que mudarme… —soltó con un suspiro—. Debería sacar a Rossy a hacer pipí. ¿Te quedas un momento con Lucas?

—No es un perro, lo sabes, ¿verdad? —Antes de salir, Richi intentó explicarse con Lucas con algunos movimientos con las manos que hicieron reír al pelirrojo—. ¿Estás aprendiendo el lenguaje de signos?

—Lo estoy intentando, pero debo hacerlo muy mal porque cada vez que intento decirle algo se descojona.

Richi y Lucas se despidieron con un beso largo, como si se despidieran para siempre, como hacen los enamorados cuando aún se están conociendo. El diseñador se esfumó con su perrita blanca, que había dejado en la terraza para no traumatizarla, explicó, y al hacerlo el estudio volvió a quedar sumido en el silencio en el que se lo había encontrado aquella noche. Aunque ahora ya no estaba solo. Lucas no parecía incómodo con el silencio, se había puesto a dibujar o escribir algo en otra mesa sin esperar ningún tipo de interacción. Se notaba que estaba acostumbrado a pasar largos periodos de tiempo desconectado del mundo. Sintió curiosidad por aquel chico de gesto infantil que vivía en un mundo marginado de la información que flotaba entre las conversaciones, aislado también de las críticas o insultos, que no parecía ser consciente de lo mucho que se perdía del mundo, tal vez porque no podía imaginar aquello que no tenía capacidad para percibir. Ramiro escribió algo rápidamente en una hoja y llamó la atención del chico lanzándole un clip a la mesa en la que estaba. Lucas levantó la mirada y Ramiro enseñó su mensaje: «¿Qué haces?». El chico le mostró la hoja, dibujaba un edificio entre varias líneas que formaban una perspectiva perfecta, como si hubiese usado una regla. Ramiro volvió a escribir: «¿Estudiaste diseño?». Lucas negó con la cabeza y escribió algo junto a su dibujo para luego mostrárselo:

«Arquitectura».

Vale, ahora estaba impresionado. «Es una carrera difícil», escribió, y el chico respondió solo con una sonrisa, como si estuviese acostumbrado a que la gente no esperara que pudiese hacer las mismas cosas que el resto. Entonces señaló a su móvil y la conversación continuó por mensajes telefónicos.

«¿Qué le gusta hacer a Richi?», preguntó él.

«¿A qué te refieres?».

«No me lo quiere decir. ¿Le gusta ir al cine?».

«No mucho… Le gusta ir a bailar».

A lo que el chico respondió con una sonrisa de comprensión. Ahora sí que estaba intrigado, tenía que saberlo.

«¿Qué es lo que te gusta de Richi?».

La pregunta pareció sorprenderlo, pero contestó.

«Es gracioso. Me hace reír». «Y es guapo».

Ramiro estuvo de acuerdo, y luego…

«Me gusta que olvida que soy sordo».

En ese momento Richi regresó con la perrita y con bolsas llenas de bandejitas de comida japonesa con sus colores perfectamente organizados en círculos, como pequeñas piezas de diseño comestible. Los tres se sentaron en la mesa de reuniones a compartir el menú, Richi seguía hablando a uno o a otro sin hacer diferencia alguna, Lucas se perdía la mitad de lo que intentaba contarle, pero no parecía molestarle. Cuando terminaron de cenar, el joven le propuso algo a Richi, que este no acababa de comprender.

—¿Qué es lo que me estás diciendo, guapo? —Y el chico repetía gestos y algo de mímica—. ¿Quieres ir a bailar? ¿En serio?

Richi respondía con voz y manos, a lo que el joven contestó con una sonrisa entusiasmada y haciendo un gesto, en el que se tocaba el pecho y luego señalaba en dirección a Richi, que en ese momento parecía más una declaración de amor que un lenguaje.

—Está bien… Vamos a bailar, si tú quieres… —aseguró el rubio en su burda mezcla de lenguajes. Luego se giró hacia su viejo amigo—. Es mono, ¿verdad?

—Sí que lo es…

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