Ya sabes que te quiero (parte II) •La otra versión del Trío•

La velada de aquella noche, una cena ofrecida por la productora con la que Nathan trabajaba, era uno de esos compromisos imposibles de eludir que siempre iban precedidos de debate. Kei defendía que a su carrera le convenía muy poco dejarse ver juntos, por lo que era preferible que acudiese con algún colega; los actores homosexuales aún levantaban suspicacias, una triste realidad que podría suponerle la pérdida de buenos papeles o el encasillamiento. Nathan contraatacaba con su tozudez irlandesa, repitiendo que ninguna carrera se merecía esconder quién era ni, desde luego, a quién amaba. Solía añadir, con una sonrisita de suficiencia, que era bisexual y lo bastante profesional para sentirse cómodo con cualquier configuración de genitales. Kei acababa cediendo en un buen porcentaje de ocasiones, y también lo hizo en esa. Después de todo, era una reunión discreta en Kensington y la prensa no estaba invitada.

Lo que no se esperaba era toparse con Niko en el comedor privado del restaurante. Cualquiera habría dicho que el encuentro había sido preparado de no ser por cierto nerviosismo reflejado en sus ojos azules. Fuera cual fuese su excusa para estar allí, esta vez no se giró ni los ignoró como hiciera en el pasado, sino que se quedó mirándolos con una insistencia rayana en la incomodidad. El ángulo extremo de las cejas de Nathan lo dijo todo sin necesidad de palabras. Kei, enemigo de las escenitas en público, se aclaró la voz y entabló conversación con su habitual suavidad.

—Hola, Niko, ¿cómo estás?

—Bien, bien. Muy ocupado con la empresa y, eh… cenando con alguien ahora. ¿Y vosotros? Tenéis… buen aspecto.

—Gracias, tú también. —Pasó revista a su pelo corto, a sus ojeras y a sus kilos de menos—. Podríamos decir lo mismo respecto al trabajo. De hecho, estamos en una cena de negocios. Esa es nuestra mesa.

—Sí, conozco a algunos. Acabas de terminar un rodaje, ¿eh, Nat?

El aludido reaccionó al apodo con el aire ofendido de un maharajá al que hubiera osado dirigirse un intocable. Las mejillas le ardían. ¿Más de dos años sin cruzar una frase y ahora charlaban como vecinos en un ascensor? La sangre fría de Kei, el descaro rematado de Niko… ¿De dónde los sacaban? Al momento, una chica morena y con los iris teñidos de verde —gracias a lentes de contacto— apareció tras este y se colgó de su brazo con la misma actitud posesiva que habría reservado para competidores del género femenino. Kei dedujo de ello que estaba al tanto de las inclinaciones multidireccionales de su acompañante y que, dada la tensión en el ambiente, su encontronazo sí había sido una coincidencia.

—Cariño, ¿quiénes son tus amigos? —La sonrisa de la joven era radiante. No dejaban de ser hombres muy atractivos.

—Voy a volver a nuestra mesa —anunció Nathan con gelidez.

—¿No queréis tomar una copa más tarde?

—No.

—Mañana, entonces —contraatacó Niko a la desesperada—. Me encantaría saber qué habéis estado…

—No tengo nada que decirte. Cuando te hayas arrastrado ante Kei, suplicándole perdón por lo que hiciste, y cuando te hayas humillado como el gusano egoísta que eres, quizá, y solo quizá, me decida a respirar el mismo aire que tú. Vamos, Kei.

—¡Qué grosero! —exclamó la joven tras la indignada espalda que se alejaba.

—Vuelve tú también a la mesa, Penny, ¿quieres? —pidió Niko—. Estaré contigo en un minuto.

Ante un tono que no admitía réplica, ella obedeció. El británico de ascendencia helena aprovechó para echar un buen vistazo a su antigua pareja.

—Estás igual —susurró—. Nat se ha transformado, su aspecto es más… adulto, supongo, pero tú no has cambiado nada.

—Niko, no es un buen lugar para hablar.

—¿Está muy cabreado conmigo? —Ambos se volvieron hacia el actor, cuyo rostro hablaba por sí solo. Aun con la madurez y el aire seductor que le conferían esos pocos años extras, seguía siendo incapaz de actuar fuera del plató—. Supongo que sí. Kei, yo… Me ha gustado veros. ¿Puedo llamarte un día de estos?

—Mi número nunca ha cambiado. Buenas noches, que disfrutes la cena.

Tras componer su mejor sonrisa de circunstancias, regresó a su asiento. Sabía lo que les esperaba al llegar a casa, las airadas quejas de Nathan, las amenazas hacia el traidor. Sabía también el dolor que afloraría bajo ellas, y la nostalgia. A pesar del tiempo transcurrido desde la marcha de Niko, ninguno de los dos lo había olvidado.

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