Advertencia: este relato está basado en la novela Slave, concretamente en un momento del pasado de la vida de Chris que no se cuenta en la novela. No contiene spoilers que dañen significativamente la historia que se desarrolla en Slave (no te va a contar que «al final el protagonista estaba muerto» ni nada de eso), aunque sí se hace referencia a determinados asuntos que pueden «adelantar» cosillas de la trama. En cualquier caso, la historia se puede leer como un relato independiente, aunque no hayas leído Slave.
Judit Caro
Deseos ocultos
No sabía cuánto tiempo llevaba esperando. Lo mismo pudiera haber sido una hora, o tres. Era de noche y solo había una farola en ese tramo de la calle, pero aun así permanecí oculto entre las sombras bajo el portal del viejo local vacío y en alquiler que quedaba justo enfrente.
Me agazapé un poco más cuando escuché el sordo rumor de unos pasos que se acercaban, precedidos por el inconfundible repiqueteo de unos tacones de mujer. Eran dos hombres y una fémina, la dueña de aquellos imposibles zapatos de vértigo y brillante charol. Ella alzó una elegante mano enguantada y llamó a la gran puerta tachonada de estilo medieval. Un golpe, pausa, dos seguidos, pausa, uno más. Debía ser una especie de contraseña. La puerta de madera se abrió hacia dentro, revelando un recibidor de estilo gótico débilmente iluminado por las características y danzarinas llamas de las velas. Ellos desaparecieron en el interior de aquel intrigante paraíso rococó, la puerta volvió a cerrarse y yo solté de golpe todo el aire que sin darme cuenta había estado reteniendo en mis pulmones.
Jamás conseguiría entrar sin que me descubrieran.
Desanimado, me senté en el portal abrazándome las rodillas. Aún llevaba puesta la mochila del instituto, así que me sirvió de improvisado apoyo cuando me dejé caer hacia atrás contra la oxidada puerta enrejada. Había sido una locura ir allí.
Aunque ya era tarde, nadie me esperaba en casa. Berta seguramente estaría preocupada, pero temía demasiado el vivo genio de mi tío como para atreverse a preguntar. Y, en cuanto a él, dudaba mucho que le importara de dónde venía o con quién había estado. Rusell Coldstone se había convertido en mi tutor legal cuando mis padres habían muerto asesinados siendo yo un niño, y desde entonces había vivido en su casa. La impresionante mansión Coldstone estaba llena de alfombras persas, jarrones caros y exclusivas piezas de arte. Era fría y ostentosa como su dueño. Yo jamás la había sentido como un verdadero hogar.
Siempre he sido un chico más bien tímido y solitario, lo que no desvirtuaba mi temeraria curiosidad. Tras las primeras dudas y recelos había definido por fin mi sexualidad gracias a las películas porno que descargaba a escondidas por Internet. Que me gustasen los hombres era el menor de mis problemas, comparado con aquello que estaba a punto de hacer.
Pero necesitaba saberlo.
Necesitaba saber si realmente me gustaba ese oscuro mundo que aún me asustaba, y que apenas conocía. Necesitaba saber si todo lo que sentía cuando me imaginaba que alguien me hacía esas cosas a mí era lícito y comprensible, y no un producto engañoso de mis revueltas y confusas hormonas de adolescente.
Otra alma solitaria entró en el callejón, un hombre alto y distinguido que llevaba un regio abrigo de paño negro y, sorprendentemente, un sombrero de copa como los de los antiguos caballeros. Llamó a la puerta de aquella forma tan curiosa y aguardó.
—Buenas noches, señor Lautner —saludó con reverencia una voz de hombre cuando la puerta de madera se abrió una vez más.
—Buenas noches, Jackson. ¿Todo bien?
—Sí, no se preocupe. Llega usted temprano. Lady Lorena aún no ha empezado la exhibición…
La gruesa hoja volvió a interponerse entre mi codiciado objetivo y yo, ahogando las últimas palabras del desconocido. El corazón me latía con fuerza y me sudaban las palmas de las manos.
Lo haría.
No me paré a pensar que, una vez dentro, alguien podría descubrirme por culpa del sobrio uniforme escolar del instituto privado al que asistía. Los mocasines negros, los pantalones de paño gris, la camisa blanca y la corbata granate, el suéter azul marino con un escudo bordado en dorado y mi parka tres cuartos con capucha y forro de cuadros escoceses. Parecía exactamente lo que era y eso no me ayudaría en absoluto a representar mi papel. Me deshice de la mochila sacando los brazos por los tirantes, asegurándome de dejarla bien oculta en la oscuridad. El siguiente grupo se presentó al cabo de unos interminables diez minutos y, por suerte para mí, era tan numeroso que pude colarme entre ellos con una facilidad casi pasmosa. Aún estaba creciendo; por aquella época podía decirse que era más bien bajito, liviano y de rodillas huesudas. Un escalofrío de emoción, temor y euforia hizo que estas me temblasen cuando la intimidante puerta tachonada se cerró a mis espaldas.
Estaba dentro.
Enseguida me escabullí hacia la parte menos iluminada del recibidor mientras la gente que acababa de entrar hacía cola ante el ropero para dejar sus abrigos. Eché una rápida ojeada para apreciar la seductora e impactante decoración: moquetas y paredes en terciopelo de color vino oscuro, candelabros y arañas de cristal, muebles auxiliares en dorado con pequeños toques de mármol. Las velas aportaban un aire mágico y evocador, como si quisieran que viajaras con ellas al pasado. Descubrí otra puerta más pequeña a mi derecha y, antes de arriesgarme a llamar la atención, crucé al otro lado lo más deprisa que me respondieron mis piernas. Fui a parar a una sala grande, algo más austera pero no menos descuidada que el recibidor. Las paredes de piedra, las gruesas columnas y las antorchas de hierro transformaban aquella estancia en una moderna mazmorra con escenario y barra de bar. Sentí una súbita sensación de vacío en el estómago al ver que algunas personas de ambos sexos estaban vestidas únicamente con unas exiguas prendas de látex que apenas ocultaban sus cuerpos desnudos y vulnerables. Había un hombre musculoso que lucía un grueso collar, arrodillado mansamente a los pies de una joven pelirroja enfundada en un increíble vestido de cuero. Ella estaba sentada, conversando animadamente con otras dos acompañantes mientras daba pequeños sorbos a una copa de champán. En la otra mano sostenía una fusta con la que acariciaba de vez en cuando las nalgas desprotegidas del hombre arrodillado. Cuando se movió para susurrarle algo al hombre, este se inclinó profundamente y comenzó a lamerle las sandalias. ¿Cuánto debía de pesar ella, cincuenta y cinco kilos? Fue increíble admirar el enorme poder que ejercía sobre su obediente acompañante, el doble de grande y seguramente cuatro o cinco veces más fuerte. La mujer derramó un poco de champán en los dedos de su pie izquierdo. El hombre los chupó con tanta ternura, tanta entrega y tanta dedicación que tuve que apartar la vista al sentir que me ruborizaba intensamente. Cerré los ojos durante algunos segundos, tratando de recobrar el aliento. Me imaginé a mí mismo allí, atado y semidesnudo delante de todos…
—Oye, perdona. ¿Eres nuevo en el Justine? No me suena haberte visto antes.
Separé los párpados de forma brusca y estuve a punto de echar a correr.
—Es… es la segunda vez que vengo —mentí, cruzándome los brazos sobre el pecho. Tenía la parka desabrochada y temí que el escudo del colegio pudiera delatarme.
—¿No eres un poco joven? —inquirió el desconocido, observándome con suspicacia.
—Eso me dice mucha gente. —Conseguí esbozar una trémula sonrisa para disimular que su presencia me ponía un poco nervioso—. La verdad es que aparento menos de los que tengo.
—¿También te gusta vestir con uniforme escolar?
—Es… bueno, todos aquí tenemos fetiches, ¿no? —contesté improvisando, mientras me encogía despreocupadamente de hombros. No por nada era el alumno más listo de mi clase.
La expresión de desconfianza desapareció, dando paso a una inequívoca mueca depredadora. Volví a estremecerme cuando, sin cortarse ni un pelo, el hombre se relamió obsceno al observarme de arriba abajo.
—¿Eres un chico malo? ¿Necesitas que el profesor te castigue, verdad? Yo puedo darte unos buenos regletazos que te pongan el culo bien rojo…
Abrí la boca y no supe qué contestar. Mi corazón daba saltos tan violentos que parecía querer atascarse en mi garganta. ¿Lo quería?
Lo quería.
«Dios…»
Un latido.
Sí o no.
Una oportunidad.
Saber.
Necesitaba saber.
—Yo… —empecé a murmurar, furiosamente sonrojado.
—¡Eh, Bruce, cógelo! ¡Ese maldito crío se acaba de colar!
El tal Jackson, el portero, se acercaba corriendo hacia donde estábamos. Me señalaba con el dedo al mismo tiempo que soltaba una iracunda ristra de palabrotas. Mi interlocutor frunció el ceño y tardó tres cruciales segundos en reaccionar. Esos tres cruciales segundos me permitieron darme la vuelta y escapar a toda prisa entre las mesas.
Se armó un pequeño revuelo. Escuchaba voces y gritos, manos que aparecían de la nada dispuestas a atraparme. Al no conocer el local, yo era consciente de que jugaba el partido con mucha menos ventaja. Hasta el momento me había ido bien burlando a mis perseguidores, esquivándolos tras las columnas de piedra o colándome a gatas bajo el caos del escenario sin que nadie me viera. Si me cogían y avisaban a la policía tendría que explicarle a mi tío lo que estaba haciendo allí, entrando a escondidas a un local de Sadomasoquismo. Hubiese preferido que me desollaran.
—¡Allí! ¡Allí! ¡Justo en el pasillo!
Alguien dio la voz de alarma y me descubrió en el último segundo, así que no me quedó más remedio que meterme por aquel corredor estrecho y penumbroso y empujar desesperadamente la primera puerta que encontré. Ni siquiera me fijé en la habitación, estaba tan asustado que solamente quería encontrar un sitio donde no pudieran encontrarme. Había un elegante sofá de cuero contra la pared. Con lo delgaducho que estaba, a lo mejor conseguía esconderme detrás…
—Quieto.
Me quedé clavado donde mismo estaba, como si mis pies se hubiesen pegado repentinamente al suelo. El tono era grave y autoritario, pausado y sereno. En ningún momento le hizo falta levantar la voz. Tenía una fuerza arrolladora. Con el corazón a mil y la respiración entrecortada, levanté la cabeza dispuesto a aceptar mi derrota.
Creo que no exagero si afirmo que era el hombre más atractivo que había visto en toda mi vida.
La gente suele decir que, para ser medio japonés medio occidental, mis ojos verdes son una auténtica rareza. Los ojos de aquel hombre eran dos pedazos de hielo del más refulgente gris plateado, como si observasen el mundo a través de un velado cristal. Te atrapaban y te hipnotizaban sin remedio.
La puerta se abrió con gran estrépito y unos fuertes brazos me agarraron por la capucha de la parka.
—Disculpe, señor Lautner. No sé cómo ha podido entrar sin que lo viera. Seguramente aprovechó para colarse con el último grupo de invitados. Enseguida llamaré a la policía y…
—Por favor, no —le imploré, dejando el miedo a un lado para mirarlo angustiado—. Me marcharé ahora mismo, pero si viene la policía estaré en un buen lío. Por favor.
—Eso haberlo pensado antes, listillo —me contestó, tirando de mí para que lo siguiera.
Ni siquiera podía imaginar la cara de mi tío Rusell cuando me viese obligado a darle explicaciones. No era alguien comprensivo, ni paciente. Era el tipo de persona que se enfurecía en menos de dos segundos y arrasaba con cualquier cosa a su alcance. A lo mejor me golpearía, pero no lo creía probable. Lo más seguro es que me castigase sin salir de casa y después me llevara al psicólogo. Siempre me miraba con la misma mueca de indiferente desprecio, como si yo fuese un trozo de algo podrido que alguien le hubiese forzado a tener que tragar.
Creo que, en esos instantes de pánico, fue mi subconsciente el que tomó el control. Con una histérica sacudida, me solté de los férreos dedos del portero y me arrodillé ante el hombre de la mirada gélida.
—Se lo ruego —musité sin alzar los ojos, apretando ambos puños sobre mis muslos—. Haré lo que quiera, pero no llame a la policía. Por favor.
—¡Eh, chico…!
—Está bien, Jackson. Puedes marcharte. Ya me hago cargo yo. Te avisaré si te necesito.
Otra vez ese tono glacial, encantadoramente educado. El portero tampoco le discutió.
—Sí, señor Lautner.
Nos quedamos solos, pero no me moví. Durante algunos minutos reinó el silencio en la habitación (con lo que deduje que debía estar insonorizada para amortiguar la música del local) y entonces me di cuenta de que mi respiración era demasiado superficial y ruidosa.
Busqué en el bolsillo de mi parka y saqué el inhalador para el asma que siempre llevaba conmigo a todas partes. Aspiré varias veces del tubo plastificado y procuré tranquilizarme para que se me pasara el mareo. Agradecí que la alfombra turca amortiguase la dureza del suelo para evitarle un mayor sufrimiento a mis pobres rodillas. No me levanté, simplemente porque algo me dijo que estaba haciendo lo correcto.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó el hombre al cabo de un rato.
—Christopher… Aunque prefiero que me llamen Chris —añadí enseguida.
—Mi nombre es Logan Lautner, pero te dirigirás a mí como señor Lautner o señor, a secas. Me gustan los chicos con buenos modales.
—Sí, señor.
—Muy bien, Chris —asintió, complacido—. Ahora quizá quieras levantarte y ponerte cómodo en el sofá.
—Gracias, señor —contesté aliviado.
Logan aguardó hasta que estuve sentado en la suave tapicería de piel. Torció levemente la cabeza y sus largos mechones cobrizos se desparramaron en perfectas ondas sobre uno de sus hombros. Me recordó un poco a los exóticos gladiadores de las series de televisión.
—¿Puedes explicarme qué te ha impulsado a venir a mi local?
—¡¿Eres el…?! —La sorpresa me hizo mostrarme incauto y de inmediato rectifiqué—. ¿Este club es suyo, señor?
—Así es. Yo soy el dueño y fundador del Justine. Doy por hecho que conoces la clase de cosas que se hacen aquí.
—Sí —murmuré, sonrojándome un poco.
—Y entonces —continuó—, ¿vienes por simple curiosidad o hay algo más?
Contemplé mis manos, abrí y cerré los dedos unas cuantas veces antes de decidirme a confesar la verdad.
—Quiero… Quería ver si… si lo que siento es real.
Logan fue fulminantemente directo.
—¿Te gusta el sadomasoquismo, Chris?
—Yo…
—Mírame a los ojos cuando me estés hablando, a no ser que te ordene lo contrario —me interrumpió, con esa voz enérgica y tranquila que no admitía réplica. Obedecí a pesar de mi bochorno y él me hizo un silencioso gesto de aprobación—. Volveré a preguntártelo. ¿Te gusta el sadomasoquismo? ¿La Dominación y la sumisión?
—… Sí, señor —susurré. La cara me ardía de vergüenza—. Creo.
—¿Crees? —Él enarcó una ceja.
—Nunca lo he practicado —me justifiqué.
Logan asintió, acariciándose distraídamente la rasurada barbilla. La crisis de asma había remitido casi por completo y aspiré una profunda bocanada de aire para intentar poner en orden mis caóticas emociones. Tras la intensa carrera había empezado a tener calor, así que me quité la parka y la dejé a mi lado en el sofá. Vi que Logan miraba con curiosidad el escudo bordado en mi suéter. Mi evidente juventud era obvia, así que supuse que le sorprendió averiguar que su pequeño asaltante asistía al más exclusivo y ultracarísimo instituto privado de la ciudad.
—¿Cuántos años tienes? —me preguntó.
—Dieciocho. —Lo intenté una vez más, aunque aún distaba tres años para la edad legal que permitía entrar en los clubes.
—No me gustan las mentiras, Chris. —Logan sacudió la cabeza y me miró con severidad.
—Vale. —Alcé las palmas de las manos y me encogí de hombros, un poco fastidiado—. Tengo dieciséis.
—Tu cara te delata, y entrar aquí con el uniforme del colegio prácticamente lo ha pregonado a gritos.
—Lo sé, señor. —Jugueteé nerviosamente con las manos y me mordí con ligera incomodidad el labio inferior—. Llevaba un tiempo dándole vueltas, pero no me había decidido hasta ahora. Estaba en clase y ha sido como: «Venga, Chris, tienes que hacerlo de una vez». ¿Usted nunca ha tenido impulsos de esos?
—Claro que los tengo, como todo el mundo. —Logan dejó escapar una leve sonrisa que me dejó sin aliento—. Pero los controlo, Chris. Soy un hombre dominante en todos los aspectos de mi vida. También he sido joven, como tú, y he querido experimentar y descubrir lo que realmente me gusta.
—¿Entonces me ayudará? —murmuré en voz baja, sonrojándome de nuevo.
—Me gustaría, pero me temo que eso está fuera de mi alcance y de la legalidad. Tengo treinta y dos años, no sería aconsejable que te pusiera la mano encima.
—¡¿Y si yo se lo pido?! —exclamé sin pensar—. ¿Y si yo… —bajé mi voz hasta convertirla en un desesperado susurro—… quiero que lo haga?
Logan se quedó contemplándome en silencio, mientras la cara me ardía otra vez. El pulso se me aceleró de forma notable cuando abandonó el cómodo sillón de despacho y caminó lentamente hacia mí. Se acomodó a mi lado en el sofá, estirando una mano para cogerme de la barbilla. Sus impresionantes ojos plateados recorrieron todo mi rostro con agónica intensidad.
—Eres un chico muy guapo, Chris —dijo.
Parpadeé sorprendido. ¿Guapo? ¿Yo? Tenía que estar bromeando. Desde luego, mi tío Rusell tenía otra opinión. Me removí incómodo y bajé la mirada.
—No lo soy, señor.
—Sí, lo eres. —Sus dedos me acariciaron la sensible piel de la mandíbula y sentí unas repentinas cosquillas en el estómago—. Vienes aquí, a mí, con esa cara asustada pero decidida y tu maldito uniforme escolar. Quiero que sepas que la única razón por la que no estás ahora mismo tumbado sobre mis rodillas obedece a un complicado dilema moral.
Yo ya tenía la respiración agitada. ¿Cómo sería estar sobre él, sobre esos ajustados pantalones de cuero negro, dejando que su mano grande y fuerte me azotara? Empecé a temblar levemente, demasiado consciente de mi excitado cuerpo en pleno camino a la madurez. Alcé una mano y aferré la de Logan, mirándole fijamente y sin remordimientos, por primera vez.
—Yo…
—¿Quieres hacerlo? —me ayudó él.
Tragué saliva y asentí en silencio. Casi no podía creerlo.
—Si te sientes incómodo en cualquier momento, dímelo y pararé de inmediato.
—¿No debería utilizar una palabra de seguridad?
Logan sonrió, enseñándome unos perfectos dientes blancos.
—Veo que te has documentado sobre el tema.
—He… he leído libros —confesé sonriéndole yo también, aunque de manera menos espléndida porque estaba nervioso—. Me sé la teoría, pero no la práctica.
—En efecto, deberíamos acordar una palabra de seguridad —afirmó él—. Pero esto no es una auténtica sesión, así que bastará con que me pidas que me detenga. Solo estamos experimentando un poco para ver si es esto lo que realmente quieres, ¿de acuerdo?
—Sí, señor.
—Muy bien —Logan se palmeteó los muslos con energía—. Ahora ven aquí, jovencito.
Sonrojado y tímido, me tumbé sobre él. Logan me instruyó sobre cómo debía colocarme para no hacerme daño, con un brazo aprisionado entre sus piernas y el otro doblado hacia atrás, sujeto por uno de los suyos. Logan me dijo que, para empezar, sería necesario que me inmovilizara porque seguramente intentaría patalear para soltarme.
—He visto vídeos en los que los chicos se quedan quietos y aguantan la azotaina sin moverse —le dije.
—Esos chicos tienen mucha más experiencia que tú —me contestó, divertido—. Sería muy extraño que no empezaras a protestar y a forcejear.
—¿Duele?
—¿No es eso precisamente lo que quieres?
—Sí.
Pegué un bote al sentir una enérgica nalgada cortándome la respiración. Fue demasiado inesperado como para poder gritar, pero me dejó una intensa sensación de quemazón en el trasero. Sorprendido, miré a Logan con reproche.
—No olvides tus modales, Chris. Ya te he dicho que prefiero a los chicos bien educados. Ahora, inténtalo otra vez —me pidió con firme amabilidad.
—Sí, señor —murmuré, un poco avergonzado por mi descuido.
—Mucho mejor —asintió, justo antes de propinarme otro azote.
Apreté los dientes con fuerza y, poco después, me di cuenta de que tenía todo el cuerpo tenso y los músculos agarrotados. Logan me acarició la espalda con un agradable aire reconfortante.
—Relájate.
Pero era mucho más fácil decirlo que hacerlo. Inspiré hondo y traté de aflojar la tirantez, sobre todo en la zona de mis piernas y mi trasero. Logan se mostró despiadado y me propinó varios golpes seguidos que me hicieron gimotear y retorcerme como un niño asustado.
—¿Lo ves? —Me ilustró el hombre con paciencia —. Aunque tú no quieras moverte, tu subconsciente trata de escapar del dolor. Lleva algún tiempo de práctica conseguir acostumbrarse.
—Joder, cómo pica —protesté, resoplando.
Logan alzó la mano y me recordó de manera efectiva que los chicos con buenos modales no debían decir palabrotas. Tras otros cinco interminables minutos de expectación, pataleos y quejidos involuntarios, yo ya estaba sudando y jadeando exhausto mientras sentía un insoportable escozor en el trasero.
—¿Cómo te sientes, Chris?
—No… no lo sé —admití, temblando.
—¿Quieres ir un poco más allá?
Giré el cuello para poder mirarle.
—¿Qué es más allá?
Logan pellizcó suavemente la tela del pantalón.
—Sin ropa de por medio.
Tras unos pocos segundos de reflexión, asentí con la cabeza. Me sentía tan avergonzado, pero tan excitado al mismo tiempo que no creí que me saliera la voz. Mis mejillas se inflamaron bruscamente cuando Logan me bajó la ropa hasta las rodillas y me quedé con el culo al aire.
—Normalmente me gusta que mis sumisos vayan contando los azotes, pero aún no estás listo para eso. —Me estremecí al sentir su mano acariciando despacio mis nalgas desnudas—. Ahora voy a tener que sujetarte más fuerte, ¿de acuerdo? Porque ahora sí te va a doler.
Cerré los ojos y me tensé, anticipando la ardorosa sensación. La mano de Logan cayó implacable y el golpe resonó casi como un pistoletazo. Ya tenía la piel demasiado sensible por los manotazos anteriores, así que lo sentí con verdadera intensidad. Gemí en voz alta, jadeé y mis ojos se llenaron de lágrimas.
No le pedí en ningún momento que parara.
Creo que perdí la noción del tiempo, que me sustraje de la realidad. Pensé en mis padres muertos, en mi hermano injustamente encarcelado y en el tío que me trataba con tanta frialdad. Pensé en los chicos de mi clase, que no se juntaban conmigo porque les parecía un soso y un empollón. Pensé en lo confuso que había estado cuando descubrí que era gay, en lo mucho que me asusté y me preocupé cuando en una película amarraron y humillaron a un chico y yo me excité como nunca antes. Al principio había creído que estaba enfermo, que tenía alguna especie de trastorno traducido en una seria desviación sexual. Había intentado olvidarme de ello, solo para conseguir obsesionarme aún más. Cuando me masturbaba en el baño, me pellizcaba y me arrodillaba, imaginándome que había alguien ordenándome todas esas cosas para que yo me esforzase en complacerle. Logan había hecho bien en no pedirme que contara los azotes, porque llegó un momento en que ni siquiera sabía quién era yo. Algo dentro de mí se resquebrajó. Dejé de resistirme y me quedé allí, inmóvil sobre sus rodillas, aferrándome con fuerza a sus piernas mientras sollozaba a lágrima viva como un niño pequeño. Únicamente fui consciente del violento temblor de mi cuerpo, de la insoportable quemazón en mi trasero, del ruido que hacía su mano al chocar contra mi enrojecida e inflamada carne. Lloré por muchas cosas, no sólo por el dolor. Lloré por todo lo que había perdido y por todo lo que había descubierto acerca de mí. Por ese pequeño Chris de la ambulancia que había visto cómo la policía metía en bolsas negras los cuerpos ensangrentados de sus padres. Por ese Chris de quinto grado que se esforzaba inútilmente en agradar a su tío, que siempre le llevaba las mejores calificaciones escolares con la estúpida esperanza de obtener una sonrisa de aprobación. Por ese Chris avergonzado y aterrorizado en los vestuarios masculinos después de la clase de gimnasia, intentando ocultar una inoportuna erección. Por ese Chris que estaba sometido, azotado y vencido, porque por primera vez en toda su vida había sido lo suficientemente valiente para escuchar sus deseos ocultos.
Lloré por lo terriblemente solo e incomprendido que me sentía.
Logan se detuvo, pero yo no. Me dejó desahogarme mientras acariciaba con sorprendente ternura mis revueltos cabellos negros. Apretaba los dientes con rabia, intentaba no llorar en voz muy alta y mis hombros se convulsionaban por el esfuerzo.
—Vamos, Chris —me dijo suavemente Logan al cabo de un rato.
Inspiré hondo varias veces, sintiéndome agarrotado y completamente exhausto. No era una sensación desagradable porque también me encontraba en paz conmigo mismo y con mis demonios, como si un espíritu invisible los hubiera exorcizado. Entre jadeos erráticos y un nuevo sonrojo, me puse en pie para subirme otra vez los pantalones y la ropa interior. Hice una mueca cuando la tela rozó mi magullado trasero y casi estuve a punto de dar un grito al sentarme otra vez en el sofá. Dios bendito, el culo me escocía horrores. Estaba tan sumamente avergonzado por mi falta de autocontrol que para evitar mirar a Logan me sequé las mejillas restregándome la cara con las mangas de mi jersey. El hombre aguardó con paciencia a que volviese a recomponerme.
—Lo siento —exclamé al fin, con la voz tomada y enronquecida.
—Ha sido intenso, ¿verdad?
—Sí.
Logan colocó una mano bajo mi barbilla, girándome la cara hacia él. Era la misma mano con la que me había azotado: la piel estaba caliente y palpitante.
—No todo se reduce a las sensaciones físicas. —Con la otra mano, Logan señaló mi cabeza y después mi corazón—. Es mucho más profundo.
—He… —Me mordisqueé el labio con nerviosismo—. He recordado cosas que hacía tiempo que no recordaba. Y cosas que siento ahora. Creo que me afectan más de lo que estoy dispuesto a reconocer.
—No estamos hechos de piedra, Chris. Y tampoco debes avergonzarte ni sentirte culpable. Eres así, y así has de aprender a aceptarte. Espero que al menos esto te haya servido para aclararte un poco las ideas.
—Sé lo que quiero —murmuré, sorbiendo por la nariz—. Ahora lo sé.
—¿Significa eso que voy a verte a menudo por aquí?
Abrí mis rasgados ojos con sorpresa.
—¡¿Puedo volver?!
Logan se rio de forma comedida, y después se inclinó para darme un beso paternal en mitad de la frente.
—Sé lo que estás pensando, pillín. Ahora que lo has probado, quieres más. Sin embargo, hay que tener mucho cuidado —añadió, volviendo a su seriedad habitual—. Estas prácticas pueden ser peligrosas si no se hacen correctamente o si das con la persona equivocada. Imagina durante un momento que yo hubiese sido un psicópata, alguien irresponsable. Supongo que nadie sabe que estás aquí… Si yo hubiese tenido malas intenciones, nadie lo hubiese sabido nunca. —Me encogí un poco en el sofá, impresionado por la cruda realidad de sus palabras. Logan suavizó su expresión, apartándose hacia un lado su bonita melena cobriza—. No pretendo asustarte, Chris, pero sí prevenirte. Sé que tu curiosidad es grande, igual que lo era la mía. Y también sé que no debería decirte esto, pero prefiero que sigas viniendo a verme a que puedas tener una experiencia desagradable en algún antro de mala muerte.
Lo miré con entusiasmo y una enorme sonrisa. Hacía tanto tiempo que no sonreía de forma tan sincera que sentía extrañamente tirantes las comisuras de mi boca.
—Pero —continuó, alzando el dedo índice para enfatizar sus palabras—, obviamente no entrarás por la puerta principal. Hay una puerta de servicio al final de este pasillo que da al callejón de atrás. Comprende que podría tener problemas si alguien ve a un crío pululando por el club.
Agaché la cabeza procurando parecer arrepentido.
—Siento haberme colado hoy sin permiso.
Logan me revolvió el pelo en actitud condescendiente.
—Me gusta pensar que las cosas suceden por algo —murmuró en tono enigmático.
—Gracias, señor.
—Puedes llamarme Logan —sonrió de pronto—. Siempre y cuando no estemos en una sesión. Por cierto, los jueves por la tarde no estoy muy ocupado.
Experimenté un excitante cosquilleo nervioso. Era martes.
Logan me acompañó amablemente a la puerta trasera, me mostró el camino y acordamos una contraseña.
No solo gané un magnífico Amo que me enseñó todo lo que sé, sino también un buen amigo que me escuchó y me aconsejó cuando mi tío jamás se molestó en hacerlo. Nunca fuimos una pareja formal; desde el principio ambos supimos que la naturaleza de nuestra relación era estrictamente la de Dominante y sumiso. Es curioso cómo este recuerdo de «mi primera vez» acude ahora a mi mente, casi cinco años después, mientras veo a Logan intentando explicarle a Eric cómo debe coger el látigo para no lastimarme. Desde el famoso sofá de cuero del despacho de Logan apenas puedo contener una sonrisa al ver la cara de profunda concentración de mi novio, que agarra el intimidante instrumento como si este le fuese a morder.
—No seas nenaza —lo regaña Logan, dándole un airado palmetazo en la mano—. Cógelo fuerte. Eres tú tiene el control, ¿de acuerdo?
Eric se enfurruña pero no dice nada, y yo me aguanto la risa porque con lo bocazas que es sé que le está costando todo un mundo no empezar a discutir con Logan.
Y lo hace por mí, porque me ama. Yo también lo amo. Lo amo tanto que me duele el corazón. Hace ya varios meses que salí del hospital, completamente recuperado. Estamos viviendo en el apartamento de Eric mientras buscamos una bonita casa con jardín, para que Adam pueda por fin comprarse el cachorro que nos pide cien veces al día. También he vuelto a la universidad y, como ya no necesito una beca, estudio a mi ritmo sin tener que deberle nada a nadie. Eric me dijo ayer que quiere ingresar en la Academia de Policía de Nueva York. A mí me asusta un poco, la verdad, porque es un trabajo arriesgado y Eric a veces no piensa antes de actuar, pero le apoyaré y estaré a su lado si es eso lo que realmente quiere.
—Ven aquí, Chris —me llama Logan, haciéndome gestos con la mano—. Colócate en el centro de espaldas a nosotros.
—¿No le haré daño… de verdad? —pregunta Eric, inseguro.
Antes de ponerme en la posición requerida, voy hacia él y le beso suavemente en los labios.
—Lo harás bien, amor —le susurro con una sonrisa traviesa—. Solo tienes que escuchar a Logan. Además, hasta que no tengas un poco de práctica no voy a quitarme la ropa.
—Bueno, ya te la quitaré yo en casa —me promete con una risita de pervertido.
Me hace reír a mí también, y le regalo un flojo manotazo para que se comporte.
Escucho el liviano silbido del látigo a mis espaldas, las últimas instrucciones de Logan y un enérgico resoplido de determinación por parte de Eric. Estoy sonriendo como un bobo, aunque probablemente dentro de cinco segundos me morderé los labios para no protestar ante el intenso escozor. A Eric le encanta dominarme, así que no tengo la menor duda de que aprenderá deprisa. Le encanta la forma en la que me someto y me entrego completamente a él.
Porque mis deseos ocultos son también los suyos.
FIN
Gelen
Me ha encantado. Lei hace un tiempo Slave y la historia de Chris y Eric me “engancho” totalmente. Quiero leer tambien el relato Y todo sigue…pero me pide una contraseña, que si la tengo, no la recuerdo. ¿Me podeis dar acceso?
Gracias anticipadas. Un saludo, Gelen.
admin
Hola, Gelen. Escríbemos un email a pedidos (arroba) edicioneselantro.com desde el mismo email que usaste para comprar o indicándonos tu nombre o el número de pedido (lo que te sea más fácil). Eso si compraste «Slave» en nuestra web. Si no, tendrás que pasarnos una captura de pantalla de la compra por email o responder a una preguntita. Quedamos a la espera de que nos escribas. Un saludo.